Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

jueves, marzo 29, 2007

Reflexiones del pasado

De pie lo encontré, ahí frente a la Iglesia de la penitencia, cuyos muros carcomidos por los años se despostillan dejando caer su negra cantera cada vez que arrecia una tormenta, como la de esta tarde. Ahí estaba, mirando abstraído la caída de las aguas de aquella fuente en el centro de la plaza. La cascada celeste se mezcla con su hermana encerrada entre piedra. He ahí el lugar donde le hallé. Empapado por la lluvia no se movía. La gente corría intentando guarecerse bajo techo del frió temporal. A pesar de ello siempre son bautizados por las aguas divinas. La ciudad se transforma en lago y el diluvio de Noe despierta de entre la tierra mojada la belleza de la melancolía.
Me encontraba refugiada dentro de un establecimiento comercial. A pesar que son prácticamente los mismos productos que se vendían cuando era niña, me agrada observar los extravagantes diseños de los que tanto de ufana la modernidad. Y siendo a través de los cristales de la vitrina, en la entrada del lugar, cuando le vi. Sus ropas mojadas se estiraban por efecto de la gravedad; su roída gabardina tocaba el suelo y sus botas se hundían dentro de un charco. Su cabello caía sobre sus hombros y en su dedo su inseparable anillo de plata. Aun cuando la lluvia caía copiosa, él no dejaba su porte similar al de un roble. Siempre digno y soberbio. A mi, todo eso me hace sonreír.
Han sido muy pocas las ocasiones en que he tenido la oportunidad de verlo. A nadie le dirige la palabra, nadie se le acerca, ni siquiera Dorvank lo estima ya. Así que, con esto en mente y aprovechando una escampada en la lluvia, salí del lugar donde me encontraba y decidí saludarlo. Las farolas habían encendido su amarilla luz y las calles se encontraban inundadas. Gabrius no hizo ningún gesto al acercármele. Estábamos los dos mirando a la fuente y sin siquiera pensarlo le tomé del hombro, le guié para que quedará frente a mí y le sonreí. Él solo movió su cabeza, ladeándola y perdiendo su mirada en ningún punto.
Gabrius –le dije– es bueno verte. Sabes, tengo grandes deseos de hablar contigo…– pero dejándome con la palabra en la boca recibí como respuesta su espalda. Me enfurecí en sobremanera y sin poder contenerme le grite: ¡Idiota! Dando muestra de sorpresa se giró, haciendo imponer su estatura sobre mí. Si lo que deseas es hablar con un idiota, supongo que no me podré negar. Dicho esto, entonó una ligera sonrisa, semejante a la de un niño al que se le ocurrió un chiste.
Lo que fuera una tormenta se convirtió en una ligera llovizna sin viento. El cielo encapotado se vistió de negro mientras caminábamos alrededor de la plaza. En silencio recorríamos el cuadrado de la acera. Tomados del brazo recliné mi cabeza sobre su hombro, cerré mis ojos y una imagen del pasado se me presentó. Suspire por dentro los años de antaño, los lugares olvidados, las personas perdidas.
–Dime, ¿de que color eran tus ojos?– La pregunta me sorprendió. Hacia tanto tiempo que no pensaba en mis ojos, y ahora que rememoraba el tiempo viene a mí tal cuestionamiento.
–Creo que eran azules. Azul turquesa. A mi padre le gustaban mis ojos. Decía que eran misteriosos, como los de una bruja, pero que en mi se veían esplendidos. Y…– Al decir esto Gabrius se detuvo. Me miró directamente a los ojos y me dijo:
–¿Por qué perdemos la verdad de nuestro origen?– No supe que decir. Bajé la mirada intentando que esas palabras pasaran de largo sobre mí. Pero no lo conseguí. Era cierto. Desde aquel día funesto dejé de preocuparme por aquellos a quienes amé, de aquellos momentos ilusos en los que mi mente permanecía dormida a la realidad. Sentí deseos de volver a ver a mis padres, a mis hermanos, a mis amigos, a todo el mundo que conocí como mortal. Pero ya es tarde, nada de ellos existe ya. Solo los libros de historia intentan rescatar aquel pasado en el que viví. Al darse cuenta Gabrius de mi turbación me dijo:
–Egeria, Perdona mi insensatez al hablarte así. Pero es que no puedo soportar verme aislado. Paso las noches pensando en la posibilidad de regresar. Aun podría hacerlo. No han pasado más de dos o tres años de aquello. Quizás aun tenga redención. Pero cada vez que paso frente a un espejo ya no veo mis ojos. Ya no reflejo mi propio yo. Veo a un ser que estuvo dormido dentro de mi por años y al que nunca conocí en vida, y que ahora me domina, me transforma, me convierte en él. Otra vez perdóname, vuelvo a caer en mi egocentrismo. No he pensado en como te sientes–.
Me sentía muy mal. Las luces de las bombillas me mareaban. Sentí miedo. Un miedo que creí vencido desde hacia más de trescientos años. Y era un neófito quien me lo producía. No podía soportarlo. Sin pensarlo abofetee a Gabrius con tal fuerza que lo arrojé a un par de metros de distancia. Seguía siendo la mayor entre la manada, era la más sabia y la más fuerte. No podía tolerar tal impertinencia.
Gabrius permaneció en el suelo por unos minutos. Le había noqueado. Me arrodillé a su lado y esperé que reaccionara. Cuando despertó me dijo: No debí subestimarte. Para ser una “dama de la Colonia” eres bastante aguerrida. Esa expresión me hizo sonreír. Por lo menos no perdió su cinismo.
Le ayudé a levantarse. Aun continuaba empapado por la lluvia. Cualquiera creería que estaría congelándose pero esa sensación ya no nos afecta. Sentimos el calor o el frió mas no tienen importancia para nosotros. Decidimos alejarnos del lugar y caminamos en dirección hacia el parque de las aguas color azul. Antes existía en ese lugar varios ojos de agua de los que se extraía el líquido para suministro de la ciudad. De eso no me queda más que el recuerdo. Esta ciudad era muy hermosa. Manantiales brotaban en cualquier sitio. En los antiguos barrios las casonas se erguían en medio de extensos solares. Y en los bosques que rodeaban a la urbe proliferaban gran cantidad de animales. Fue bella esta ciudad.
Entramos al parque saltando la valla protectora y caminamos hacia el centro para terminar sentándonos en una curiosa banca de cemento. La mayor parte de las farolas no se encontraban funcionando así que permanecimos en la oscuridad. Gabrius se mantenía en silencio mirando el piso. En ese momento me percaté de algo. En medio de las tinieblas me fui a dar cuanta de algo tan obvio, nótese mi sarcasmo. Él seguía utilizando anteojos, pero ya no con las lentes, simplemente usaba el armazón. Lancé una carcajada al tiempo en que me di cuenta de tal cosa. Gabrius me preguntó que me pasaba y le revelé mi descubrimiento, al punto él me secundó en la risa.
–¿Por qué los sigues usando?– pregunté.
–Me gustan. Además estaba acostumbrado a usarlos. Sé que ahora tengo una vista perfecta pero la nostalgia…– y se interrumpió. Claro que entendía como se sentía y no hice otro comentario al respecto.
Permanecimos en el lugar por varias horas. Me hizo preguntas sobre el pasado de la ciudad, sobre mi vida y sobre otros temas. Cerca del amanecer decidimos que era tiempo de regresar a casa. No sin antes pasar por alguna calle y beber algo para el camino. Ustedes entienden de qué se trataba.
Llegados a casa permanecimos un rato en la sala. Encontramos a otros sentados frente al televisor, entre ellos estaba Dorvank y Leonidas, escuchando el noticiero matutino. –Nunca sabes cuando hablaran de ti– decían esos dos. Gabrius decidió ir a dormir y le acompañe a su habitación. Al despedirme de él me dio un papelito doblado en cuatro y me dijo: porqué no te desahogas un poco. Dicho esto me besó la mejilla y cerró la puerta. El papel tenia escrito esta dirección y el password. Así que decidí hacerle caso y aquí me tienen narrando esta noche para ustedes.
Creo que cometí un error, pues no me presenté. Permítanme corregirlo diciéndoles que mi nombre es Egeria de Salvatierra. Nací el año de Nuestro Señor mil seiscientos treinta y uno. Y contaba con treinta y dos años al momento de la transformación. Nunca volví a ver a mi familia, pero ahora tengo a una nueva. El que me transformó ya no existe, pero soy la más longeva después de Dorvank. Describirme físicamente no me agrada solo diré que tuve una gran cantidad de pretendientes. Mi padre fue un Oidor de la Real Audiencia y forjó una pequeña fortuna producto de la importación.
Eso es todo lo que tengo que contar. Espero que les haya resultado agradable esta charla. Ahora fui yo quien les habló de Gabrius. Quizás algún día llegué él a entender que lo que ahora es, y sea libre de si mismo.

Dejad que los niños se acerquen a mí

El recorrer las calles de la ciudad cada noche le resultaría engorroso para cualquiera pero no para mí. Veo que hay muchos hombres y mujeres que dejaron de disfrutar de la belleza del limosnero leproso que se sienta en los portales del centro, o de los muros atestados de signos y colores que nada dicen pero representan mucho.
No tengo razón para seguir en ésta ciudad. Sin embargo me es imposible salir de ella. Al caer el sol despierto para disfrutar una nueva noche del infinito número que me esperan. ¿Hay alguna razón por la cual solo salga durante las horas de oscuridad? En realidad no, pero me gustan más las tinieblas y la fría soledad nocturna que el engorroso sol, que baña a todos por igual. La noche fue hecha para pocos, yo entre ellos. Para aquellos que conocen el valor del miedo, que aprenden de la experiencia, que viven para no sentir.
Como suelo hacer, di un paseo por las calles. Subí las empinadas escaleras de los antiguos túneles céntricos. La Casa de Arriba, a pesar de los años, mantiene la belleza que le imprimió el arquitecto. Aunque es relativamente moderna la fachada de la casa, pues su estilo es llamado Art Deco, mas el interior sigue íntegro al de la época de la colonia. Las personas suponen que el lugar es solo un simple bar para los trasnochadores pero es el hogar de toda la jauría.
Odio seguir el orden jerárquico que impusieron, todo un gobierno para la raza superior que somos. ¡Bah! que estupidez. Salgo de casa sin siquiera presentarme ante los mayores, ni sentarme a su mesa (la cual solo usan para discutir o para crear a otros miembros, para comer están las calles y los barrios marginados). La Casa está como cada noche atestada de gente. Deliciosos mortales. Mas no es conveniente comer de manera tan descuidada, hay que elegir bien a quien se ha de saborear. Pero eso será ya de madrugada, por ahora quiero salir.
Doy vuelta por algunas cuadras hasta llegar a la avenida principal. Desde muy de mañana hasta muy entrada la noche la cantidad de automóviles y de personas es cuantiosa. Camino una hora entre la multitud. Para una ciudad que se tilda de cosmopolita le falta mucho por aceptar, aún se asustan al ver a un tipo como yo. Recorro las callejuelas y observo todo a mí alrededor, aun cuando ya sé de memoria cada centímetro del barrio.
Al doblar una esquina un bastardo se atreve a intentar asaltarme, claro que un simple “gruñido” lo aterroriza. Me encanta ver la cara de estos estúpidos cuando descubren con quien se meten. Llego a la gran avenida, y me acerco a la parada del autobús. ¿Quién podría creer que debajo de las lozas de concreto que cubren a tan ancha calzada se encontrara enterrado un río que en épocas pasadas mantenía con vida a esta ciudad? Pero eso que importa. Un autobús se detiene. En realidad poco me importa a donde se dirija, lo único que quiero es sentir el contacto con las personas. Qué patético me he vuelto últimamente. Los recuerdos no dejan de molestarme.
Subo al autobús repleto de personas que no dejan de amontonarse y aventarse unos contra otros. Por fin avanza el enorme aparato y mientras me sostengo del tubo observo la vida de la ciudad. Los ojos de una dulce niña de rasgos indígenas se abren y dirigen su mirada a todas direcciones, el deseo de conocer y con ello ser feliz se hace presente en ella. Cual bella es, cuanto desearía tomarla entre mis brazos y estrujar su cuerpecito hasta exprimirlo y devorarlo. Luego de una hora bajo del autobús.
Horrible lugar es al que llegué. Calles inexistentes marcan las tinieblas de las casuchas mal construidas. Siento repulsión hacia este lugar. Si estuvieran aquí Frederick y Michel me reclamarían este sentimiento. ¡Oh, pienso en ellos de nuevo! Ya no existen, debo olvidarlos.
Camino levantando pequeños remolinos a cada paso. La inclinación producto de la pendiente del cerro provoca una ilusión surrealista al mirar las casas. La oscuridad es casi total pero se escuchan entre las barrancas las voces de hombres y mujeres que aprovechan las horas para enajenar su mente con sustancias de imposible explicación.
Como me hacen recordar la imagen del estúpido de hace rato, como me hacen reír. Mi figura se esconde entre las penumbras y el sonido de mi andar es indetectable para el mortal. El olor a tierra y desprecio me invaden por completo. ¡Qué repugnante es sentir este olor! Ya me explico la razón por la cual nadie hace nada por remediar la situación de estos seres, nadie puede soportar olerlos. Una esencia de desintegración, de mediocridad, de miseria es lo que los envuelve día tras día. ¡Cuan repugnante es!
Levanto mi brazo a la altura de mi nariz con tal de cubrir un poco ese olor, mas es imposible. La más minúscula partícula de esa mordaz fragancia logro percibir. De pronto el llanto de un niño se hace oír. Un poco más arriba se encuentra el pan de esta noche. Camino en dirección de tan delicioso sonido y casi alcanzando la cima del collado se presenta una choza de cartón y lámina. Y dentro encuentro mi tesoro, un niño en edad de amamantar grita desesperado buscando a su madre.
Nadie alrededor se encuentra. Arribo al lugar para encontrarlo abandonado. El suelo repleto de pedazos de tela informes, una rata corre entre mis pies y un niño en la completa oscuridad gime de miedo ante la soledad de su fin. Me enternezco al verlo. A pesar de la profunda negrura que me rodea logro distinguir a la perfección todos sus rasgos. Es hermoso, tan indefenso. Lo tomo entre mis brazos y le arrullo. El miedo desaparece de su rostro y una pequeña sonrisa se asoma. Otro recuerdo me golpea, la visión de mi hijo se esfuma igual que su vida a través de una aspiradora que lo succiona del vientre de su madre. Mi hijo, mi nada. Una lágrima trata de escapar pero se detiene. Ya no se llorar, ya no puedo llorar.
Veo al niño, él me ve a mí. Un instante de humanidad hace latir mi corazón y en otro la cara del infante esta siendo masticada. Como jofaina rebosarte de vino, así es esta criatura repleta de savia caliente. Carne para comer, sangre para beber y obtengo la vida eterna. No queda mas que pedazos de carne y huesos de mi cena. Tomo una manta del suelo y envuelvo los restos. Salgo de la habitación en dirección opuesta al de la mísera colonia. Ya en un lugar solitario entierro las sobras a gran profundidad.
El camino de regreso me muestra los contrastes en una misma ciudad. De las calles de tierra y casas podridas, a las hermosas piezas de arquitectura de los barrios pudientes. Camino durante toda la noche. Jóvenes y adultos, habitantes de la oscuridad, caminan a mi lado. Conversaciones pasajeras entre extraños son cúmulos de enseñanzas inservibles.
Me detengo en aquella plazoleta donde encontré por primera vez a Aurora. Un poco de fatiga me obliga a recostarme en el suelo desde donde observo las estrellas.
-Buenas noches Gabrius –me dice una voz que conozco.
-¡Aurora! –respondo al saludo. Incorporándome, busco en todas direcciones pero nadie está a mí alrededor.
Me toco los labios recordando aquel momento, parece un sueño que se olvida al intentar evocarlo. El cielo adquiere un color azul, es hora de regresar.
Ya en casa me siento frente a mi computador y reflexiono sobre esta noche. Escribo la anécdota y trato de entenderlo todo. Recuerdos, olvidos, suspiros, creo que es hora de dormir
.

Primera cita

Los colores violetas del cielo crepuscular han desaparecido y solo el clamor de las aves llena las penumbras entre los árboles. Extraño reducto de la perdida paz de la gran ciudad. Entre transitadas avenidas y ruidos incesantes la pseudovida de los hombres es vivida con un vació en las cavernas ocultas del corazón.
Camino por las calles donde la hojarasca caída por el frió otoñal me recuerda los años de mi infancia, cuando tomado de la mano de mi madre jugaba con el sonido seco de las hojas muertas. No puedo dejar de emitir una ligera sonrisa ante tal olvidado recuerdo. Creo que es cierto, nunca se olvida nada. Paradójico.
No importa la frescura del viento, no importa la soledad de mi alma, no importa si llegó o no a mi casa. Que importa todo si no me tengo a mí. Comienzo a quejarme, ¿Cómo me atrevo a esto teniendo tan dulce don en mi sangre? Cambio y evoluciono día con día, ¿acaso no soy mejor que los hombres? No importa.
¡Niña! Que me haces caer. Río ante la inútil diversión de los infantes que salen de sus casas. Juegos antiguos y novedosos. Un niño no sabe que quiere pero ya lo tiene. Continuo con mi avance, mientras los mocosos me siguen e intentan que entre a su alegría. Solo extiendo mi mano y toco la cabeza de la niña que casi me hace caer. ¡Maldita sea mi alma!, pues solo logré asustarla con la frialdad de mi tacto.
Sus risas taladran mis entrañas. Un pequeño respiro para dar paso a mi angustia. Me creí de nuevo hombre pero no puedo engañarme. Nada me queda de humano. He perdido a mis amores, he perdido mis razones de seguir existiendo. Me han quitado todo. Y, colmando mi infortunio, no puedo quitarme la vida, pues ya no estoy vivo.
Ah, que dilema. De pronto agradezco y después maldigo. Aprender, eso me dijo Dorvank. Pero qué he de aprender. Luego de lo que me hizo… No sé, quizás era necesario, quizás no. ¿Cómo se aprende si con cada mirada, con cada sonido nuevas preguntas se forman en mi mente, mientras que las anteriores no hayan respuesta? Mejor dejo de pensar así, me volveré loco antes de tiempo.
Sigo caminando. ¡Oh! Ha llegado a su fin mi calle. El bullicio de una avenida hace su aparición. Ya el cielo se ha puesto su manto de estrellas y el color violeta se tornó de luto. Caminó entre las personas, nadie me llama la atención. No les llamo la atención. Jajaja que simpática anciana, me recuerda a mi abuela, se me ha quedado viendo, me tiene miedo. Sabia mujer que ve lo que los hombres y mujeres jóvenes no alcanzan a discernir.
Una niña y una anciana en mi recorrido. Dos extremos de la vida de la mujer. La niña, un ser moreno y pequeño, su cabello largo y enredado no le molesta para seguir siendo una princesa en su mundo de fantasía. Y la venerable mujer de años, su baja estatura y cabellos blancos, con su mirada azul que revela una vida llena de dicha y pesar. Las dos caras de la moneda. No, no debo encariñarme, eso solo me traerá nuevo dolor.
Mientras sigo deambulando por las arterias de la ciudad, a través de las luces falsas que iluminan las horas extra de trabajo, siento hambre. Pero la noche es joven, además es fin de semana, mil almas estarán fuera de su hogar y una que otra no regresará.
Un parque y frente a mí una enorme Iglesia. El estilo arquitectónico es fascinante, a pesar del anacronismo de la construcción. Me siento en una jardinera y observo el paso de las personas. La fuente de aguas turbias con su melodía adormece en el letargo del amor a las parejas de amantes que se manifiestan su cariño a través de efusivos toques y caricias. Mientras que un dúo de músicos tocan antiguas canciones donde el amor y la pasión son sus protagonistas.
Siento un deseo morboso por sentir lo que ellos sienten. Desde que soy lo que soy no he sentido el querer carnal. Piel con piel, unidas en un calor sobrehumano, donde el suspiro de ella se acompasa con el de él. Una flor de rosados pétalos en los cuales palpita la sangre excitada del amor prohibido, donde fluidos y hálitos vivificantes dan vida a cada uno de ellos.
En vida no lo sentí y ahora sin ella no lo sentiré. Cierro los ojos e imagino todas las posibilidades perdidas. De pronto alguien se sienta a mi lado. Una hermosa mujer de cabellos negros y rostro blanco. Sus ojos llevan el misticismo de oriente a pesar de su rojo intenso en el iris. Sus labios de carmesí, grandes y deseables me llaman a pecar. Su figura espectral de imposible proporción es seductora. De su bolso saca una cajetilla de cigarros, enciende uno y me lo ofrece. Desconcertado lo acepto, mientras ella enciende otro para si.
–Buenas noches Gabrius. –fueron sus primeras palabras.
–¿Pero me conoces? –es lo que atiné a decir.
–Claro, quien no. –respondió.
–Entonces, buenas noches…
–Aurora –dijo y luego inhaló el humo de su cigarrillo. Yo hice lo mismo.
–No entiendo, ¿quien eres? Y… -y exhale el humo.
–No te preocupes. Es que te vi solo y pensé que querrías compañía, eso es todo. –continuo fumando.
–Gracias, ¿creo? Y ¿de donde me conoces? –dije con el cigarro en la boca.
–Ya te dije, todos te conocen.
–Tú también eres…
–No. Soy algo más. –Y emitiendo una pequeña risita simpática, terminó su cigarrillo.
–Oh, esta bien. Mmm… no sé que hacer. –dije yo dando un pitido a mi cigarro.
–De eso me encargo yo. –y en el acto se arrojó sobre mí. Cayó al suelo mi tabaco y uniendo sus labios con los míos respiró el humo que acababa de inhalar. Un beso que hizo sangrar nuestras bocas, cada uno bebía del otro. Su ánima era ya la misma que la mía ahora.
Después de varios minutos nos separamos. Un hilo de sangre corría en su mentón. Me apresuré a limpiarlo con mi lengua. Ella solo dijo: Gracias. Caminamos dando vueltas a la plaza. Ni una palabra pronunciábamos, ya sabíamos de nosotros lo que necesitábamos saber. Su compañía me reconfortó. Tomados primero de la mano, luego abrazados.
La noche corría y nuestro primer encuentro no terminaba. Mi hambre había quedado olvidada. Aurora, Aurora, Aurora… es en lo único que pienso. ¿Qué clase se maleficio es este? Los hombres y mujeres ya se retiran. La noche aún no acaba pero para ellos ya ha sido suficiente.
Yo soy un niño que desconoce los misterios de la pasión. Un incauto sabio que aprende de lo que ve y oye, pero esto nunca lo había sentido. Lo que anhelaba, lo que deseaba se me ha dado. Lo tengo al fin y no sé que hacer. Viene a mi mente aquella niña y aquella anciana. Ambas asustadas y ambas intrigadas. Esta vez ella, a quien abrazo no me teme ni yo le temo. Mi corazón insangrado, excitado por todo, se desborda de dudas y felicidad.
–Gabrius, ya es hora de irnos. –me dijo Aurora sacandome de mis pensamientos.
–¿Cómo, acaso se acerca el día? –pregunté.
–No, pero yo tengo que irme. –fue su respuesta.
–¿Adonde iremos?
–Ven y te mostraré.
Corrimos entre los coches y las pocas personas que trasnochaban. Subimos a lo alto de una torre en construcción. Y desde ese punto la vista de la ciudad era increíble.
–Este es mi lugar preferido. –dijo ella.
–Es hermoso. Mira, el cielo de oriente se tiñe de naranja y amarillos, el sol de acerca. –le hice la observación.
–Si, lo sé. Pero tú no temes a eso. ¿Qué te puede hacer el sol?
–Pero tú…
–No importa, yo terminé por hoy mi labor.
–¿A que te refieres?
–A que hasta yo necesito de vez en cuando un descanso y...
–No entiendo.
–Jajaja calla. Eres hermoso a pesar de que digan lo contrario de tu raza. Me divertí esta noche. Espero repetirla en el futuro. –diciendo esto se adelanto a mi pregunta callándola con un calido y brutal beso. –El sol ya sale y yo me voy con él. Me llamó Aurora y nunca he de ver una. –y volvió a reír. Ah, que cándida risa.
–Pero dime. ¿Qué pasa? –insistí yo.
–Espera y lo verás.
En cuanto salió el primer rayo de sol a través de las montañas, la figura de Aurora se fue tornando luminosa. Su cuerpo bañado en luz se hacia imponente, y sin saber como una par de alas brotaron de su espalda. Se giró luego hacia mí y me dijo: Por una noche nadie murió en esta ciudad. Y dicho esto desapareció.
Por mi parte, totalmente desconcertado por lo ocurrido camine el largo trecho hacia casa. Durante ese tiempo me preguntaba el significado de esta aventura y de pronto una idea surcó mi mente. Esa noche no comí, nadie murió en mis manos. Fue una noche limpia.

Una persona vestida de negro a media mañana y con apariencia somnolienta, caminaba por las calles de la ciudad. El cielo azul con muy pocas nubes era testigo de la poca actividad de las personas en una mañana de domingo. Mientras tanto un ser con apariencia humana aprendía una lección: Se había enamorado de la muerte y ella de él.

Los motivos del lobo

No sabes cuanto he intentado sobrevivir a esto que me rodea. Ahora podré hablarte de mi pena. Por fin se fue, o quizás solo este esperando detrás de la puerta abierta, no lo sé. Mira, como podría explicarte mi situación... Lo que ocurre es que he sido secuestrado, pero de una manera imposible. Soy libre de ir y venir por la ciudad y el mundo. De hablar y vivir como desee. Sin embargo, Él esta detrás de mí siempre. No sé quien es ni de donde vino, solo sé que está siempre conmigo. Solo me ha prohibido hablar de Él y de su historia. Me ha amenazado de muerte, más no hacia mí (que sería lo mejor en estos momentos) sino contra los que amo, contra inocentes que nada tienen que ver conmigo. Pero ahora que no está podré liberar un poco de la carga que llevo a cuestas.
Bien, es hora de comenzar no me queda mucho tiempo. Todo inicio en el día de San Narciso hace un poco más de un año. Durante esa noche, un viento frío que hería la piel azotaba con fuerza. El cielo estaba despejado y una gloriosa luna llena iluminaba la noche. (¡Dios! ¿Porqué permitiste esto?) Mientras caminaba de regreso a casa, descubrí con sorpresa que el ya patético alumbrado público no había sido encendido. Solo la claridad del cielo me permitía conocer lo que se hallaba junto a mí.
Con la mochila acuestas volvía de la escuela. Al acercarme a mi casa descubrí las tinieblas que la envolvían. Faltaban unos cien metros de trayecto para alcanzar mi domicilio. Durante los primeros momentos de mi caminata nada extraño parecía que ocurriría, es más, era una hermosa noche que quería disfrutar. Pero al entrar a en el último tramo de mi andar y descubrir la oscuridad que reinaba, un miedo absoluto lleno mi alma. Ninguna alma parecía encontrarse. Todo era silencio y soledad. Traté de tranquilizarme. Qué diablos, otro apagón de los nada frecuentes en esta estúpida ciudad. Continué adelante.
Al entrar de lleno a ese circulo oscuro me di cuenta que en realidad no estaba solo en esa calle. Unos pasos se acercaban a mí por detrás a gran velocidad. El sonido era fuerte, llenaba toda la vía. Me giré para descubrir de quien se trataba. Pensé que quizás fuera un simple drogadicto que buscaba las escasas monedas de poco valor que me quedaban en el bolsillo. Pero descubrí que no era así.
Una figura de enorme talla se alzaba ante mis ojos. Como una escultura tallada en mármol negro que vestía una larga capa que caía hasta el suelo. Todo su cuerpo estaba cubierto. Manos enguantadas, bufanda en el cuello y sombrero en la cabeza. Solo una blanca pero aterradora sonrisa se mostraba. Nunca había visto dientes tan afilados. Se encontraba tan cerca que su olor a sangre seca y su profunda respiración alcanzaba yo a distinguir. Aunque parecía en exceso abrigador no despedía calor alguno. Solo la gélida noche me cubría.
Su imponente figura me asfixiaba. Mi cuerpo como entumecido por el frío se negó a responderme. No podía dejar de mirar su espantosa sonrisa. De pronto, esa estatua de granito negro se movió. No puedo explicar como supe que hubo movimiento, pues pareciera que nada en Él cambió. Pero sé que le escuché hablar. Su boca no pareció articular palabras más yo sé que lo escuché.
–"Buenas noches mi querido niño. Éstas no son horas para regresar a casa. Aún la noche no ha terminado."
El sonido de sus palabras, ronco, insípido, vació, solo logró helar mi sangre. Un pensamiento vino a mí mente: -yo te conozco, no se de donde ni cuando, pero me eres familiar-.
Una estrepitosa carcajada calló al silencio de la noche.
–"Claro que me conoces mi niño, soy yo, Tú amigo".
Un nudo en mi garganta se formó. ¡Por Dios!, es cierto. De niño solía jugar por las noches en el jardín de la casa. Mi madre gritaba desde el interior que volviera, que en el árbol habitaba un diablo y que me devoraría si no obedecía. Pero yo no tenía miedo, mi amigo fuerte mataría al diablo y me defendería. En que error me encontraba, ese mí amigo era el diablo.
Un espasmo me vino y en ese momento casi pierdo la conciencia, pero el monstruo me tomó de los brazos y no permitió que cayera. La fuerza con la que me cogió fue increíble poco faltaba para que me hubiera roto un brazo. Y sin diligencia me acercó a su rostro, y distinguí en la luz lunar a la bestia. Sus ojos amarillos que capturaron al sol en su último atardecer, y una nariz aguileña que no dejaba de absorber los olores del ambiente, pero lo más perturbador fue su sonrisa que nunca dejaba. También pude notar que llevaba el cabello largo hasta la espalda. Un rostro enjuto como el de un hombre maltratado por la vida y que en su lucha grandes cicatrices le dejaron en el alma.
Otra vez la voz mal usada se escuchó:
–"Mira la luna y el cielo. Ellos han determinado que sea tu tiempo. Se acabo mi niño. Estas muerto".
Un NO quedo ahogado en mi boca. Solo un aguijón en mi cuello sentí. Mi vida escapaba de entre mis manos en un hilo de dulce sangre. La cara de la luna me observaba. Y en un último esfuerzo logré articular palabras:
–"Mi amada luna, cuanto te odio a ti y a tus hijos..."
Desperté de un largo sueño donde las imágenes del pasado se combinaban con las del futuro. Un sabor amargo tenía en la boca. En la mesa de cama había una botella de vino tinto a la mitad y sin corcho, debió ser eso. "Un momento. -me dije- ¿Qué paso?" El recurado de la noche pasada me golpeó de repente y estallé en llanto, me arrojé a la cama nuevamente. Al controlarme un poco alcé la vista y descubrí la ventana. Era de noche de nuevo. Dios ¿qué demonios pasa? Me levanté del lecho y me dirigí a la ventana. Solo la soledad de un bosque se alcanzaba a divisar. Los sonidos eran increíblemente nítidos a pesar de la distancia y el olor era tan fragante, que por un momento olvidé lo ocurrido. Un golpe y el sonido de una puerta abriéndose. Me giré sobre mis talones y ahí estaba...
–"Hijo mío, mi niño –comenzó a decir– no estés asustado. Acaso no soy tu amigo, quizás un padre."
–"Maldita bestia"– fue lo único que atine decir antes de abalanzarme contra Él. Lo cogí del cuello pero con un rápido movimiento de safó de mis manos y quedé a sus pies.
–"No es bueno exasperarse de esa manera. Aún no sabes lo suficiente. Muchos han muerto por menos que eso." – dijo. No entendía nada de lo que hablaba, pero sabía que sí continuaba ahí terminaría muerto. Me levanté del suelo y me paré delante de Él. Extraño, ahora no se veía tan alto ni imponente.
–"Ven, es hora." –dijo.
–"Cállate" –respondí. Pero me tomó del brazo, la presión esta vez fue menor, y salimos a la oscuridad. En una carrera de pocos segundos avanzamos varios kilómetros hasta llegar al centro de la ciudad. Justo en ese momento el reloj de la catedral señalaba la media noche.
–"Buena hora. Siempre se ha considerado este momento como un instante mágico." –señaló.
Increíble que nadie se diera cuenta de nuestra súbita aparición. De pronto me di cuenta que estaba vestido igual que Él. Caminamos lentamente, a paso de hombre, hasta alcanzar las inmediaciones del teatro. Un pequeño grupo nos recibió efusivamente. Una lengua extraña era la que entre ellos hablaban, hombres y mujeres tan parecidos.
Se dispusieron a partir. Yo no hallaba el modo de escapar de tal abominación de la naturaleza. Pero siempre estaba anclado del brazo por Él. Caminamos por callejuelas oscuras y deprimentes. De pronto al girar en una esquina, una reluciente casona apareció delante. Que bella casa, única en su tipo. En nada encajaba en la mediocridad de la ciudad. Como si fuese una marcha fúnebre todos entramos al interior. En esos momentos no era capaz de negarme. Bajamos las impecables escaleras de mármol blanco con negro y barandal de plata. Alcanzamos el sótano del lugar. Una mesa redonda de enorme talla abarcaba toda la habitación. Cada uno tomó asiento. Exacto número de cómodas sedes de terciopelo rojo y maderas de caoba y ciprés para los invitados. Yo al lado de Él. Un canto monótono se entonó, de pronto de la nada salieron de la oscuridad unos seres monstruosos pero de extraordinaria belleza física con el cuerpo desnudo que permitía ver sus desarrollados músculos y su potente masculinidad traían atada a una dulce mujer que tiraba de las cuerdas que la sujetaban con el afán inútil de liberarse. No podía moverme. El espectáculo que observaba me parecía infinitamente encantador. Esa mujer atada, su esbelto cuerpo mostrado sin el prejuicio de las ropas me excitaba. Sus pechos redondos se balanceaban con insinuante provocación y sus firmes piernas como la porcelana. El sexo cubierto por ese suave y pequeño vello era irresistible. Su cabello revuelto sobre su rostro histérico le daba el último toque de un sensual baile hacia la muerte.
Los hombres que la sujetaban la arrojaron a la mesa. Su cuerpo liviano parecía flotar sobre las cabezas de los asistentes a la reunión. Brazos y piernas sujetos a grilletes en la mesa impedían que escapara la doncella, pues según mis cálculos no sobre pasaba los catorce años a pesar de que su cuerpo estaba muy bien desarrollado. Un nuevo cántico de hizo oír y el que presidía dijo:
–"Llego el momento. Traed al novicio."
Me levantaron en vilo los hombres que trajeron a la mujer y me depositaron cerca de ella.
–"Toma y bebe, que este es tu destino. Pues has nacido como puro y en la pureza permanecerás."
No entendía esas extrañas palabras. Entonces Él me sujetó del cuello y me dijo:
–"Tu eres uno de nosotros, mi niño. Eres uno de mis hijos. Te he dado mi sangre y te he procreado. Mi semilla la implante en tu larga familia a la espera que tú nacieras. Ahora es tiempo, hijo mío, de que aceptes tu herencia."
Colocó mi cabeza en el cuello de la mujer. El olor, ese olor dulce y palpitante me enloquecía. "Muerde y bebe. Esta es la sangre que te dará la vida eterna." Imposible negarse a pesar de que mi conciencia me ordenaba evitarlo, pero mi alma, mi espíritu se alzó. La tomé en mis brazos y la poseí. Su vida corrió entre mis labios. La fuerza de mil años se apoderó de mí. Encontré mi verdad. Los débiles gemidos que brotaban de su boca solo incrementaron mi placer. Abrí sus piernas y con mi miembro erecto fuera de mis pantalones la penetré. Nunca dejé de beber de su cuello. El calor del orgasmo y el fuego de su sangre estuvieron a punto de hacer explotar mi corazón. Y cuando exploté dentro de ella, dejó de existir.
De una ventana entró la luz del cielo. La luna alcanzó su plenitud y yo con ella. La transformación fue dura y dolorosa. Mi cuerpo destrozó las ropas que llevaba y una bestia surgió en su lugar. En cuatro patas me desplazaba. Mis sentidos alertas y sensibles no dejaban de escudriñar ningún punto del lugar. El hambre hizo su aparición. Me abalancé contra el cuerpo inerte de la joven y lo destroce con el hocico. Su carne suave y aún cálida me sació. Al final regresé a las dos piernas y los dos brazos. Alguien me cubrió con una gabardina y me llevó a dormir.
Cada día que pasaba y en cada nueva víctima más fuerza adquiría. Pero aún siento el remordimiento de todas esas almas que he llevado a la perdición en mi egoísmo. Oigo sus voces cada vez que siento el hambre y la sed. Se lo he contado a Él pero me dice que es normal (si es posible usar esa palabra en estos momentos). Pero aún siento miedo de esos espíritus, me persiguen. Le dije a Él que quería escribir sobre todo lo que me pasaba y quizás así desahogarme. Pero me lo prohibió a no ser que quisiera ver morir a los últimos amores que me quedan. Sin embargo no pude evitarlo. Me duele mucho, quizás alguien sufre como yo y sabrá responderme. Ya no soy humano soy mejor que eso.
¡Oh no! Regreso, si descubre lo que he hecho me matará. No, matará a mis inocentes. ¡Dios mío esta detrás de mí! Me descubrió. Está transformado, es horrible, monstruoso, hermoso, mortal... Un lobo, un hombre. ¡Dios! Me ha dicho: "Te ofrezco la redención. Elimina todo lo que has hecho de lo contrario..." Creedme que es una difícil decisión pero aquí está. Ahora tú eres mi testigo, guarda mis palabras. Aprehende de ellas…
Ahora tengo por seguro, estoy muerto…

Prólogo

La noche cae en negra lluvia. La calle está en penumbras y ningún ser se atreve a salir. La tormenta comenzó cuando todos se encontraban ya dentro de la Iglesia. Las débiles llamas de las velas oscilaban con temor ante su inevitable fin. La luz ha quedado rezagada y las sombras dominan el lugar santo. Las fervientes almas de los fieles buscan el asilo del Dios crucificado, mientras que a través de la puerta, una sombra se dibuja gracias al resplandor de un relámpago.
Es la figura de un hombre de alta estatura y noble presencia. Nadie es testigo de su llegada. Viste en completo negro, con larga gabardina de piel que casi toca el suelo solo dejando ver las botas que calza. En la cabeza un sombrero, de ala no muy ancha, que cae sobre su rostro ocultando sus ojos solo permitiendo contemplar su extraña sonrisa.
Apoya su espalda en el marco de la puerta y con los brazos cruzados se muestra irónico ante lo que ve. Se encuentra empapado pero ni el frío ni la lluvia de la noche le afectan. Ha perdido el calor que la sangre irradia desde su corazón.
Una campana dorada hace oír su canto y las personas ante la señal, doblan sus rodillas en actitud de adoración. Ha llegado el momento de la consagración. El pan y vino eucarísticos están ya dispuestos sobre el altar. Pronto serán la presencia real del Dios muerto. Ángeles invisibles rodean el cuadro místico de tan gran misterio.
Incorporándose, el ser oscuro inicia su andar. Hace oír sus pasos a través de la nave principal. Ha dejado caer su sombrero en el trayecto. Sus botas golpean con fuerza el hermoso piso de mármol blanco haciendo que la voz del sacerdote se pierda, disminuya, se olvide. Cruza el recinto a paso lento pero firme. Se atreve a observar con precisión cada detalle de ornamentación del recinto, pues sus ojos son capaces de romper el velo de las sombras. Las columnas parecen moverse según el viento mueve la luz de las velas. El calor de la fraternidad reunida se ha perdido.
Ha llegado a los pies del presbiterio. Nadie ha osado levantar la mirada ni pronunciar palabra, pues sus ojos están velados por el ensueño y serán junto con los beatos íconos mudos testigos del sacrilegio que se realizará. Una segunda campanada se hace oír, la presencia del cuerpo del Cristo es ya innegable, pero nadie adora al Dios.
El Hombre espera que el sacerdote tome entre sus manos el bendito cáliz, para continuar su avance. El Hombre de Dios desconoce lo que frente a él esta ocurriendo, su fe escondida en la oscuridad quedó. El Ministro pronuncia las oraciones de bendición y levanta la copa dorada mostrándola al pueblo. Nadie responde a la llegada del Redentor.
La Bestia Negra sale de su momentáneo letargo por la espera, y a gran velocidad se acerca al altar, arrebata el cáliz de las manos del Hombre Santo el cual no se inmuta ante lo que ocurre. Ahora es cómplice del mal que llegó a su Iglesia, pues igual que sus feligreses ha entrado en un éxtasis profundo, mas sus ojos no se desprenden de los del ser. Ojos amarillos reflejantes de odio hacia la humanidad, un odio que no será capaz de extinguirse sino es al cobrar venganza.
Un rostro alargado y anguloso, con varias cicatrices. Su nariz grande y curvada. Y la sonrisa, ningún hombre podría sonreír así, macabra y horrible, con sus dientes como colmillos afilados. El cabello negro, largo y enredado cae sobre su espalda. La imagen de un demonio o quizás le de un dios.
Con el cáliz en sus manos, gira su cuerpo hacia el pueblo, quien en ningún momento ha sido capaz de levantar la mirada. Muestra en sagrado objeto presentándolo a los fieles. En ese momento todos ellos despiertan de su sopor y observan como El Ser sostiene sobre su cabeza el vaso de la devoción. Un canto en lengua desconocida es interpretado por Él quien es el único sabedor de sus misterios. Mas de los profundos posos del lugar de los muertos, voces sepulcrales responden a las aclamaciones de la letanía en diversas lenguas.
Acerca la copa a sus labios, su boca deja de prorrumpir sonido alguno. Bebe el contenido el cáliz con avidez. Por la comisura de sus labios corre una gota roja como la sangre la cual cae a sus pies dejando manchada por siempre la tierra.
Al terminar el contenido arroja con violencia el cáliz estrellandose éste contra una pared y creando un sordo sonido cual metal, inundando a todo el recinto con aquel ruido.
Limpia su boca con un pañuelo de seda púrpura el cual deshecha en el acto. Sus ojos, inyectados de sangre, dejan escapar una delgada lágrima. El Hombre comienza a retirarse, sus pasos retumban en los altos muros del lugar. En el trayecto toma de nuevo su sombrero conservándolo en la mano. Nadie se mueve, nadie le detiene, nadie habla, nadie vive.
Al llegar a la puerta de entrada dirige una última mirada hacia el altar, en ese momento siente angustia en su duro corazón, dobla su rodilla y hace la señal de la cruz sobre su rostro. Luego incorporándose, desaparece en las tinieblas de la noche
La luna llena de octubre hace su aparición luego de la tormenta, ilumina la tierra con sus rayos plateados. Una nube pasajera se atreve a cubrir el rostro del astro y un lamento se escucha a lo lejos. Es un aullido lleno de humanidad, que se hace oír entre las tinieblas de la ciudad en busca de su jauría.

viernes, marzo 09, 2007

La casa verde de la esquina

La casa verde de la esquina siempre se encuentra cerrada su puerta. Vecinos y transeúntes pasan frente a ella sin causarles la menor emoción o intriga. Se han acostumbrado a ver aquella casa con el portal siempre limpio, las ventanas transparentes y las cortinas blancas, las plantas sin la menor apariencia de muerte.
Hace veinte años los niños de aquellos tiempos y sus padres observaron la llegada de sus nuevos vecinos, un hombre con su mujer tomando de la mano cada uno a un pequeño niño de no más de cinco años. A esta familia la vieron entrar pero nunca salir. Un enigma que por varias semanas carcomió la mente de toda la cuadra, que por meses intrigo a los vecinos de al lado y de en frente, y que un año después nadie recordaba que aquella casa de color verde estuviera habitada.
Dos décadas han pasado y por primera vez se ve abierta la puerta de aquel hogar. Un hombre joven sale y saluda a la primera persona que ve, un hombre con gorra en la cabeza, y le saluda cortésmente. Éste recibe el saludo con una sonrisa y se aleja sin saber que es el primer testigo de un milagro esperado inconscientemente por muchos.
Un hombre de fría facción. Su rostro largo termina en un delgado mentón que parece desvanecerse en el cuello. Sus ojos parecen entrecerrados observando y juzgando cada cosa que ve. Un joven normal que viste una playera que a pesar de ser talla chica parece que le queda holgada, y un pantalón de mezclilla azul con zapatillas deportivas blancas. Un chico común, un tipo corriente del que nadie espera nada grandioso de su vida.
El vecino de enfrente lo ve salir de la casa verde de la esquina. Las imágenes de aquella tarde de abril regresan a sus ojos. Un hombre con pronunciadas entradas de calvicie habré la puerta de su nueva casa. Su esposa entra con la cabeza baja solo mirando el suelo en donde colocará el pie para el siguiente paso. Un niño regordete trata de zafarse de la dura mano de su padre y mira hacia atrás buscando algo que nunca tendrá, un día de juegos con amigos.
Solo una persona podía ser, aquel niño sin infancia aparecía frente a la puerta de la casa verde de la esquina. Las interrogantes que por mucho tiempo se tuvieron y luego olvidaron son retomadas. ¿Y sus padres? ¿Y su manutención? ¿Y su educación? ¿Y su vida? Pero la respuesta final estaba ante él. Un hombre salía de esa casa.
Por la noche ya toda la cuadra se había enterado del chisme. Los de la casa verde de la esquina estaban vivos, aunque no lo parecieran. Un muchacho salió de la casa y caminó por toda la calle hasta llegar al final donde doblo a la derecha y se perdió por varias horas. Al atardecer le habían visto regresar con una bolsa de plástico en la mano y entrar con ella a su casa. Por la noche, dentro de cada casa, solo se mencionaba aquel incidente. La televisión permaneció apagada, la radio no emitió sonidos, los computadores no navegaban por la red. Todos en familia hablaban del milagro de la casa verde de la esquina.
La mañana siguiente parecía que la casa de la esquina volvería a su antigua rutina de inactividad pero algo descartó esa idea. El estruendo de un estereo sacudió los cristales de las casas vecinas. Espantosas melodías sin sentido, cantantes en idiomas extranjeros salpicaban con sus desentonos los oídos acostumbrados a la paz de la música popular que se acostumbra escuchar en aquellos lugares. Más que furia fue el asombro de saber que lo pasado el día anterior se repetía. ¿Por qué este cambio en la casa verde? ¿Qué había ocurrido? Las conjeturas no se hicieron esperar.
Aquella tarde las mujeres se reunieron a tomar café en una de las casas vecinas. La charla comenzó como de costumbre. Admiraron el mantel de la mesita de centro, él cual esta bordado a mano y con finísimo gancho. Luego la preguntas de rigor ¿Y tú marido? ¿Y los niños? ¿Qué cosas han pasado durante esta semana? ¿Sabían que la mujer del tendero se va por las noches con el otro mientras dice a su marido que va a la iglesia a rezar el rosario? Pláticas de mujeres que han perdido la oportunidad de divertirse como cuando eran jóvenes, los defectos de antaño son la vida de la madurez.
Por fin llega el momento, después de la segunda taza de café y de un silencio de cinco minutos, para hablar del tema de la semana: la casa verde de la esquina.
–¿Supieron lo de la casa de la esquina?– dijo una de ellas.
–Claro que sí. Todo el mundo se enteró– respondió otra.
–¿Y que dicen de ello?– pregunta de nuevo.
–Pues, –comienza a decir una mujer con vestido magenta– yo creo que son narcos o secuestradores,
–No seas escandalosa mujer. –Le reprende la que se encuentra a su lado– Son solo gente loca. Además según me contaron el señor golpeaba a su mujer y que la mató.
–¿Quién te dijo eso?– preguntó la que respondió a la primera pregunta.
–Pues unos de por allí.
–No seas mensa. Esas son habladas, nadie sabe nada de aquella familia– dijo con orgullo en la voz la anfitriona de la reunión.
–Será lo que será, pero a mi se me hace que si es cierto.
–Yo estoy de acuerdo contigo.
–Basta las dos. –dijo una mujer de chaleco azul– solo hemos visto al muchacho salir de su casa. Quizá siempre lo hicieron solo que de noche.
–Son satánicos– soltó de pronto la mujer al lado de la de chaleco azul –se los decía. O eran narcos o eran cosas del diablo. Pero de que se traen cosas malas no lo dudo.
–Fuera de las tonterías de ella creo que debemos coincidir que son extraños. –dijo poniendo compostura en su casa– Nunca se han mostrado o presentado. Nadie sabe nada de ellos y eso siempre es raro, o mejor dicho incomodo.
–Tal vez– en un susurro comenzó a hablar la última invitada– deberíamos ir allá y presentarnos.
–Eso se hace cuando llegan nuevos vecinos y ellos tienen más de veinte años entre nosotros– dijo con fuerza la mujer que inició la conversación.
–Yo solo proponía algo.
–Pero tiene razón. –dijo la anfitriona– Es hora de saber que pasa en la casa de la esquina. Si es algo malo tendremos la obligación de denunciarlo. Si solo son excentricidades, entonces sabremos que nada malo hay. De acuerdo.
–De acuerdo amiga. –dijo la de magenta.
–Yo también. –respondió la de chaleco azul.
–No sé. –dudó la última amiga.
–No se diga más. –con valentía en la voz señala la iniciadora de la charla.
Y bebiendo otra taza de café comienzan a fraguar el plan para acercarse y conocer los misterios de la casa verde de la esquina. Su joven inquilino y la familia que con él habita.
Las ocho de la mañana y las vecinas barren la calle frente a sus casas. Todas vigilan en silencio la casa verde de la esquina. Los hombres solo vieron la casa al salir de sus hogares rumbo al trabajo. También ellos están nerviosos sobre lo que se encierra tras la puerta de metal plateado. Una hora duraron limpiando la calle. Entre charla y barrida el tiempo se les pasó con rapidez. Cansadas de la falta de acción se retiraron a sus respectivas casas a terminar las labores domésticas. Cerca del mediodía la estruendosa música se escuchó de nuevo. Sabían que los habitantes de la casa estaban ya en labor.
Frente a la puerta plateada de la casa verde de la esquina se encontraban de pie, esperando a ser recibidas, dos de las mujeres de la reunión de la tarde anterior. Su espera duró casi un cuarto de hora y nadie abrió la puerta. El primer intento fue en vano. La música continuó por varias horas ya con un volumen bajo, señal de que los habitantes estaban dentro. Era momento de que entraran los más fuertes.
Luego del suceso que por una semana paralizó los pensamientos de los vecinos de la calle donde se encuentra la casa verde de la esquina, la calma y monotonía regresan. Los niños salen de casa rumbo a la escuela, las mujeres ajetreadas por los deberes caseros no dan fin a su trabajo, y los hombres, esposos, amantes, o hijos mayores, salen rumbo a sus trabajos para sobrevivir una nueva quincena. La noche del viernes de la semana de quincena cuatro amigos, vecinos mutuamente, se encuentran afuera de la casa azul de uno de ellos. Con una botella de cerveza en la mano y en la otra el cigarro encendido charlan, entre risas y comentarios fatuos, los eventos de la semana que termina.
Un sonido les arranca de su simple felicidad. La puerta plateada de la casa verde se cierra con fuerza. El joven hombre que habita la casa sale, viste con propiedad para una fiesta en algún antro de la ciudad. En cuanto los hombres ven la camisa roja con alegorías doradas del joven una voz grave se alza de entre el grupo.
–¡Eh! Muchacho.
Éste voltea, saluda con la mano y una sonrisa esperando con ello satisfacer la curiosidad de sus vecinos. No les es suficiente y la misma voz le llama.
–¡Chaval! Ven. Acompáñanos y tómate una chela con nosotros.
No hay forma de escapar a la invitación. Por mucho tiempo fue libre de las palabras y miradas de sus vecinos, ahora es el centro de su atención. Exhalando un suspiro y moldeando una falsa sonrisa se acerca a la tetrada de camaradas. Uno de ellos le recibe con una botella destapada y se la ofrece. Sin negarse la toma y bebe el contenido hasta la mitad. Comentarios vienen y van, palabras sin sentido son expresadas y los intentos de entablar una charla con su invitado parecen fallar. Solo mutismo y sonrisas obtienen como respuesta. Hacen de todo con tal de sacarle algo, le golpean amistosamente, bromean con él y de él, sacan sus mejores chistes y anécdotas, e incluso uno se atreve a enfrentarlo.
–Ya hombre. Di algo, que pareces momia.
El joven solo se encoge de hombros y sonríe. Los hombres, que entran a la madurez de más de treinta años, solo se miran y sin palabras enjuician la conducta de su interrogado. Un retrasado, un estúpido, un maricón, ¿Quién se cree? Todo esto dicho con la expresión de los ojos. Un conocimiento que el joven jamás aprendió. Luego de un par de horas fue liberado, y sin tardanza se escabulló por la esquina opuesta a la de su casa verde.
–¿Cómo lo ven a ese?
–Pinche pendejo. –y bebió un sorbo a su quinta cerveza.
–Pero si no dijo nada. –sale con una falsa defensa el primero en hablar.
–Pues por eso, cabrón. Se cree mucho ese bastardo.
–¿Qué te hizo para que le digas así? –interrogó otro, mientras daba una pitada a su cigarro.
–Nada, solo me cae mal.
–Ahora resulta… –dijo con sarcasmo el de gorra.
–Cállate cabrón –y terminando con el contenido deposito la botella en la caja.
–¡Bah!, ya ven. No tiene nada solo es raro. –señaló el que fumaba.
–Raro o rarito. –y todos estallaron en risas.
–Será lo que quieras pero me cae en los huevos. –y destapó otra botella.
–A la chingada. –alguien dijo y cambiaron de tema.
Un mes y muchos ya olvidaron la novedad de que uno de los habitantes de la casa verde de la esquina se hizo presente. Las mujeres hablaban de vez en cuando de la hora de llegada del joven hombre la noche anterior y los hombres sobre a dónde iba cada fin de semana además de la manera en que se proveía de recursos. Pero cada vez menos se exteriorizaba todo ello.
Los pensamientos rondan por las noches dentro de los sueños. En el día se manifiestan de la nada en cualquier lugar y momento. Todos se negaban la incertidumbre pero todos la tenían. ¿Dónde están los señores? ¿Por qué no se dejaron ver todos esos años? Superadas sus fuerzas para reprimir sus dudas una noche se dispusieron a actuar. Al salir el joven de la casa verde de la esquina fue abordado por una docena de personas que, desesperadas, decidieron poner fin a su imaginación.
–A ver cabrón. ¿Qué pasó aquí?
–No sé de qué me habla. –respondió asustado el joven.
–Dinos por qué no salían tus papas y tú de esta casa hasta ahora. –peguntó una mujer menopausica.
–Pero si me mudé hace poco. –respondió con extrañeza el joven. Tal respuesta solo agravó la intriga entre los vecinos.
–Entonces ¿y los que vivían en esta casa antes que tú? –pregunta con fiereza un hombre pasado de peso y calvo.
–No lo sé. Yo solo la rentó por estar barata. –encogiéndose de hombros tratando de ser gracioso.
–¿Y quien te crees para no saludar? –gritó una mujer enfurecida.
–Nada… yo solo… que… no socializo mucho.
–¿Y la droga?
–¿Cuál droga?
–La que vendes mocoso. O ¿Cómo te mantienes?
–Trabajo en un antro, soy el que cobra el cover.
–Pendejo, solo para eso nos serviste. –señaló uno de los hombres y luego escupió a los pies del joven. Todos se desilusionaron. El gran misterio que por tanto tiempo los había ocupado y cansado no tuvo conclusión. Solo se conformaron con entender que toda su odisea fue en vano y regresar a la monotonía de su vida.
Todos se alejaron a sus respectivas casas, a sus patéticas vidas que olvidan los hechos del pasado, mientras que el joven caminó rumbo a su lugar de trabajo. Por la mañana siguiente, aún estando oscuro el cielo, regresó a casa y al abrir la puerta una sombra lo recibió.
–¿Qué fue lo que pasó anoche, hijo?
–Nada papá. Solo los vecinos chismosos que no saben ocuparse de sus vidas.
–No me gusta que salgas de noche a trabajar, hay muchas cosas malas en el mundo.
–Ya papá. Ya no soy un niño para que me mangonees con eso.
–Lo digo por tu bien.
–Mejor cállate y toma. Es lo que gané hoy.
–¿En lo de portero o en lo otro?
–No seas estúpido, en lo otro claro está.

sábado, marzo 03, 2007

Enajenar

–Cuéntame cómo pasó.
–Fue algo raro, no puedo explicarlo.
–Eso ya me lo dijiste, lo que quiero saber es cómo ocurrió.
–Pero no puedo sino entiendo las razones.
–Eso quizá se resuelva durante tu narración, ahora solo habla y cuéntamelo todo.
–Sé que no lo vas a entender…
–¡Basta! Me estás haciendo enojar.
–Perdón. Pues bien, estaba sentado en esa misma banca de ahí enfrente.
–¿Estabas solo?
–No, estaba con Hernán hablando sobre el partido de anoche.
–De aquella noche querrás decir.
–Si, exacto de esa noche. Él vestía la playera del equipo ganador, el mismo al que él le va.
–Igual yo ¿recuerdas?
–Si es cierto, te vi vestido igual en la mañana de ese mismo día. ¿Y a dónde ibas con tanta prisa? Ni siquiera me saludaste.
–Tenía que ver a Mayra y entregarle algunas cosas que me encargó.
–¿Qué cosas eran?
–Oh, que metiche resultaste ser.
–Jajaja igual tú. Pues estaba con Hernán y él me dijo que… pues ya sabes lo de los problemas de la vida, del dolor y cosas así.
–No, no sé. Dímelo.
–Ya mucho hago contándote todo esto, además no pienso hablar sobre lo que hablé con Hernán. Él nunca me lo perdonaría.
–Vamos nunca se enterará.
–No, y déjame continuar narrando como yo quiero.
–De acuerdo, pero verás que luego me lo contarás.
–¡Bah! No lo creo. Duramos sentados como media hora y vimos pasar a Ismael. Parecía muy serio.
–Siempre esta así.
–Pero no como aquel día.
–Deja a Ismael y enfócate en lo que me quieres decir.
–Ah si, tienes razón. Luego de charlar Hernán se despidió y se fue. Solo me dijo que se iría a poner en práctica lo que habíamos hablado.
–Mmm… supongo que ya sé de lo que hablaron.
–No, porque en realidad hizo lo contrario al plan que creamos.
–Es muy bruto el hombre.
–Ya lo creo.
–Sabías que dejaba las llaves del coche pegadas y no una o dos veces, prácticamente era de diario y no solo las del carro, las de la casa y las del negocio también. Adivina por qué lo robaron.
–Solo es distraído.
–No, es idiota. Además siempre está hablando de más, dice cosas hirientes y para quien no lo conoce le resultan ofensivas.
–Esa es su personalidad.
–Ya lo sé, pero luego que se fue ¿qué pasó?
–Pues… lo vi alejarse y yo me quedé sentado un rato más. Hacia mucho calor y a pesar de encontrarme bajo la sombra no me sentí menos acalorado. Decidí recostarme a lo largo de la banca de concreto. Puse mis manos en la nuca y cerré los ojos.
–Te habrás visto como un pordiosero borracho.
–¿Crees que los mendigos esos visten un traje como los que uso?
–Eso no lo dudaría, muchas cosas se ven.
–Pero era yo y nadie pensaría eso de mí. No tengo la facha.
–No te enojes. Por lo que veo eres muy especial en lo referente a como te ven los demás.
–Vivo de mi imagen.
–Cálmate, eso ya es muy exagerado de tu parte.
–Claro que no.
–¿Y qué pasó luego?
–Pues no sé cuanto duré así. Creo que me quedé dormido.
–Entonces solo fue un sueño. Ya decía yo que todo eso que se rumoreaba era pura fantasía.
–Claro que no, ocurrió en verdad.
–Si, por supuesto.
–No me interesa que me creas, yo sé que fue real. Yo sé lo que vi y lo que viví.
–Está bien, sígueme diciendo.
–Te decía que perdí la noción del tiempo. Un sonido me despertó, si es que puedo decirlo así. No sé que fue exactamente lo que produjo el ruido pero si que fue muy estrepitoso.
–¿Qué crees que haya sido?
–Qué sé yo. Un choque, algo que cayó, un grito, solo sonó e hizo que me levantará rápidamente. De un salto me puse de pie y nadie estaba en el parque.
–¿Ni los señores que siempre se sientan ahí?
–Ni ellos. Nadie se veía, además de que ya había caído la tarde y se empezaba a poner oscuro.
–¿A qué hora se retiró Hernán?
–Cerca de las cuatro de la tarde. Y como escuchas no regresé a trabajar, de hecho no tenía intenciones de volver.
–Entonces ¿Cuánto tiempo duraste así “dormido”?
–Te digo que yo solo creía que habían sido un par de minutos, pero parecía que pasaron varias horas. Revisé mi muñeca pero recordé que había olvidado el reloj, entonces saqué el móvil pero se encontraba descargado. No supe que hora del día era.
–Luego…
–Luego de sorprenderme y darme cuenta que había pasado el tiempo solo pude exclamar una maldición. Me froté el rostro y volví a sentarme en la banca. Saqué del bolsillo del saco la cajetilla de cigarros, extraje uno y lo encendí.
–¿No dejaste el cigarro hace seis meses?
–Lo intenté por dos días, luego no resistí más y abandoné mi intento. De algo me habré de morir de todos modos.
–No juegues con eso. Mi padre murió de cáncer en el esófago por ese vicio.
–Ya, no seas tan exagerado. Solo fue uno en ese momento y ya solo tomo un par al día.
–¿Qué ocurrió luego?
–Pues… no sé la forma decirlo. Me sentí como perdido, semejante a estar fuera de mí. No era yo, pero era yo. Lo contrarío a estar presente.
–Lo que fumaste no fue un cigarrillo de los que venden en las tiendas ¿verdad?
–No te burles, que en ese momento me asusté mucho. Pensé que me estaba dando algún tipo de ataque o que quizá enloquecía. Creo que no podía respirar pero no me sentía mal. De hecho no sentía nada, si no hubiera estado consciente de que no me había drogado te daría la razón.
–¿No habrá sido eso? Quizá alguien, sin saberlo tu, de suministró algo.
–No lo creo. Me traté de levantar pero no pude. Podía moverme pero no controlaba del todo mis movimientos. De pronto algo así como una sirena se escuchó, incluso tenía los mismos colores que ellas.
–La ambulancia supongo.
–No te burles. El parque estaba solo y sobre aquellos sonidos era incapaz de determinar de donde venían. Creo que traté de pedir ayuda pero eso no lo recuerdo bien.
–Y qué más pasó.
–Pues no sé. Aquí es donde todo se empieza a poner surrealista. Los recuerdos que tengo están mezclados con otros. Desconozco que fue parte de lo que me pasó en ese día y que es de otros momentos de mi vida.
–Pues tú dirás.
–Te advierto que además no están ordenadas las imágenes, siempre que las rememoro les doy un nuevo orden. Pues bien, recuerdo que mi madre se acercaba a mí y me besaba en la mejilla. Era muy cálido su beso, y yo no le dije nada, me sentía aturdido por lo que veía. Luego un campo de flores, se encontraba lleno de margaritas, dientes de león, pequeños tréboles, y otras flores simples de las que desconozco sus nombres. Todo era muy colorido y yo caminaba sobre esa alfombra. Una casita estaba algo alejada de mí, a mi lado izquierdo. Pero a mi derecha un árbol, creo que un pino, se bamboleaba por el viento el cual, poco a poco, se fue convirtiendo en una ventisca la cual era yo incapaz de soportar. Eran tal la intensidad que llegué a sentir como entraba el aire dentro de mí a través de mis poros y me desgarraba, similar a que si fueran cuchillas.
Un patio cuadrado formado por una bella arquería de color rojo y blanco, en el centro una fuente de cantera que no contenía agua pero olía a humedad. El piso de aquel patio se encontraba forrado por césped finamente cortado, parecía una alfombra en la cual se podría retozar. Los arcos no sostenían un techo, no eran mas que una delimitación que cerraba el patio del exterior seco y feo. Y creo que fue aquí donde comenzó a llover. Llovía pero no mojaba.
En un corredor largo caminaba, sentía en mis pies el frío de las lozas de mármol. Creo que solo vestía el pantalón, si porque sentí una brisa helada en mi espalda. Caminé por mucho tiempo sin ver nada más que las paredes blancuscas y el piso rojizo. Creo que en la pared de mi izquierda había ventanas, pero estaban muy altas y solo dejaban entrar indirectamente la luz del sol. La pared derecha era completamente lisa, solo una grieta en una sección se veía.
Hablaba con una persona. Estuvo muy animada la conversación y hasta parece que le conozco desde hace mucho tiempo, pero nunca la había visto. Le hablo sobre mi infancia y mis secretos, incluso menciono cosas que ni siquiera yo sabía. No puedo describirlo, sé que es un hombre y usa el cabello corto. Es de mi altura, y sus ojos… no puedo decirte, los veo pero no soy capaz de volverlos a imaginar. Me habla pero no escucho su voz, mejor dicho no entiendo el sonido, conozco e interpreto las palabras pero no sé entenderlo.
Estoy en mi casa viendo televisión, pero las imágenes son grises. Creo que es la repetición de una serie vieja, un hombre golpea en la cabeza a otro provocando risa a los espectadores fantasmas. No entiendo la comedia, me levanto del sofá y me dirijo a la cocina. Todo se encuentra oscuro, debe ser de noche. En el horno de la estufa veo como se hornea la cabeza de mi padre, se me hace agua la boca pues llevo mucho tiempo esperando comer tan delicioso manjar.
Ahora estoy en una cama, me encuentro desnudo. Siento como un cuchillo penetra dentro de mi pecho pero no logro moverme ni gritar. Me duele mucho. No sé quien realiza esa cirugía pero es muy limpia pues poca sangre brota. Hay una luz sobre mi rostro. Un líquido es introducido por mi boca a través de una manguera. Quedo con un sabor amargo en mi paladar. Siento como cierran la herida.
Abro los ojos a pesar de que nunca los cerré y veo el parque. Varios niños juegan a mí alrededor, y las familias se disponen a pasear. Los ancianos de aquella banca charlan sobre política, costumbres y los buenos tiempos de ayer. Me sentía desorientado. Revisé mi cuerpo a fin de encontrar alguna señal de lo que había pasado. Pero nada encontré. Mi primera impresión fue que todo eso solo era un sueño pero en el bolsillo de mi camisa encontré una pluma anaranjada de algún tipo de ave. Escucho las campanadas de la iglesia cercana y descubro que son apenas las cinco de la tarde.
–Ahí lo tienes, solo un sueño. Por favor, deja de ser tan melodramático.
–No comprendes que en realidad todo eso pasó.
–Es que es increíble.
–Fue demasiado para mi. Creo que estoy enloqueciendo pero en realidad estuve en todos los lugares y vi a mi madre. Pero lo que más me extraña es la razón de todo ello. Quisiera saberla.
–Es solo tu inconsciente quien te juega una broma, un medio a través del cual resuelves alguna cosa del pasado. Un momento de loquera…
–¿Y la pluma?
–La metiste tú mismo en el saco y lo olvidaste.
–No sé para que te conté todo esto. Sabía que no me creerías.
–Bueno, pero no entiendo por qué te afecto tanto.
–¿Por qué? Pues por que de lo contrarío la gente no me vería tan raro.
–Te estas volviendo paranoico…
–No, no estoy paranoico solo consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Mira como esa señora se queda viéndonos feo. O ese hombre no deja de cuchichear con su esposa.
–Tonterías. Nadie se fija en nosotros.
–En eso tienes razón, se fijan en mi ya que soy al único que ven. Ahora lo sé.
–Me asustas.
–¿Qué razón tienes en asustarte? Solo charlo contigo y los demás no te ven, así que poco has de temer. Nadie te hará daño.
–Estás enfermo Arturo, deberías ir con alguien que te…
–Pero si ya vienen, mira.

–Ese es solo un niño.
–Eso quieren que pienses, pero yo sé que me ha seguido. Estuvo donde yo estuve. Si, ya lo recuerdo.
–Basta, no es gracioso. Déjate de bromas.
–No son bromas.
–Claro que sí, y de muy mal gusto. Sabes qué, luego nos vemos por que tengo muchas cosas que hacer.
–¿Cómo que? Yo soy el que hace las cosas, tu solo eres imaginario.
–Ya me cansé de eso. Mira cómo soy de real que te daré un puñetazo para que me creas. Te estas volviendo loco.
–Por supuesto, de lo contrario no te vería ni hablaría contigo.
–¡Cállate! Sabes qué, no eres un buen amigo. No eres confiable. Así es que vete.
–Tú esfúmate.
–No, tú. Ya que tu personalidad resultó ser más loca que yo.
–Estas diciendo que…
–Ciao Arturo, ya no me sirves como escape de la realidad.