Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

lunes, enero 22, 2007

Armonizaciones XII

El miedo, nuevamente el miedo intenta seducirme. Intentó huir de él pero me persigue. Los murmullos y las sombras retornaron a mi hogar. Siento sus presencias pero ahora acompañados por un nuevo compañero. Estaba tan bien, en silencio y solo. ¿Por qué debían volver? Es porque recuerdo. El tiempo camina y cada vez se hace más nítidos mis recuerdos.
Me siento en mi sillón, desesperanzado espero que llegue aquello que durante muchos meses me ha perseguido. Estoy cansado de luchar, de escapar. Únicamente me hago una pregunta ¿A dónde se ha ido la normalidad? Por Dios, esa pregunta de nuevo. Me la he respondido infinidad de veces pero aún me sigue rondando la cabeza. Tal vez el error esté en cómo la formulo, quizá lo que quiero saber es ¿Qué hice para dejar de ser normal? Reconozco que sigue teniendo sus inconvenientes esta cuestión pero es más acertada que la anterior.
¿Qué fue lo que hice? Tal vez enamorarme de Nicolás, pero no de aquel que está ahora bajo tres metros de tierra sino del que conocí una tarde lluviosa. Tal vez dejé que él me sedujera hasta perder la autonomía de mis actos y no preocuparme más por ellos. Quizá haya sido el estorbo entre dos personas; aquel que no es bien recibido en una fraternidad. También pudo ser mis deseos perversos, mis fetiches e ideas que para cualquiera serán deplorables. No puedo ser amado por todos, pero puedo abstenerme de amar o de solo apegarme a algo.
¿Me arrepiento de mis actos? Quizá, a veces creo que si; no estoy seguro. Ahora en la oscuridad, y sin siquiera con la luz de la lámpara afuera de mi casa, veo pasar un interminable sequito de seres, pero es uno el que más terror me produce. Tengo frío, tengo sueño, y unas ganas de que me sodomicen. Extraño momento para que mi libido se despierte, pero estoy desnudo y creo que puedo, al menos, consolarme manualmente.
Y aún pregunto por qué no tengo normalidad. Claramente estoy desquiciado, solo yo tengo tal tipo de preferencia por los hombres (tipos enormes y velludos, un horrible oso es lo que me haría feliz), y de cómo quiero ser sometido por ellos. Soy un ser asqueroso, pero eso es lo que me gusta y no tengo a nadie a quien dar explicaciones. Simplemente me siento mal por no haber cumplido mis expectativas.
De joven pensaba que encontraría a una chica linda, amorosa, que me haría feliz. Estaba lleno de amor para entregar, un romántico que no dejaba de escuchar patéticas canciones de ritmos tenues y sensibles. Pero esta idea solo se gestaba en mi cabeza pues, al mirar a mí alrededor, solo veía a mujeres que nada podían ofrecerme. Sus formas no encendían mis ánimos y las charlas de los chicos, al hablar de ellas, me resultaban desagradables. Yo me sabía hombre, (mejor dicho me sé hombre) pero nada en el mundo femenino me provocaba el menor apetito.
Todo lo que desean los hombres yo lo quería aún más, pero eso solo era un anhelo. Un día caí en la cuenta que algo andaba mal en mis pesquisas. Hace varios años me senté en este mismo sillón e hice retrospectiva de mi vida, analicé cada pensamiento, cada idea sobre mi propia identidad y frente a mis ojos se reveló una verdad que aún siendo evidente (en imágenes, conductas y pensamientos) no quería ver. De niño sabía que no era normal, pero en ese momento me sentí totalmente anormal. Lloré mucho, no quería admitirlo. Necesitaba negarlo pues no quería ser señalado o juzgado o, simplemente ser la comidilla de mis amistades.
¿Esto qué tiene que ver con Ernesto o con Nick? Es la historia de mi existencia la que se unió a la de ellos, así es que si he de responderme he de hacerlo desde el fondo. Yo sé, por supuesto, lo que ocurrió después de mi gran iluminación, lógicamente lo hablé con las personas en quienes más confiaba y comencé a dejar de buscar excusas para cada acto de mi vida. Por fin me sentí libre de algo que no sabía que me aprisionaba. Fue entonces que conocí por medio de la Red a un hombre de esta ciudad. Ya he comentado sobre mis gustos bizarros, pues bien, él calificaba dentro de ellos. Le conocí e intenté enamorarme de él, pero ninguno de los dos estábamos dispuestos a hacer tal cosa. Yo solo quería que fornicara conmigo. Me gustaba el dolor que me producía en cada penetración, el olor a sudor después de que él salía de trabajar como cargador en el mercado, su temible aspecto, la irritación de su pelaje. Él quería un culo para coger y yo una verga para lamer.
Con anterioridad había conocido a Ernesto y a Nicolás, de quien me enamoré realmente, pero sabiendo que eso no podía ser me consolé con “El mamado”, como se hacía llamar mi amigo de la Red. Pero este, cuyo nombre era Mario, vio a Ernesto junto a Nick y a mí en una ocasión mientras caminábamos por la calle y decidió que quería carne nueva. Sin saberlo comenzó a seguirlo. Mario y yo no teníamos ninguna razón para no confesar nuestros gustos por otros hombres y me informó de su apetencia por Ernesto. Realmente no me importó y le hablé de él, nunca pensé que haría lo que hizo. Provocó la locura en Ernesto y éste casi me mata cuando supo quien era su agresor. Luego se complicaron las cosas con los problemas de Nicolás y su muerte a causa de ellos.
Mario siguió a Ernesto por mucho tiempo, y si este no me denunció la primera vez fue por un sentimiento amistoso o de pena. Desconozco si “El mamado” ha vuelto a lastimar a Ernesto como lo hizo la primera vez, solo sé que lo ha tenido a sus espaldas por todo este tiempo. Por mi parte lo sigo viendo, de hecho, en medio de esta oscuridad lo veo de pie frente a mi apoyado su cuerpo contra la pared y los brazos cruzados.
Mí querido Nicolás… Siempre estuve a su lado y él al mío, mas nunca comprendí los diferentes aspectos de su vida. Ahora que lo pienso, prácticamente me resulta un desconocido. Tengo la sospecha que todo este conflicto de identidad estuvo orientado a que fuera yo el que muriera tan raramente. Sus palabras, sus sonrisas, tenía todo por lo cual había estado celoso desde hacía tanto tiempo pero nunca fue sólido. Un día, como cualquiera, dejó de visitarme provocando que del fondo de mi alma una maldita soledad irrumpiera mi vida. Voces del pasado, del futuro, de mi mismo me atormentaron. Espectros imaginarios y reales se dedicaron a interrumpir mi sueño y mi día. Fui esclavo de algo que no podía controlar y que no era cierto.
Nicolás estaba enfermo pero ignoro de qué. Dirán que eran un hombre perturbado mentalmente o que sufría una anormalidad genética o quizá un tipo de virus lo infectó, cualquier opción es válida. ¿Cómo sé de su enfermedad? Es algo que se siente dentro, una intuición que anuncia los problemas, pero esto no es ya relevante.
Después de esto no se produjo otro inconveniente lamentable. Ernesto fue feliz, según creo. Nicolás siguió su vida normal a pesar que entre los hombres yo seguía siendo él. Por mi parte quedé atormentado. Esto no tiene sentido, ¿porqué yo debía ser él único que fuera castigado? No es justo. Jamás me conformaré. Quiero entenderlo todo, quiero saber que extraño plan a tenido ese Dios para conmigo, pero para ser sincero, no creo en él. Es una invención para someter a todo el universo a una solo dirección, una institución de lo que es y lo que no es. No, yo no creo ya en la normalidad, eso es seguro. Pero tampoco creo que las cosas sean como son.
Armonía, pura armonía es lo que busco ahora. Las dificultades que a cada día se presentan solo son inconvenientes, un momento de pausa para perfilar los senderos que se siguen. Creí que debería ser un único camino pero descubro en él infinidad de sendas que no se separan de él, solo esquivan las piedras y estorbos, sirven de puente, son ayudas, son caidas, son parte del todo.
Sentado, frente a las tinieblas y con solo una sombra junto a mi (enorme sombra de un hombre que en varias noches me produjo grandes placeres), dejo de reflexionar sobre el momento. De todos modos, aquello que ha pasado me ha llevado a este punto del cual estoy impedido de huir. Veo su sonrisa, no sé como logra hacerla ver pero lo hace. Es ahora que puedo decir que todo fue un sueño, un deseo de realidad que he conseguido. Un fantasma me persiguió por meses, por años debería decir. Se mostró frente a los hombres y estos quedaron inmiscuidos en la misma maldición. Dejé que algo que es imposible de controlar atacara y destruyera el equilibrio de los otros. ¿Qué era? ¿Un humano, un demonio, un fantasma? Podría preguntarle a mi antiguo amante pero no veo razones para hacerlo. Él es quien es, yo solo soy y los demás…
Bueno, en realidad que importan los otros, fue a mí a quien me desgastó y uso. Ya basta de quejas y reclamos a mi memoria, solo me quedan los segundos del presente para actuar. Nada está como debería estar, si así fuera todo sería muy aburrido. Es como si miles de tocadiscos estuvieran girando uno al lado del otro, dejando que los propios discos casi se rozaran; yo estoy de pie y caminando sobre uno de ellos, permito que gire por si mismo mas no por eso caigo. Además soy capaz de caminar entre este campo sin perder el equilibrio y sin dejarme llevar por el movimiento pues yo mismo transito sobre todos ellos. Creo que esto es la armonía y si así es, entonces lo único que quiero y haré es dormir. Ya concluyó todo, pero las consecuencias nunca menguarán. Soy Nicolás Orendaín, solo tengo veintiséis años y estoy fastidiado.

Armonizaciones XI

Yo era ahora el señor Nicolás Silva. Eminente licenciado con un despacho en el segundo piso en la afamada Torre Goodenough. Cuento a mi servicio con una linda secretaria que cada mañana me entrega la correspondencia y los mensajes que recibo cada día, y quien no se cansa de coquetearle a su apuesto jefe sin tener en cuenta el desprecio que este siente hacia las mujeres. Visto siempre de traje y conduzco mi automóvil. Gusto de las fiestas y reuniones con mis amigos, además de escuchar cada mañana al despertar la misma canción desde hace varios meses. Gano el suficiente dinero como para darme el lujo de vacacionar cada año en algún punto del país. Una buena vida diría yo, lástima que todo esto haya sido conseguido por otra persona.
Pero en mi casa, la casa de Nicolás Orendain estos falsos recuerdos se revelan como lo que son, falacias. Mi hogar se encontraba destrozado, primero por el ataque de Ernesto y después por los policías, quienes sin un mínimo de gentileza destrozaron más de lo que encontraron. Suspiré hondo al ver el desastre. Nick me acompañó todo el trayecto del hospital hasta mi domicilio y se ofreció a ayudarme a limpiar. Ese gesto, siempre típico en él, me conmovió hasta las lágrimas. No sé cómo lloré tanto ni porqué lo hice, pero sé que lo necesitaba ya que, al acabar, tenía los suficientes bríos para actuar.
Mientras trabajábamos en dar orden al caos de mi sala no pude guardar por más tiempo mi duda. Pregunté a Nick el porqué el hospital y la policía decían que era él, es decir, Nicolás Silva. Por algunos segundos permaneció en silencio, meditaba cada palabra y analizaba mis posibles reacciones.
–Primero fue por el hospital. –comenzó a decir deteniendo su labor– Utilicé mi seguro de gastos médicos para ayudarte. Tuve suerte que funcionara. Sin embargo se complicó con la policía ahí, así fue que evitando otro conflicto decidí cederte toda mi identidad. Nadie dudó que fueras quien decías ser, o mejor dicho quien decía yo quien eras.
–Bien, entiendo. –dije, pero con algunas reservas de mi parte– Entonces, ¿Cuándo volveré a ser yo?
–Ahora mismo si lo deseas. Pero te recomiendo que mantengas este jueguito por un tiempo. Por lo menos hasta que Ernesto este bien. –respondió con un sonrisa que no me tranquilizó. Movía algunas fotografías que habían caído al suelo.
–¿Así es que fue a Nicolás Silva a quien agredieron? –trataba de entender esta situación.
–Técnicamente si. –dijo Nick encogiendo los hombros y sin verme a los ojos.
Me quedé mirándolo un momento mientras levantaba las imágenes con sus respectivos marcos. Pensaba que tan cierto era que ambos podíamos pasar por el otro. Recordé las identificaciones y como en el hospital no dudaban de mi identidad. Francamente no teníamos un aspecto similar. Nick era un poco más alto que yo, su cabello era castaño y un poco largo. Compartíamos el mismo color de ojos, pero sus facciones eran algo toscas; cara cuadrada, ojos almendrados, nariz pequeña casi puntiaguda, y su boca grande con labios delgados. Ni siquiera en la complexión concordábamos, el era más delgado. Supongo que quizá para un ojo que no nos conozca podríamos pasar por hermanos, pero para mi eso me resultaba prácticamente imposible.
–Eso a ti no te conviene –espeté con un tono de desafío, había olvidado el trabajo que realizaba– tu resultaras el perjudicado ante los demás.
–Si, pero hay algo más. –dijo eso último casi en susurro mirando una fotografía.
–¿Qué es?
–Pues… me da seguridad. –Ahora me miró a los ojos.
–¿Cómo dices?
–Mira Nico, necesito el tiempo que este incidente me da para resolver algunos problemas.
–¿Cuáles? –quise saber, al fin y al cabo era mi vida la que se estaban robando.
–No Nico. Confórmate con ser yo y estar seguro por el ataque. –bajó nuevamente la mirada y en tono de súplica dijo– Necesito tu ayuda.
–Entonces dime que ocurre.
–Nicolás –comenzó a decir con solemnidad entregándome la fotografía que tenía en sus manos– yo sé en lo que me he metido e incluso tu mismo lo has comprobado ya. Este plan también te beneficia a ti, lo sé.
Esto último me sorprendió. Miré aquello que me entregaba y se trataba de la misma fotografía que Ernesto había visto y con la cual había enfurecido. Fue cuando me di cuenta, me vi descubierto e intimidado nuevamente. No dejé que estas emociones me invadieran y antes de que cualquier indicio de ellas asomara me apresuré a decir.
–Muy bien. Te conozco y confío en ti. –nada más falso en esos momentos.
–Gracias. Si me permites, iré a prepararnos un té. –Y sin dejar que le detuviera se dirigió hacia la cocina.

–¡Lárgate de mi casa! o si no… –gritaba rabioso Ernesto.
–¿Acaso me estás amenazando? Que pendejo eres. Soy más fuerte mientras que tú te orinas de miedo.
–Ya deberías estar satisfecho. ¿Por qué me sigues atormentando? –decía Ernesto con lágrimas en los ojos.
–Porque me gustas y te quiero. Así que, cállate y déjame hacer. –y de un zarpazo “El mamado” lanzó al suelo a su anfitrión.
Durante más de medio año Ernesto no había visto su casa. Pero al regresar del hospital la encontró arreglada y limpia. Imelda lo acompaño durante el trayecto del nosocomio a su hogar y no solo eso, también se hizo cargo de arreglarla para cuando él volviera. Pocas palabras pronunciaron durante el recorrido, solo miradas y sonrisas hablaban por ellos.
Ernesto estaba al tanto de lo ocurrido con Imelda y Carlos. Ambos estaban heridos y prácticamente sufrían del mismo mal, el abandono. Jamás se mencionaron esos hechos, ya era suficiente para cada quien lo que habían vivido. Ella lo visitaba con regularidad durante el tiempo en que estuvo él internado. Sus charlas trataban de los temas de menor importancia y de los que nunca se les había ocurrido conversar. A pesar de las circunstancias sentían como sí volvieran a vivir aquellos años de adolescencia cuando se compartían todos sus secretos e incluso mentiras. Ambos tuvieron una relación afectiva durante los primeros semestres de la preparatoria, pero el verdadero deseo de Ernesto se manifestó y luego de largos reproches, lágrimas y silencios recuperaron con solidez la amistad que siempre se profesaban.
Ella lo dejó recostado en el sofá cubierto por una franela color tinto, le besó en la comisura de los labios como despedida y se marchó. Ernesto no tardó en dormir siendo aún las cuatro de la tarde. Una hora después, y sin haber sentido el paso del tiempo, Ernesto fue despertado por un sonido. Era incapaz de reconocer de qué se trataba. Se levantó y miró alrededor. Su corazón latía con fuerza, de nuevo el miedo lo invadió. Pensamientos de negrura le robaron la mirada y sin saber cómo vio frente a sí a un monstruo. Un grito salió de su pecho pero este fue cortado en el acto por la visión de una navaja en la mano del hombre. Su maldecidor estaba en casa.
–¡No! ¡Basta! ¡Aléjate! –gritaba Ernesto tratando de escapar.
Ante la defensa que exhibía Ernesto, agitándose y empujando, “El mamado” le propinó un puñetazo a la cara. Levantándose luego comenzó a patearlo por los costados y en el rostro. El dolor que hacia meses había sentido renacía. Era como si las cortadas volvieran a abrirse y brotaran los moretones en la piel.
Ernesto gritaba y lloraba, pedía auxilio y a cada golpe que intentaba dar lanzaba un rugido como si con ello fuera más amenazante y fuerte. Pero todo era inútil, estaba sometido al capricho de Mario. Sentía el pelaje de su rostro sobre su cuerpo, sus manos sujetadas en su espalda y sus piernas clavadas al piso por las piernas fuertes y gruesas del hombre-bestia. Ernesto rugía por el dolor y los recuerdos, Mario por el placer que quería experimentar y que de hecho ya sentía; mientras más luchaba Ernesto por zafarse más excitado se ponía.
La ropa en ambos fue arrancada. ”El mamado”, en medio de golpes e insultos, penetró por el culo a Ernesto quien ya sin fuerzas y dolido no le sintió.
–Que rico ¿verdad? –decía el hombre mientras copulaba– Pinche bastardo, ¡ah! Me encanta tu culo. Mmm… Si, así.
Mientras tanto unos niños desnudos, con la piel pegada a los huesos y sentados en el frío linóleo del piso, observaban con detenimiento la escena que se llevaba acabo. Uno se llevó la mano hacia su pene y estimulándolo consiguió una erección, segundos después un líquido blanco salía de él. Viendo lo ocurrido sus compañeros comenzaron a reírse. Mario se giró al escuchar las risas y sin dar crédito a lo que veía frunció el seño y esbozó una maldición. Los niños se esfumaron en el acto, atemorizados por la furia del hombre.
El acto sexual terminó rápido. Ernesto quedó tendido en el suelo, sentía como si toda la realidad se convirtiera en un sueño. Lo que vivía no era más que fantasía, una ilusión producto de sus problemas mentales. Anhelaba que estos fueran reales para así no sentir en verdad lo que padecía de nuevo. Pero no pudo negarlo. Sintió el filo de una navaja en el cuello y de un movimiento rápido, sujetado por la cintura, fue levantado. El aliento fétido de la boca del “Mamado” llenó la suya en un beso más amargo que el del propio Judas.
–Eso fue todo. Si pusieras más de tu parte no te dolería tanto. –decía Mario mientras llevaba a su consorte a la cama. –Te dije que vendría y cumplí. Y aunque tú no quieras seguiré viniendo. Ahora chúpamela que ya estoy listo para uno nuevo.
Pero Ernesto no respondía. Tan herido se encontraba que perdió el conocimiento. Mario decepcionado lo dejó tendido y salió de la habitación.
Ya entrada la noche Ernesto despertó. Aterrado se alzó de la cama y miró en la oscuridad. Se encontraba desnudo pero sin dolor. Temía que su agresor se encontrara aún en casa. Revisó el cuarto en tinieblas sin encontrarle ahí. Decidió entonces encerrarse en su habitación con el fin de defenderse. Sintiéndose seguro encendió la luz y observó su cuerpo, tenía marcas por todos lados pero no le dolían. Las magulladuras, laceraciones, cortadas y golpes le eran deliciosas al menor contacto con sus manos. Sentía un extraño placer por todo ello y sonriendo a su reflejo decidió abrir la puerta. Frente a él se encontraba “El mamado”.
–¿Te gustó? –preguntó este.
–Si y quiero más. –respondió Ernesto.
–Así me gusta. –y al decirlo entró a la habitación. Unas risitas y un ligero llanto se escuchaban en algún lugar de la casa.

Armonizaciones X

Estoy nuevamente en casa, sentado frente al monitor de mi computador. De nuevo regreso a la dinámica que durante un año he estado llevando e incluso soportando. Vuelvo a este enajenante trabajo que me grita la traición hacia mi profesión. Mas ¿Cómo podría ejercerla siendo que ya no soy quien fui? Además de que poco a poco mi cordura se esfuma y sin ella es imposible aparentar la normalidad que tanto se exige.
No entiendo, no entiendo nada de lo que ocurre. Durante meses las sombras y los fantasmas que rondaban mi casa me atormentaron, pero ahora que se han ido su ausencia produjo un silencio que me cala, que me hace sentir escalofríos. Ahora si puedo decir que estoy solo. ¿Qué fue lo que los exorcizó? Me parece que desde la llamada confirmatoria de la muerte de Nicolás todo cesó. Muerto, al fin muerto. Al fin un descanso que pedía a cada momento pero que me resulta ya desesperanzador. Creía que ese dolor tenía un propósito, era algo que me guiaba pero también lastimaba. Sin embargo se ha ido y al ser libre nuevamente no puedo soportar la idea de regresar a mi pasado.
El último recuerdo de Nicolás Orendain, y del cual debe iniciar nuevamente a vivir, es la estancia en el Hospital Central de la ciudad. Pero debo decir algo, resulta para mi de lo más difuso e incierto tal memoria. Creo que Nicolás estaba a mi lado en la ambulancia ¿o era el paramédico? He aquí lo dudoso de mi pasado, de él no me es posible retomar mi vida, pero no tengo otra opción.
Pues bien, si soy incapaz de recordar mi historia como Nicolás Orendain quizá lo más conveniente sea recordar el año que fui Nicolás Silva. Cambié de apellido en circunstancias de lo más confusas. He de decir que me enteré que era el señor Silva al salir del hospital. Mi expediente médico llevaba escrito tal apellido, además de mis identificaciones. Lo más sorprendente de estas últimas se debía a que el hombre que aparecía en las fotografías era, en efecto Nicolás Silva, mi mejor amigo desde la facultad. Pero sus credenciales eran tan anteriores (él debía de contar con dieciocho años cuando las tramitó) que podría jurarse que ese chico era yo a esa edad. No intenté aclarar tal confusión, ya tenía suficiente con las averiguaciones por parte de los policías acerca del atentado que sufrí.
Durante los interrogatorios y la averiguación siempre fui llamado “Señor Nicolás” hasta el final de todo el papeleo descubrí que también en tales registros se encontraba el mismo error que en el hospital.
¿Qué pasó con Ernesto? Según me contó luego Nicolás lo encontraron en su casa gritando aterrorizado sobre niños y demonios que le perseguían para devorarlo, además de ser incapaz de caminar. Quien lo señaló fue el propio Nicolás y con esto quedó rota la relación que por tantos años vivieron. Salió a la luz el incidente que padeció varias noches atrás. Según los especialistas, su comportamiento anormal se debía a tal experiencia. El juez, al escuchar el diagnóstico (trastorno psicótico breve con desencadenante grave), además de que yo mismo retiré la demanda (he de decir que sentí lástima por él), decidió recluirlo en el Hospital Psiquiátrico Norte durante seis meses.
Durante el tiempo que permaneció hospitalizado no le visité, de hecho cuando le vi nuevamente fue en el funeral de Nicolás. Sin embargo de este he de decir que nunca se separó de mí durante las dos semanas que pasé internado. Estuvo a mi lado durante las audiencias y durante el proceso de Ernesto. Desconozco si tuvieron ambos contacto, eso no me importa.


–Sabes que estoy enfermo –dijo con sarcasmo Ernesto– No conviene que me molestes. Es malo para mi recuperación.
–No digas tonterías que para estar loco eres más cuerdo que los propios médicos –respondió Nicolás sin el interés de que sus palabras resultaran graciosas.
–¿Qué quieres? –pregunto con un dejo de desafío.
–Saber el porqué de tu reacción. No lo entiendo. Se supone que se debe a un trastorno traumático de no sé qué, pero no lo creo.
–Claro que no. Yo era conciente de lo que hacia además de que lo que vi era real.
–De eso último no estoy seguro pero no me importa. –Nicolás bajó la mira para decir– Me interesa saber que te orilló a lastimar a Nico de esa manera.
Los rayos del sol caían sobre el patio del hospital psiquiátrico. Dentro de un enorme cuadrado rodeado por muros sin enjarrar se hallaban varias mesas con sombrillas en donde pacientes y visitantes se sentaban para charlar o descansar. En el centro del cercado se encontraba una fuente de azulejos azules a la altura del suelo, a su alrededor cuatro jardineras rebosaban de plantas verdes y algunas pocas flores. Un gran árbol de jacarandas sacudido por el viento dejaba caer sus flores violetas sobre las lozas del piso. Cualquiera pudiera esperar que un hospital de este tipo estuviera gobernado por el caos, los gritos y la fuerza de enfermeros controlando a los pacientes, pero eso no es la realidad. A pesar de encontrarse en la parte más bulliciosa de la ciudad los ruidos del exterior quedan bloqueados por las puertas de hierro que dan entrada al recinto.
Los pacientes caminan por los corredores bajo la mirada de las enfermeras y las religiosas que se encargan del hospital. En ocasiones se escucha a algún paciente cantar o hablar de años pasados que nunca pasaron. Pero nadie parece peligroso, las miradas perdidas y los lentos movimientos manifiestan cuan medicados y sedados se encuentran los internos.
–Lo expondré claramente y espero que lo aceptes­– dijo Ernesto inclinando su cuerpo hacia Nicolás y apoyando los brazos sobre la mesa.
–Espero que seas sincero. –espetó Nick.
–Siempre lo he sido contigo –la voz de Ernesto denotaba molestia, luego pasó a convertirse en un susurro– sentí que debía ser él el objeto de mi venganza. Me dolía la impotencia, la vergüenza.
–Eso no tiene sentido.
–Pero para mi si –contesto indignado Ernesto– ¿Crees que soy tan mediocre como para quedar reducido a sentimientos de autocompasión y desconfianza? Te equivocas, necesitaba regocijarme conmigo mismo. Estaba humillado por tanto debía resarcir el daño que me cometieron.
–Bien, mas no entiendo porqué Nicolás. Tienes a los otros tipos que te acompañaban e incluso a mí…
–Eso fue por ti. Me lo presentaste y lo aborrecí desde la primera mirada que le di. No me explico el porqué de ello solo lo sé. No tengo otra razón para haberlo hecho.
–Pero…
–Ya estoy cansado –dijo suspirando Ernesto, luego levantando la mirada llamó con fuerte voz– Enfermera deseo retirarme a mi habitación.
Una mujer de mediana edad se acercó. Vestía de blanco de pies a cabeza. Su aspecto no era mejor que el de cualquier mujer dedicada a este tipo de menesteres. Ernesto se levantó de la silla cuando ella se colocó a su lado y dijo para despedirse:
–Por cierto. Nicolás fue cómplice del crimen. Solo por esa razón no levanté ninguna denuncia. Por lo menos no dirás que no tengo corazón.
No permitió que otra palabra se pronunciara. Caminó acompañado de su guardiana por el corredor hacia el área de camas. Mientras Nicolás se dejaba caer nuevamente en la silla de jardín, alzó la mirada al cielo y miro anonadado el caminar de las nubes.

Armonizaciones IX

En cuanto Nicolás abrió la puerta a Ernesto, esté entró con la misma intensidad con la que golpeaba la puerta.
–Ernesto… ¿Qué ocurre? –preguntó Nicolás.
–Nada, solo quiero charlar. –respondió apretando los dientes.
–Pues adelante, te escucho. –dijo Nicolás con poca convicción.
–Soy el hombre incompleto en todos los sentidos. –Comenzó a hablar Ernesto– Jamás he poseído ninguna de las características de los hombres. ¿Dónde está mi virilidad, mi masculinidad? Me he permitido suplantar el papel de una mujer.
El ímpetu en el discurso de Ernesto provocó que Nicolás necesitara sentarse. Sentía como el mullido sillón abría algo como fauces suaves por las cuales caía tragado en la oscuridad. Su rostro no podía esconder la sorpresa ante aquellas palabras. Un escalofrío surcó su espalda y por un momento presintió como si sus propios pensamientos hubieran sido escuchados por Ernesto. Ideas que él mismo había sentido y temía por lo que implicaban, pero ahora uno de los hombres más cabales que había conocido se desbordaba en un planteamiento que jamás hubiera imaginado en él.
–Ernesto… –dijo Nicolás con voz entrecortada– ¿Importa eso en realidad? No entiendo porqué hablas así.
–Porque tú te has puesto como meta quitarme lo que con ahínco he luchado por conquistar.
–Nicolás no quiere nada de mí, solo nos hemos encantado mutuamente pero nunca ha sido ni podrá ser pasional.
–Mi pobre ingenuo. –Dijo Ernesto en tono condescendiente, luego prosiguió con fuerza en su voz– Pero no es solo por Nico, sino por lo que tu mismo me representas y eso es mi incompetencia para vivir.
–¿Qué? Bromeas supongo, tu bien me conoces y sabes como soy. ¿Qué temes de mí?
–Nada temo, –alzando la voz Ernesto a cada palabra que pronunciaba– solo siento como la herida se abre y no logro curarla. ¡Mírame! Mira a este infeliz que solo sabe hacer nada y que en ello mismo consiste su conocimiento. Lo veo en tus ojos.
–¿Qué cosa ves? –preguntó atemorizado Nicolás.
–Tú mirada que me rebaja cada vez que estoy frente a ti. ¿Crees que no he notado como soy solo para ti una bestia que se mueve por impulsos? Soy imbécil y qué.
–¡Por Dios! ¿Eso crees de mí? –y diciendo esto de un salto de puso de pie Nicolás.
–Si. –respondió Ernesto secamente.
Una sirena cruza el espacio sonoro a no poca distancia. La noche no es silenciosa, ni siquiera los ruidos habituales de la naturaleza de aquellas horas son perceptibles. Pero paradójicamente ninguno de los dialogantes puede dejar de abstraerse en los posibles pensamientos del otro. Completamente mudos quedan ante la afirmación de Ernesto. No es quid del asunto que quería tratar, ni siquiera lo que en verdad dentro de su alma lo inquietaba, pero había logrado expulsar a través de su gruesa voz la furia que durante todo el día había mantenido encerrada.
La venganza, la necesidad de algún tipo de satisfacción lo llevó a Nicolás. Con Nico podría liberarse del dolor que le fue provocado, alguien débil con quien desquitarse. Alguien a quien lastimar y no fuera motivo de remordimientos pues una rencilla pasada justificaba cualquier acto cometido contra un tipo como él. Ernesto examinó de pies a cabeza a Nicolás. Con franqueza padecía de sobrepeso considerando su estatura un poco menor a la suya, una barriga perceptiva y vistazos de papada en el cuello. A pesar de ello poseía un bello rostro, una nariz recta que le daba un aspecto soberbio; sus ojos castaños enmarcados en dos arqueadas cejas medianamente anchas, su boca pequeña con delgados labios, que parecía rebosar cuando sonreía.
No había advertido hasta ese momento que Nicolás se encontraba vestido con una camiseta blanca que revelaba su complexión ancha, y en pantalones cortos negros con líneas que mostraban sus piernas, algo torneadas pero cubiertas de vello. La imagen le hizo sonreír, pero más que hilaridad fue pena por el ser que tenía delante.
–No puedo creer, –dijo rompiendo el silencio– que sea de esto por lo cual me siento intimidado.
Nicolás permaneció callado, desconcertado por la forma en que se vio interrumpidas sus cavilaciones.
–Lo tienes todo, te lo diré de verdad, eres bien parecido, lleno de ingenio y el extraño don de ser capaz de simpatizar con cualquiera. Te envidio.
–¿Envidia? Mira a quien le hablas de envidia. Llegaste gritando que eres incompetente, que te sumes en la decadencia femenina. Eso es mentira, mira tu manos y comprobaras que es todo lo contrario. Nota como las venas se ensanchan y se vuelven prominentes, como tus palmas se endurecen a cada esfuerzo que realizas, mírate delante de un espejo y descubre en tu rostro las imágenes de las experiencias que has vivido. De envidia me hablas, pues mira al ser imperfecto. Aquel que no es hombre, que solo imita sus gestos y acciones pero no las considera propias. Un mentiroso para su propia vida.
Otra sonrisa, la segunda de la noche. No era ya de hilaridad sino de coraje, en ocasiones las emociones llegan a entrecruzarse provocando efectos contrarios a los esperados. Un reconocimiento de ambos pudo haber llevado a la reconciliación, en cambio provocó la desesperanza.
–Ahora resulta que eres un aliado en esta mediocridad. –dijo Ernesto– ¡Estúpido! Ni todo aquello que uno sabe o conoce sirve para soportar vivir. Una bestia me juzgó y sentenció a sufrir del mayor placer que fue dado al hombre algo desastroso pues lo convirtió en pesadilla, y ahora soy solo una estadística en el mundo.
–¿Qué ocurrió? –Pregunto Nicolás angustiado.
–Un bastardo me violó y ahora, en todos los sentidos posibles pueden llamarme puto, marica, joto… que importa ya. Nunca me importó, yo me sabía quien era pero ahora ya no. Solo me queda el exterior para que me identifique.
–Nadie es capaz de escapar del dolor que provoca la humanidad. –dijo Nicolás en todo indulgente.
–¿Me consuelas? ¿Quién te crees para hacer eso? Estoy herido, humillado pero no pido tu misericordia. Ten por lo menos la gentileza de menospreciarme porque por ello vine.
–No te entiendo.
–Quiero desahogarme, quiero hacer sufrir a otro lo que yo sufrí. Quiero que te apiades de mí. –el rostro de Ernesto se descomponía en un rictus de demencia.
–Espera…¿Pero yo por qué? –la mirada de miedo de Nicolás estaba apunto de explotar en lágrimas.
–Por que quiero. Tu me desprecias, yo igual. Tú eres un microbio a quien puedo lastimar. Eres inferior y no me darás batalla…
Sin terminar de escuchar Nicolás corrió por la casa, bordeando mesa, sillas, muebles pero su falta de desenvolvimiento y pericia lo hicieron caer. Ernesto caminó decididamente hacia su compañero y pasando frente a una vitrina una fotografía le llamó la atención. La vio fijamente, los rostros le eran conocidos. Dos personas abrazadas por la cintura sonreían bajo el sol del mar. Uno de ellos era Nicolás y el otro… según parecía debía ser Mario. Aquel tipo de quien Nico hablaba con tanto entusiasmo.
De que otra forma podría llamarse al sentimiento de Ernesto en ese momento sino es el de ira ciega. Retirando la mirada de la imagen la posó sobre el derrumbado Nicolás que con dificultad intentaba ponerse de pie, figura más patética del terror. Se acercó a Nicolás y le propinó un fuerte puntapié en la cara. Un par de dientes cayeron de su sitio en un chorro de sangre que se tragó Nico. Este fuera de sí a causa del dolor comenzó a patalear, movía todo su cuerpo y de alguna manera golpeó las piernas de Ernesto tirándolo al suelo. Tratando de evitar la caída intentó sujetarse de la vitrina pero esta cedió a causa del peso rompiéndose el cristal.
Nicolás no dejaba de luchar por salir de aquella situación. Ernesto había perdido el interés por lastimar a Nicolás, quería matarle, y tomando un gran pedazo de cristal roto lo enterró en el estomago de Nico. La sangre brotó y comenzó a expandirse por la habitación. Nicolás dejó de moverse a los pocos segundos. Su respiración era lenta, moriría sin duda.
Ernesto se puso de pie. Observó la escena y quedó aterrado, era idéntica a la muerte del niño acaecida hace un par de días. El mismo olor de la sangre, el mismo silencio, y el mismo aturdimiento. Sentía miedo no por la culpa, sino por el recuerdo. Debía huir, pero estaba manchado por la sangre. Se encaminó al baño, abrió las llaves del agua y enjugó su rostro y sus manos. Levantó la mirada y se vio en el espejo, no era ya él. Gruesas arrugas surcaban su rostro, sus ojos verdes parecían huecos. No, no era el mejor momento para reflexionar sobre sí mismo, debía irse.
Salió del baño encaminándose hacia la puerta. Pero un sonido lo distrajo, similar a un fuerte suspiro. Se giró hacia Nicolás y vio de pie al lado del agonizante a un niño. Describirlo era imposible, solo sabía que era un infante el cual se inclinó hacia el hombre en el suelo lo suficiente como para tocar con su nariz el cabello rojizo de Nicolás. Para Ernesto era demasiado. Salió despavorido corriendo por las calles, similar a un desgraciado lunático que predice el inminente fin del mundo a cada hora. No se detuvo hasta llegar a su casa casi tres horas después.

Armonizaciones VIII

–No nací para ser alguien, ese es el punto. –comienzo a decir.
–Por favor, ve con otro que escuche tu autocompasión, Nicolás. Si es para esto para lo que me llamaste mejor me voy. –mientras lo dice gira su cabeza con desdén.
–Espera. Es que… si entendieras todo lo que dentro de mí se guarda…
–No Nicolás, no es lo que guardas es lo que haces con ello. ¿Crees que Nicky hubiera creído eso de ti? –y arquea la ceja derecha.
–¿Por qué sacas a Nick en esto? –me encuentro muy dolido.
–Por que siempre es de él de quien se trata, ¿o lo olvidas? –me responde irónicamente.
–Déjate de sarcasmos, no estoy para eso ahora.
–No, estás para victimizarte. Basta, bien sabes todo eso así que vamos, dime la razón por la que me citaste en este café.
Me dejó en claro que nunca fue nuestro destino ser amigable el uno con el otro. Pareciera que a Ernesto la muerte de Nicolás no le afecta. Tiene el semblante duro y frío. En un principio no era así. No le simpaticé del todo pero era amable, incluso cuando salíamos llegamos a bromear y comportarnos como amigos.
–Esta bien Ernesto. Discúlpame. Además tienes razón, también esta charla tratará sobre Nick.
–¿Y ahora qué pasa con él? –me pregunta cansadamente.
–Quiero poner en claro muchas cosas que quedaron mal planteadas en el pasado.
–¿Qué son aquellas cosas?
–Primero, el hecho que tu siempre mostraste hostilidad hacia mi.
–Por favor Nico. No vengas con cosas tan estúpidas. Eso quedó muy en el pasado. ¡Madura por Dios!
–Yo bien sé que no tiene mucho sentido pero es algo que aún me lastima, por favor… –le suplico.
–Me parecías un estorbo… –me comienza a decir.
Momentos inoportunos u oportunos según se vea. La camarera ha traído el café y una tarta de fresa para Ernesto. ¿Quién es el que crea estos instantes de interrupción? ¿Qué habría dicho Ernesto si no hubieran traído la orden? Se piensa en lo que se está apunto de decir, la mejor forma de hacerlo o la mejor mentira. Solo puedo esperar el que se reanude la charla mientras revuelvo el azúcar y el café.
–Entiende que Nicolás no era un hombre que entregaba por entero el corazón. Cuando lo conocí no era yo más que uno de sus “amiguitos especiales”. Luego se cansó de su pareja y vino a mí con su cursilería de que yo era todo para él y sus hermosos elogios hacia mí. Y como imbécil me dejé convencer. Yo estaba enamorado, pero sabía que algún día se cansaría de mí y así fue. El día en que te conocí comprendí que había llegado el final.
–Pero yo no hice nada para que eso ocurriera.
–Claro, pero eras quien absorbía toda su atención. Llámalo celos pero no me gustaba eso.
–¿Por qué no lo dijiste?
–Éramos jóvenes Nico, tú también lo amabas.
–Le amaba por lo que me hacia sentir de mí mismo.
Me es difícil continuar. Siento como las imágenes de aquella noche vuelven a atormentarme. Debo dejar que mi mente se despeje, recobrar la compostura de mis pensamientos. Bebo un poco de café y espero encontrar una salida para esto. Pienso que esta no fue la mejor idea. Pero debo decir algo más.
–Pero me alejé de ustedes en aquella noche. –digo bajando la voz.
–Solo lo hiciste por miedo. Siempre fuiste cobarde. –Ernesto me mira desdeñosamente.
–Un navajazo que requiere diez puntadas no es algo que se deje pasar por alto. –Le interpelo.
–Por esa acción te pido perdón, ya sabes porque lo hice. –No hay mucha sinceridad en su voz.
–Si, me dolió saberlo.
–jajaja No mientas si lo sabías desde un principio. –dice socarronamente.
–¿De que hablas?
–No sé porque no los delaté en ese momento.
–¿Qué?
Algo extraño está pasando. La conversación ha dado un giro que no entiendo. ¿De qué me acusa Ernesto? Me culpa de su violación. Pero ¿Por qué? Tengo que averiguar en que está pensando, qué ocurre dentro de él.
–Ernesto, explícame porqué me acusas de aquello. Sinceramente no sé de qué me hablas.
–Ay Nicolás… muéstrame las fotografías que llevas en tu cartera.
–¿Cómo dices?... Bueno, aquí tienes.
–Aja… Muy bien… aquí esta. Mira esta fotografía.
–Soy yo.
–¿Con quién estas?
–Yo solo. No entiendo que…
–Y aquí, ¿qué vez?
El sudor empieza a empapar mi camisa y a escurrir por mi frente. Veía al individuo. El cristal del aparador reflejaba al sujeto que frente a mi accionaba la cámara fotográfica. Veo su rostro. Mi cámara era de las que la imagen aparecía en una pequeña pantalla y por tanto no era necesario colocarla frente al rostro. Por eso la sostiene a la altura del pecho.
–¿Ahora que dices?
–No, no es posible… ¿él?
–Así es. Debí decir que fue ese tal Mario del que tanto nos hablabas, pero no lo hice. Dejé en secreto todo ello por consideración a ti. Y pensándolo bien, creo haber hecho lo correcto, eras y sigues siendo muy ingenuo. Y, hablando con sinceridad, es por lo mismo que no me pesa haberte lastimado aquel día. Cuando vi la fotografía de ese hombre en tu casa supuse que estaban involucrados. Aún lo creo. –Sorbe un trago de café.
–Te equivocas –me siento nervioso, ofendido, sentenciado– no lo sabía. Pero aun así te pido perdón. Perdón por ignorarlo, por no entender tu ira, por ser quien soy.
–¡Cállate! Pero eso quedó en el pasado. No perdonado, pero en el pasado. Lo que si te diré es que no te perdono que hayas dejado que le pasara eso a Nicolás.
–Tú estabas con él, ¿Por qué no lo impediste tú? –este sería el siguiente tema de la conversación, y no iniciaba bien.
–Porque no lo sabía.
–Igual yo.
–Mentiroso –levanta en exceso la voz, los demás comensales nos observan– tu lo sabías bien. Y te atreviste a esconderlo y dejar que él muriera.
–No creí que estaría tan mal.
–Cualquier persona que sufre de ese mal. Necesita los cuidados correspondientes.
–No… no sé… bueno, si pero…
Me siento molesto. Lo sabía, él me culpaba de la muerte de Nicolás. ¿Cómo explicarle todo lo que padecí? Por lo menos se ha tragado lo de que no sabía lo de Mario y él. Por primera vez tener una cara de idiota ha servido de algo, pero no resta que me sienta culpable por ambas situaciones. Quizá debo confesarle que es verdad, yo provoqué todo ello. Que supe que Mario lo tenía en la mira y que Nicolás padeció todo ello a causa mía.
–Sé que bajo tu conciencia queda todo ello. –Me dice apuntándome con el dedo– Conociéndote, creo que ya has sufrido mucho y aún te queda por padecer.
–Es verdad, me siento culpable. –Es mejor mantener un poco más el secreto.
–Eso me alegra. Pues bien, estoy asqueado de estar aquí. Me retiro. –Dicho y hecho, se levanta y saca su cartera.
–Está bien. ¡No! Recuerda que fui yo quien te invito. Guarda tu cartera.
–No Nicolás, no quiero deberte nada. Aquí esta mi parte. Por cierto, a pesar de todo, creo que eres alguien que… vale la pena. Es el único elogio que recibirás de mí.
Ernesto sale del establecimiento. Su caminar tan esbelto y soberbio a muchos les hace girar a verlo. Yo por mi parte me he quedado solo. ¿Qué debo hacer ahora? Regresar a casa y seguir permitiendo que mis demonios me persigan. No, estoy harto de ello. Solo caminaré a cualquier lugar. Espero que me lleve mi paseo hacia donde quiero ir.

Arminizaciones VII

–¡Ya basta! Me tienes harto con tantas tonterías que dices.
–Cálmate estúpido, que soy yo la que tiene que aguantar cada tarugada que haces enfrente de todos.
–Si tanto te avergüenzo déjame en paz, y largarte por donde viniste.
–Ni que fuera una de tus bastardas con las que te acuestas.
Los rostros congestionados por la ira contenida. Largos años que en principio, bellos momentos fueron pasando y que al final torturas son el pan nuestro de cada día. Carlos e Imelda salieron de casa de ella cerca de las ocho de la mañana. Durante el desayuno y frente a la familia de la joven, la pareja se mostraba de lo mas encantadora, pero al cruzar el umbral en dirección a la parada del autobús todo ello se esfumó.
–¡Cállate! Bien sabes que eso es mentira. No entiendo como crees semejantes cosas de mí.
–Si eso cuentan de ti algo ha de haber de verdad en ello.
Carlos detuvo su réplica a esta última afirmación pues, ante una señal de Imelda, se giró observando como se acercaba Ernesto a saludarles. Imelda sonrió con su habitual cortesía, que cada vez que se veía esta perdía mucho de su sinceridad. Ernesto saludo a Imelda y después a Carlos. Él poco pudo fingir su disgusto de aquellos momentos contentándose con inclinar la cabeza en señal de cortesía.
El autobús de Ernesto llegó casi enseguida, siendo pues que le abordó. Al verse nuevamente solos, la pareja reanudó su discusión.
–Dime que es en realidad lo que te molesta. –Carlos decía con la mayor comprensión que podía.
–Bien lo sabes tú. Yo no te lo voy a decir. –dijo Imelda con tono de indignación.
–Es que esto siempre es lo mismo. No logro entenderte. Me canso de ignorar en que piensas y que quieres. Tan solo una vez dime lo que me quieras decir.
–Estoy cansada de ti. –Comenzó a decir Imelda, su rostro no parecía el mismo e igual que su voz en esos momentos– Cansada de verte día y noche. De estar a tu lado en cualquier lugar. De tu cuerpo poseyendo al mío. Estoy harta de que nada nuevo exista entre nosotros. Ya no te amo Carlos. Lo único que siento es la monotonía de una relación sin sentido. Envidio a Ernesto y Nicolás, son tan felices y creo que esa felicidad se debe su juego de encubrir su cariño. Carlos, no quiero que todos estos años juntos se pierdan en un momento, pero no se que hacer y mucho peor, no se que quiero yo.
En cuanto Carlos escuchó el ya no te amo, el resto del discurso perdió el sentido en su cabeza. Todas sus emociones, sus planes a futuro se esfumaban. Todo había terminado, a pesar de que Imelda había dicho que quería encontrar la manera de solucionarlo. Cuando el amor se acaba, todo termina. Sintió vértigo, hubiera querido sentarse en aquel momento. Mil pensamientos surcaron su mente: planes del fin de semana, de las próximas vacaciones, del asenso en su trabajo y con ello pedir la mano de su amada. Una vida construida se desmoronaba frente a sus ojos.
–Bien, he aquí lo que tanto quería decirte. Temía decirlo, me era más sencillo estar enojada contigo que admitir la posibilidad de quedarme sola. Dime, ¿ahora qué?
Carlos permanecía anonadado. Todo parecía estar enajenado a él. La voz y la imagen de Imelda parecían muy lejanas. No podía articular palabras.
–Perdóname por lo que acabo de decirte –prosiguió Imelda al ver que Carlos no hablaba– creo que debí ser más sutil con mis palabras, pero no podía seguir guardándome esto más tiempo. Terminé explotando contra ti y no eres tú el culpable.
–Imelda… –comenzó Carlos– yo te amo. Por favor no me hagas esto. No destroces la vida que he planeado para los dos.
–Carlos, esa es la vida que tu querías no la que yo quería.
Por fin, con un berrido, Carlos se desahogó. Dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas, luego cubrió su rostro con sus manos. Imelda trató de abrazarlo para confortarlo, pero Carlos repelió el gesto con su brazo. Su puño salió disparado dando en el blanco, el rostro de Imelda. Cayó al suelo ya desmayada con un par de dientes menos en su boca. Carlos retrocedió hasta chocar con la pared y ahí se sentó observando entre lágrimas lo que había hecho.
Las personas que pasaban en esos momentos veían con repulsión la escena que ante ellos se presentaba. La joven como muerta en el pavimento y un orangután de casi dos metros sentado a su lado mirándola. Uno desde su móvil llamó una ambulancia y a la policía. Una señora tomo la cabeza de Imelda tratando de despertarla. Algunos hombres, muchos de ellos maduros, rodearon a Carlos para sofocarlo si intentaba lastimar a alguien más.
–¡Imelda…! ¡Imelda…! ¡Imelda...! –Una voz gritaba mientras se acercaba. La madre de la muchacha se enteró de lo ocurrido, salió desenfrenada hacia el lugar del incidente. – ¡Maldito, la mataste!
Todos daban por muerta a la joven, pero unos minutos después recobró la conciencia. El dolor en la mejilla le punzaba y era incapaz de hablar a causa de la sangre dentro de su boca. Pasó un poco de tiempo y arribaron los paramédicos y los policías. Carlos se dejó guiar por estos últimos al interior de la patrulla, mientras Imelda era levantada del suelo para trasladarla al hospital.
Una hora después la calle estaba vacía. Parecía que nada había ocurrido. Entre los vecinos comentan el hecho en voz baja.
–Se veía que era un buen muchacho. ¿Cómo pudo hacer semejante cosa?
–Ella lo iba a dejar, ¿Cómo iba a permitir eso el hijo de Don Florencio?
–Sabía que andaba en malos pasos ese muchacho.
–Imelda se lo merecía, estaba muy mal criada la pobre.
Varias horas después Imelda se recupera en el hospital, entre su familia y amigos, y con los cuidados de los médicos y enfermeras. Al mismo tiempo Carlos daba su declaración entre burlas, golpes y ultrajes. El hecho fue televisado en el noticiero de la tarde haciendo que toda la ciudad se enterara de una verdadera historia de amor en estos tiempos.