Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

viernes, noviembre 10, 2006

Armonizaciones VI

La tarde transcurría con calma, un suave atardecer de tonos rojizos iluminaba un cielo azul. Para los transeúntes fue éste un día perfecto. Día de visitar al amigo enfermo, día de un trabajo no pesado, día de comer a la mesa con la familia. Pero Ernesto salió con rapidez de su casa, mientras dejaba que la puerta se cerrara a sus espaldas planeaba que haría ese día fútil.
Sus pensamientos divagaban por las varias imágenes que en sueños observó. Su pasado, su presente, y la posibilidad de un futuro. A cada paso que daba sentía las punzadas de los golpes que recibió la noche anterior. Trataba de disimular su dolor, sin embargo era perceptible un ligero balanceo al caminar.
Mantuvo un paso lento, seguía un plan mental que había fraguado mientras se arreglaba para salir. Cuadras y calles avanzaba, sentía la necesidad de caminar lo más lejos que pudiera. Pero esta necesidad le era desconocida, en sus pensamientos solo una cosa acaparaba toda su atención: llegar a casa de Nicolás. No sabía exactamente el porqué de este paso en su plan, pero tenía que hacerlo.
Luego de andar durante veinte minutos, y sentirse incómodo por el uso de los zapatos al caminar por tanto tiempo, se dirigió a la parada del autobús. Un pequeño grupo de personas junto a él esperaban al mismo transporte. Una joven pareja abrazados por la cintura, un hombre obeso sentado en el asiento de metal plateado, un muchacho con mochila al hombro y camisa desaliñada, una madre con un infante en brazos y otro tomado del brazo, y otros pocos a quienes no atendió. Al cabo de cinco minutos el autobús se acercó a ellos. Dos, tres personas bajaron por la puerta delantera mientras que el selecto grupo de Ernesto esperaba para abordar.
Se mantuvo de pie sujetándose del asqueroso tubo de metal para no caer. Por la ventanilla veía a las personas pasar, estampas a las que nunca había prestado atención. El recorrido fue largo, pero sin ningún incidente como el día anterior. Se acercó a la puerta trasera para descender y antes de hacerlo la manita de un niño en el asiento contiguo rozó el dorso de la mano de Ernesto. Este se volvió para ver de quien se trataba; el niño le sonrió, Ernesto de devolvió la sonrisa, mas al bajar él escucho al niño decir: No son aún los días de ira. Ya en la calle, Ernesto se giró para ver de nuevo al niño, sin embargo el autobús continuó su marcha y se alejó de él con rapidez.
Se dirigió a la casa de Nicolás. Cruzó un par de calles y después de cinco casas se encontró frente a la puerta de su novio. Se quedó de pie, miró su reloj y leyó la hora: 7:48 pm. Nicolás regresaba del trabajo a las seis así que lo encontraría si llamaba a la puerta. Por unos minutos le aterró la idea de verlo, sentía como si él mismo ya no fuera Ernesto y cuando Nicolás lo viera no lo reconocería. Se sentía aislado, lo ocurrido a él solo le correspondía sufrirlo a él solo, no soportaría que se le mirara con lástima o desdén. Luego de reflexionarlo por varios minutos y considerar que este paso debía ser dado pulsó el botón del timbre y esperó la respuesta.
La puerta de metal negro se abrió y Nicolás con una sonrisa en el rostro recibió a Ernesto:
–¿Y eso que vienes tan elegante?
–Tonterías mías. –respondió Ernesto con fingido desdén.
–Deberías usar el traje más seguido. Se te ve muy bien. –dijo Nicolás guiñándole un ojo.
–Bueno, ya. ¿Me invitarás a pasar?
Una simple casa de un piso. Al entrar se sigue un corto pasillo hasta el patio en el cual las demás habitaciones se conectan. La primera habitación es la sala, la siguiente una pequeña habitación en la cual Nicolás había colocado un pequeño estudio con un librero y escritorio. La siguiente habitación es la recamara de Nicolás y por último se encuentra la que fuera el cuarto de sus padres. Un baño y al final del largo patio se encuentra la cocina y el comedor. Ernesto había hecho el mismo recorrido desde hacia tres años y conocía de memoria cada rincón de la casa. En la misma silla, en la misma cocina, frente a la misma mesa, Ernesto se sentó como desde hacia ya tres años, pero esta vez manifestando un ligero suspiro ante el dolor producto de la pasada noche. Mientras tanto, Nicolás preparaba un té para su inesperado visitante.
–¿Y a que debo tu visita? –preguntó Nicolás mientras entregaba a Ernesto la taza de té.
–Hoy no fui a trabajar y creo que no regresaré. –respondió Ernesto sin mirar a Nicolás.
–Pero ¿Por qué? ¿Qué pasó?
–Pues que todo es una maldita basura. ¡Todo! –y lanzó la mesa la taza que tenía entre sus manos derramando el líquido caliente sobre la superficie de la madera y de sus dedos.
–Tranquilízate. Dime que ocurrió.
–¿Qué otra cosa podría pasarme ya? –dijo Ernesto mirando con ira a Nicolás– que ayer, justo anoche un tipo me violó, me destrozó por dentro. Y que en aquellos en quienes pude poner algo de mi confianza la despreciaron dejándome sufrir de esa manera.
Nicolás al escuchar esto trató de abrazar a Ernesto, pero éste se levantó con rapidez impidiendo que lo tocara.
–No. No me toques. Ya tengo suficiente con lo que ahora sufro para añadirle tu lástima. –dijo mirando con despreció al Nicolás.
–¿Pero por qué piensas que siento lástima por ti? –Nicolás se acercó nuevamente.
–Lo sé. Lo veo en tus ojos…–Ernesto apartó la mirada escondiéndola observando una silla.
–No ves más de lo que quieres ver. Siéntate y hablemos.
–No quiero sentarme. Quiero irme de aquí. Solo vine a decirte lo que me pasó. –Ernesto cada vez hablaba con mayor rapidez y agitación.
–Espera. –dijo Nicolás tocando el hombro de Ernesto –¿Vas a hacer la denuncia?
–No. No quiero. Lo que quiero es venganza. –Al decir esto, Ernesto apartó de un empujón a Nicolás y caminó a través del patio hacia la salida.
–Por favor cálmate. Me empiezas a asustar. Nunca te había visto actuar de esta manera. –Dijo Nicolás mientras caminaba tras él.
–¡Es que nunca me había ocurrido semejante en mi vida! –gritó Ernesto, deteniéndose y girando hacia Nicolás.
–¿A dónde vas?
–A seguir con mí paseo. Aún debo visitar a alguien más. –Esto último lo dijo en voz baja.
–Sé con quien te diriges. –dijo Nicolás asustado y agregó –Pero déjate de autocompadecer y vamos juntos.
–¡No sabes nada! –gritó nuevamente y prosiguió su salida –Nunca has sentido lo que yo. No me reproches nada.
–Eres tú quien se lastima más de lo que debiera. –decía Nicolás mientras seguía a Ernesto– Tienes derecho a sentirte mal pero no a hacer lo que planeas. Terminarás mal.
–Eso a ti que te importa. Al fin y al cabo tienes a tu amiguito para consolarte o ¿qué? ¿Acaso crees que no sé nada de lo tuyo y Nico?
-Es por eso que vas con él ¿No es así? Intentas culpar y castigar a alguien por lo que te pasó. Pero él nada tiene que ver. Y sobre tus locas ideas, son eso locuras.
-Pues eso veremos, porque yo si lo creo. –Ernesto tenía la cara congestionada por la ira.
-No. Reflexiona antes de que hagas cualquier cosa. Estás muy dolido. Ven, charlemos. –pidió Nicolás a Ernesto en un último intento por tranquilizarlo.
-Me voy. –Y sin permitir a Nicolás decir algo más salió golpeando la puerta.
Nicolás continúo de pie, en silencio, observando el lugar por donde salió Ernesto. Tenía miedo pero no sabía el porqué de ello. Resurgiendo en sí el calor de su encuentro con él corrió a la sala y tomando el teléfono marcó el número de Nicolás.
El teléfono sonó, mas nadie contestó a la llamada. Nicolás colgó e intentó nuevamente, pero ahora al número celular. Nuevamente una negativa recibió de respuesta. El frío del miedo lo invadió de nuevo. Salió al patio interior de su casa y levantando los ojos al cielo vio como éste se encontraba ya estrellado. Era una noche clara, sin viento, mas la aprensión en su pecho lo mantenía ajeno a su alrededor. Caminó un par de pasos hacia atrás y apoyando su espalda en la pared, se dejó caer sentándose en el suelo.
–Por Dios Ernesto. Por Dios. ¿Qué cosas pasan por tú mente? –se dijo a sí mismo tratando de ponerse en el lugar de Ernesto.
Una voz en su interior se confundió con el susurro de los insectos nocturnos y le respondió.
–Es ira, es miedo, son sus demonios internos.
Y Nicolás comenzó a llorar.

Armonizaciones VI

La tarde transcurría con calma, un suave atardecer de tonos rojizos iluminaba un cielo azul. Para los transeúntes fue éste un día perfecto. Día de visitar al amigo enfermo, día de un trabajo no pesado, día de comer a la mesa con la familia. Pero Ernesto salió con rapidez de su casa, mientras dejaba que la puerta se cerrara a sus espaldas planeaba que haría ese día fútil.
Sus pensamientos divagaban por las varias imágenes que en sueños observó. Su pasado, su presente, y la posibilidad de un futuro. A cada paso que daba sentía las punzadas de los golpes que recibió la noche anterior. Trataba de disimular su dolor, sin embargo era perceptible un ligero balanceo al caminar.
Mantuvo un paso lento, seguía un plan mental que había fraguado mientras se arreglaba para salir. Cuadras y calles avanzaba, sentía la necesidad de caminar lo más lejos que pudiera. Pero esta necesidad le era desconocida, en sus pensamientos solo una cosa acaparaba toda su atención: llegar a casa de Nicolás. No sabía exactamente el porqué de este paso en su plan, pero tenía que hacerlo.
Luego de andar durante veinte minutos, y sentirse incómodo por el uso de los zapatos al caminar por tanto tiempo, se dirigió a la parada del autobús. Un pequeño grupo de personas junto a él esperaban al mismo transporte. Una joven pareja abrazados por la cintura, un hombre obeso sentado en el asiento de metal plateado, un muchacho con mochila al hombro y camisa desaliñada, una madre con un infante en brazos y otro tomado del brazo, y otros pocos a quienes no atendió. Al cabo de cinco minutos el autobús se acercó a ellos. Dos, tres personas bajaron por la puerta delantera mientras que el selecto grupo de Ernesto esperaba para abordar.
Se mantuvo de pie sujetándose del asqueroso tubo de metal para no caer. Por la ventanilla veía a las personas pasar, estampas a las que nunca había prestado atención. El recorrido fue largo, pero sin ningún incidente como el día anterior. Se acercó a la puerta trasera para descender y antes de hacerlo la manita de un niño en el asiento contiguo rozó el dorso de la mano de Ernesto. Este se volvió para ver de quien se trataba; el niño le sonrió, Ernesto de devolvió la sonrisa, mas al bajar él escucho al niño decir: No son aún los días de ira. Ya en la calle, Ernesto se giró para ver de nuevo al niño, sin embargo el autobús continuó su marcha y se alejó de él con rapidez.
Se dirigió a la casa de Nicolás. Cruzó un par de calles y después de cinco casas se encontró frente a la puerta de su novio. Se quedó de pie, miró su reloj y leyó la hora: 7:48 pm. Nicolás regresaba del trabajo a las seis así que lo encontraría si llamaba a la puerta. Por unos minutos le aterró la idea de verlo, sentía como si él mismo ya no fuera Ernesto y cuando Nicolás lo viera no lo reconocería. Se sentía aislado, lo ocurrido a él solo le correspondía sufrirlo a él solo, no soportaría que se le mirara con lástima o desdén. Luego de reflexionarlo por varios minutos y considerar que este paso debía ser dado pulsó el botón del timbre y esperó la respuesta.
La puerta de metal negro se abrió y Nicolás con una sonrisa en el rostro recibió a Ernesto:
–¿Y eso que vienes tan elegante?
–Tonterías mías. –respondió Ernesto con fingido desdén.
–Deberías usar el traje más seguido. Se te ve muy bien. –dijo Nicolás guiñándole un ojo.
–Bueno, ya. ¿Me invitarás a pasar?
Una simple casa de un piso. Al entrar se sigue un corto pasillo hasta el patio en el cual las demás habitaciones se conectan. La primera habitación es la sala, la siguiente una pequeña habitación en la cual Nicolás había colocado un pequeño estudio con un librero y escritorio. La siguiente habitación es la recamara de Nicolás y por último se encuentra la que fuera el cuarto de sus padres. Un baño y al final del largo patio se encuentra la cocina y el comedor. Ernesto había hecho el mismo recorrido desde hacia tres años y conocía de memoria cada rincón de la casa. En la misma silla, en la misma cocina, frente a la misma mesa, Ernesto se sentó como desde hacia ya tres años, pero esta vez manifestando un ligero suspiro ante el dolor producto de la pasada noche. Mientras tanto, Nicolás preparaba un té para su inesperado visitante.
–¿Y a que debo tu visita? –preguntó Nicolás mientras entregaba a Ernesto la taza de té.
–Hoy no fui a trabajar y creo que no regresaré. –respondió Ernesto sin mirar a Nicolás.
–Pero ¿Por qué? ¿Qué pasó?
–Pues que todo es una maldita basura. ¡Todo! –y lanzó la mesa la taza que tenía entre sus manos derramando el líquido caliente sobre la superficie de la madera y de sus dedos.
–Tranquilízate. Dime que ocurrió.
–¿Qué otra cosa podría pasarme ya? –dijo Ernesto mirando con ira a Nicolás– que ayer, justo anoche un tipo me violó, me destrozó por dentro. Y que en aquellos en quienes pude poner algo de mi confianza la despreciaron dejándome sufrir de esa manera.
Nicolás al escuchar esto trató de abrazar a Ernesto, pero éste se levantó con rapidez impidiendo que lo tocara.
–No. No me toques. Ya tengo suficiente con lo que ahora sufro para añadirle tu lástima. –dijo mirando con despreció al Nicolás.
–¿Pero por qué piensas que siento lástima por ti? –Nicolás se acercó nuevamente.
–Lo sé. Lo veo en tus ojos…–Ernesto apartó la mirada escondiéndola observando una silla.
–No ves más de lo que quieres ver. Siéntate y hablemos.
–No quiero sentarme. Quiero irme de aquí. Solo vine a decirte lo que me pasó. –Ernesto cada vez hablaba con mayor rapidez y agitación.
–Espera. –dijo Nicolás tocando el hombro de Ernesto –¿Vas a hacer la denuncia?
–No. No quiero. Lo que quiero es venganza. –Al decir esto, Ernesto apartó de un empujón a Nicolás y caminó a través del patio hacia la salida.
–Por favor cálmate. Me empiezas a asustar. Nunca te había visto actuar de esta manera. –Dijo Nicolás mientras caminaba tras él.
–¡Es que nunca me había ocurrido semejante en mi vida! –gritó Ernesto, deteniéndose y girando hacia Nicolás.
–¿A dónde vas?
–A seguir con mí paseo. Aún debo visitar a alguien más. –Esto último lo dijo en voz baja.
–Sé con quien te diriges. –dijo Nicolás asustado y agregó –Pero déjate de autocompadecer y vamos juntos.
–¡No sabes nada! –gritó nuevamente y prosiguió su salida –Nunca has sentido lo que yo. No me reproches nada.
–Eres tú quien se lastima más de lo que debiera. –decía Nicolás mientras seguía a Ernesto– Tienes derecho a sentirte mal pero no a hacer lo que planeas. Terminarás mal.
–Eso a ti que te importa. Al fin y al cabo tienes a tu amiguito para consolarte o ¿qué? ¿Acaso crees que no sé nada de lo tuyo y Nico?
-Es por eso que vas con él ¿No es así? Intentas culpar y castigar a alguien por lo que te pasó. Pero él nada tiene que ver. Y sobre tus locas ideas, son eso locuras.
-Pues eso veremos, porque yo si lo creo. –Ernesto tenía la cara congestionada por la ira.
-No. Reflexiona antes de que hagas cualquier cosa. Estás muy dolido. Ven, charlemos. –pidió Nicolás a Ernesto en un último intento por tranquilizarlo.
-Me voy. –Y sin permitir a Nicolás decir algo más salió golpeando la puerta.
Nicolás continúo de pie, en silencio, observando el lugar por donde salió Ernesto. Tenía miedo pero no sabía el porqué de ello. Resurgiendo en sí el calor de su encuentro con él corrió a la sala y tomando el teléfono marcó el número de Nicolás.
El teléfono sonó, mas nadie contestó a la llamada. Nicolás colgó e intentó nuevamente, pero ahora al número celular. Nuevamente una negativa recibió de respuesta. El frío del miedo lo invadió de nuevo. Salió al patio interior de su casa y levantando los ojos al cielo vio como éste se encontraba ya estrellado. Era una noche clara, sin viento, mas la aprensión en su pecho lo mantenía ajeno a su alrededor. Caminó un par de pasos hacia atrás y apoyando su espalda en la pared, se dejó caer sentándose en el suelo.
–Por Dios Ernesto. Por Dios. ¿Qué cosas pasan por tú mente? –se dijo a sí mismo tratando de ponerse en el lugar de Ernesto.
Una voz en su interior se confundió con el susurro de los insectos nocturnos y le respondió.
–Es ira, es miedo, son sus demonios internos.
Y Nicolás comenzó a llorar.

Armonizaciones V

Toda historia debe tener un inicio, y la nuestra también lo tuvo pero ¿qué puedo entender de ello ahora? Demasiadas cosas han pasado durante estos años: distancia, reencuentro, odio, amor, olvido, recuerdos. Recordé cuando te conocí, es tarde de septiembre en medio de la tormenta y nos guarecimos dentro de la tienda de enfrente. Te había visto en varias ocasiones en la escuela mas nunca tuve el real interés de hablar contigo. Pero las circunstancias nos permitieron unirnos por una hora en un mismo lugar.
Tengo una pésima memoria, si lo sabes, sin embargo nunca olvidé ningún detalle de ese día. Te encontrabas empapado, tu camisa de franela escurría cayendo pesadamente sobre tu cuerpo, mientras tu camiseta negra se pegaba a tu pecho. Tus jeans con un color azul más oscuro a causa de haberte metido a las corrientes de agua que se formaban en el canal de la calle. Usabas tenis blancos que quedaron hechos una sopa. Llevabas el cabello suelto, tu largo cabello castaño, me dolió cuando lo cortaste, escurría cada mechón de pelo. Intentabas limpiar tus lentes pero ningún palmo de tus ropas se encontraba seco.
Me acerqué a ti, no sé aún que me orilló a entregarte un pañuelo desechable para que pudieras enjugar los anteojos. Me miraste a los ojos y sonreíste, fue la primera vez que te vi sonreír.
-Gracias amigo. –tus primeras palabras dirigidas a mi. Perdona, soy patético por recordar con detalle esto. Olvida que lloré mientras te narró este cuento.
-De nada…
-También vas a la escuela ¿verdad? Si, te me haces conocido.
-Si, –te respondí con un extraño temor –así es. Estoy en cuarto semestre…
-Claro, yo voy en sexto. Por cierto ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
-Nicolás, Nicolás Orendain –te tendí la mano pero no la recibiste en ese momento.
-¡Hey, qué chido! Igual yo, somos tocayos. –Y fue entonces que aceptaste mi saludo.
-Si, que curiosa coincidencia –dije un poco aturdido.
-Bueno y dime ¿qué te parece?
-¿Qué? –pregunté desconcertado.
-Pues la lluvia. Si no fuera que traigo la mochila no me importaría mojarme.
-No me gusta mojarme en realidad. Cuando inició la lluvia ya me encontraba dentro, además que no traje el paraguas.
-Inconvenientes. –y sin que me diera cuenta me cubriste con tu brazo empapado mojándome. Me irrité un poco al principio, tuve la intención de apartarlo pero no lo hice. Algo me contuvo. Solo lo sentí frío y húmedo. Vi tu mano al lado de mí cara, luego dirigí mis ojos hacia ti y observé como observabas la lluvia caer. Me dejé llevar por tu contemplación y miré largo rato a la tormenta.
Por favor, no me recuerdes así. Debo ser un poco más fuerte, como se me ocurre llorar frente a ti, tú nunca me lo permitiste. Me decías que era algo demasiado íntimo como para mostrarlo.
La lluvia no amainó pero me convenciste de salir, nunca había corrido bajo ella o intentar sortear sin éxito los charcos y corrientes. En varias ocasiones estuve a punto de caer pero me sostuviste de la mano e impediste que eso ocurriera. Subimos al autobús, y emprendimos nuestro camino. Estabas loco, decir que ese autobús se dirigía hacia donde vivías siendo que en realidad era en dirección opuesta hacia donde deberías ir.
-Es extraño que nunca te viera subir al mismo autobús que yo cuando vengo o regreso de la escuela –Te dije intrigado.
-Es por culpa de los horarios –mentiste.
¿De qué sarta de cosas hablamos? Muchísimas, las recuerdo todas pero no quiero cansarte con el ir y venir de nuestra conversación de aquellos ayeres. Aunque durante esa hora de trayecto conocí todo lo que pude de ti, creo que puedo decir que durante esa larga charla fue cuendo nos convertimos en amigos. Bajamos del camión y me acompañaste hasta la puerta de mi casa, fue entonces que sospeché de que en realidad no vivías cerca de ahí. Qué idiota, me da risa el recordarlo.
-Pasa si tienes tiempo o tal vez tengas prisa para quitarte esa ropa mojada. –te dije mientras abría la puerta.
-Gracias, pasaré un momento. –y acto seguido entraste sin dudarlo. ¿Qué me motivo para invitarte? solo el futuro respondería a tal pregunta.
-¿Un café o té? O ¿quizá algo más? –pregunté con cortesía.
-Mejor el algo más. –y te reíste al responderme.
Nos sentamos a la mesa y bebimos una caliente taza de café. Permanecimos en silencio durante esa velada. Todo tema de conversación parecía haber quedado agotado durante el trayecto de regreso a casa. El silencio se rompió cuando me dijiste:
-¿Y porqué estoy aquí? –No pude responder, la pregunta me tomó por sorpresa. Alargaste el brazo hasta tomar mi mano. La apretaste y acariciaste. Me asusté, lamentó aún lo que te dije:
-¡Pinche maricón! Con que para eso venías. ¡Lárgate de mi casa! –Me lavante de la mesa y tu hiciste lo mismo. Tomaste tu mochila y emprendías la salida. Antes de salir volteaste hacia mí y me viste con el mismo desprecio con que yo te vi. Luego saliste y me dejaste solo.
Durante esa noche no pude conciliar el sueño. Algo me hacia sentir incómodo. Llegué a la escuela el día siguiente con tal de encontrarte y pedirte disculpas pero durante todo el día no te encontré. Me sentía mal por lo que te dije y por como me miraste. Ya al salir y resignado por no encontrarte sentí una mano que me toma del hombro, me giré para ver quien era, aunque sabía de quien se trataba.
-Hola, ¿podemos irnos juntos? –Dijiste. Sonreí al saber que no estabas molesto.
-Perdóname por lo de ayer. Fui muy estúpido. –dije mientras caminábamos.
-No importa. También fue culpa mía por actuar así. –respondiste sin verme.
-Quiero reparar mi falta, ¿te invito un café?
-Esta vez no puedo, gracias.
-¿Porqué? –estaba asustado.
-Tengo planes.
-Oh, entiendo. ¿Otro día?
-Si, claro. Aunque quizá sea hoy mismo. Acompáñame.
Te seguí sin dudar. Llegamos al parque y en una banca estaba sentado él.
-Nicolás te presento a Ernesto, es mi pareja. –Al decirme esto un balde de agua fría me cayó encima. Hipócritamente saludé a Ernesto con una sonrisa. Me sentí humillado, había perdido algo que no sabía que podía tener y al mismo tiempo confundido, ¿Qué fue lo que pasó realimente en mi casa? Me invitaste a acompañarlos a beber algo pero me negué, no quería molestarlos. A pesar de tu insistencia no accedí y me separé de ustedes.
Cinco años duramos como amigos, mi mejor amigo fuiste diré por mi parte. No, nunca fuiste mi amigo, jamás pude aceptar que solo fueras eso y creo que tampoco tu lo quería así, pero no importa ya pues ahora esto termina así. ¿Fue el destino el que nos reunió? ¿O quizá solo coincidencias que no tienen explicación? Pero cualquier respuesta resulta una blasfemia. Pues a pesar de todo aquello que siento, sentí, por ti, ocurrió esto. Nunca debí permitírtelo, por eso soy el único culpable de todo esto. Estabas enfermo, y yo con el corazón destrozado.
Ahora veo tu cuerpo consumido por la enfermedad y por lo que te hice. No, por lo que te permití que te hicieras. Perdóname otra vez te pido, esa es mi culpa. Mis demonios no me permiten vivir, ahora soy yo el que esta enfermo también, pero no del mismo mal, pero mucho peor. Déjame dejarte ir para poder yo dejarme ir. Te amé siempre, aunque nunca te lo dije sé que lo sabías. Igual sé que me amabas, esa era tu habilidad. Mírame, nuevamente lloro, que patético soy.
Debo dejarte ya que en la puerta se encuentra Ernesto. No quiero que me vea aquí y en este estado. Creo que todo esto es mi culpa y el también lo piensa así. Él estaba al tanto de nuestro negocio, nunca me lo perdonara. Sabes, quiero a Ernesto pero él no a mí y no lo culpo, me lo merezco. Ya que desde aquel día nada ha sido lo mismo.

Armonizaciones IV

¿En donde han quedado mis recuerdos? No son más que mentiras que a lo largo de los años me he formado con tal de darle sentido a mi vida. ¿Pero he vivido en verdad? ¿No ha sido solo una existencia sin vida ni deseos, solo un cascarón entre los seres normales? ¿Por qué nunca fui común? Preguntas, preguntas, preguntas a las que en cada momento doy respuesta y nunca es la misma. Me he pasado las últimas semanas sentado en mi sillón frente al televisor. Mi cerebro se ha convertido en mierda al escuchar y ver la serie de sandeces que se proyecta. Pero a pesar de ello la acepto, acepto su vulgar compañía.
Esta tarde (¿o quizás era de mañana?) recibí una llamada telefónica. El sonido del aparato me sobresaltó. El constante repique de la campana me taladraba. Al fin, después de varios días, había conseguido algo de estabilidad y el miedo que me había acompañado por varios años dábame una tregua. La normalidad regresaba a mi. Pero algo vino a interrumpirla, un ser del exterior trataba de comunicarse conmigo. Eso no podía tolerarlo, no podía soportarlo. Traté de negar lo que escuchaba, intenté hacer desaparecer el insufrible ruido que provocaba tal alteración a mi pequeño mundo. Dejé que mi mente se perdiera en las imágenes brillantes y ridículas que se me mostraba. Apreté con fuerza mis manos contra mis oídos ensordeciendo todo aquello que no fuera mi propia voz en una melodía que comencé a tararear. Canción tonta que durante mi adolescencia estaba de moda. Primero fue un gemido en consonancia con las notas de la música, luego un susurro que cantaba con claridad las palabras, por último un grito que destrozándome la garganta silenciaba la amenaza.
Pasó el tiempo, no sé en que momento hizo efecto mi sortilegio pues, cuando exhausto de mi entonación guardé silencio el teléfono había dejado de sonar. Me sentí satisfecho, podía continuar siendo feliz entre mis muros donde el sonido de un televisor en blanco y negro me acompañaba.
En vigilia desperté, me vi rodeado de mi casa y del sonido eléctrico de un aparato. Grité con fuerza: Eres un estúpido. ¿Cómo dejaste que se apoderara de ti? Me levanté del sofá, y corriendo me dirigí al teléfono esperando que quien hubiera llamado lo volviera hacer. Comencé a transpirar profusamente, sentía como la humedad en mi camisa provocaba que se pegara a mi cuerpo. De pie permanecí un par de horas, sin despegar por un momento la vista del aparato telefónico. Suplicaba a quien me escuchara que quien hubiera sido nuevamente recordará llamarme.
Todo a mí alrededor se oscurecía. La luz del farol entró con timidez a mi sala por la ventana. Me encontró esperando aún. Detrás de mi, escuchaba pasos que descendían por la escalera. Mi pecho se agitaba con fuerza suplicando que mis esperanzas no fueran vanas. La sombra se acercaba a mí, sentí su mano tocándome el hombro invitándome a desistir y regresar con ella. Apreté los puños, y en mis ojos brotaron lágrimas ante mi derrota. Sus susurros quemaban mis oídos y su lengua erizaba el cabello de mi nuca. Dejé morir mi última esperanza y mientras giraba hacia mi compañera el teléfono emitió un sonido. El eco retumbó por todo mi hogar. Me lancé sobre el auricular y lo descolgué. En un segundo la idea de que se tratará de una broma de ellos me aterró. Pero el sonido era diferente, era real, era nítido, era verdadero. Arriesgándome contesté:
-Bueno.
-¿Es usted el señor Silva?
-Si, soy yo. ¿En qué puedo ayudarle? –Apenas podía ocultar mi sobresaltada alegría a la joven con quien conversaba.
-Tengo la penosa necesidad de comunicarle que el señor Nicolás Orendain falleció esta mañana a la 9:54 a causa de un paro cardio-respiratorio. Es de suma importancia que se presente en el Hospital de la Caridad para hacerle entrega del cuerpo ante lo que usted disponga. –dijo la joven maquinalmente. Un discurso memorizado sin ningún afecto manifestado.
-Si entiendo, parto enseguida. Disculpé, ¿por qué es a mí a quien llaman y no a su familia?
-Lo lamento señor, -dijo la muchacha algo sorprendida -creí que usted era familiar. Cuando el señor Orendain ingresó al hospital proporcionó sus datos en caso de cualquier contingencia. ¿Acaso no es usted familiar directo?
-Así es. Pero creo que soy el único cercano a él. Espero que no sea problema.
-No lo sé señor. –dijo algo turbada. –A pesar de ello se requiere de su presencia para entregarle el cuerpo.
La joven me proporcionó los datos del hospital y luego colgó, por mi parte hice lo mismo. Busqué a mí alrededor a la sombra que me acompañaba, pero no la encontré. Volvía a estar solo. Toqué mi pecho intentando descubrir si mi corazón también había fallado y no latía ya. Todo estaba en orden. Subí a mi habitación, me desnudé y tomé un largo baño. Me vestí con mi traje negro y tomando las llaves de mi casa y del auto salí hacia el hospital. Mientras conducía supe que por fin me encontraba tranquilo de verdad.

El taxi se detuvo frente a la casa de Ernesto, bajo la farola de luz amarillenta. Dando un suspiro Ernesto descendió del vehiculo y sacando dinero de su cartera pagó al conductor el precio de su viaje. Quedose viendo como se alejaba el auto de alquiler a través de la calle girando luego en la avenida para desaparecer. Nada le parecía real a Ernesto. Se encontraba desorientado, como si viniera de un sueño. Caminó hacia la puerta de su casa esperando que todo alcanzara su final en cuanto despertara en su cama. Buscó entre los bolsillos de su roído pantalón las llaves y abriendo la puerta entró sin encender la luz.
Nada era como lo había conocido. Algo en el fondo de las cosas se encontraba modificado, no eran ya parte de él; eran ajenas, falsas, apáticas. Caminó derecho hacia su habitación subiendo las escaleras y entrando en ella se tumbó en la cama. Girose para quedar con el rostro hacia el techo y de un sollozo comenzó a llorar. No lloraba por el dolor de sus heridas, ni por el acto sádico al que fue expuesto, sino por lo que todo ello significaba.
-Siempre he llevado una vida tranquila. Todo era perfecto. Pero algo no estaba bien, no era verdadera. ¡Quiero dormir y no despertar! -se decía mientras escuchaba el zumbido de la oscuridad. Su corazón se cerró igual que sus ojos quedando en un instante dormido y al siguiente soñaba.
-No es más que una vil tontería.
-Pero ¿Qué te pasa?
-Nada solo que ya me cansé.
-Pero ¿de qué o qué?
-Cállate, solo déjame tranquilo.
Los pensamientos oníricos son significativos. Revelan la verdad del corazón del hombre. El día se repite en la noche con el fin de resolverse, pero a veces no es una solución la que surge sino una tragedia que no puede ser concebida en vigilia ni en sueños.
-Mira que no estamos en un lugar donde me puedes hablar así.
-¡Y que me importa eso! Yo te hablo como me pegue en gana.
-Es dices tú pero no.
-¡Basta!
Que bello es recordar lo que no se quería volver a vivir. Aquellos días en que la inocencia del niño se perdió o cuando por accidente rompiste el florero de mamá o alguna ventana. Pero esto mismo ocurre con los acontecimientos del día. Ver tus estupideces o quizá algún acto brillante. Tus palabras y actos te juzgan desde lo hondo del abismo de tu conciencia. Se guardan formando otro ser idéntico a ti pero no eres tú.
-Muchachito, ¿qué no te gusta como te lo hago?
-¡Déjame asqueroso…!
-Cuidadito con lo que dices o te reviento el hocico. Así calmadito, clamadito.
-¡Ah! ¡Ayuda! ¡Quítate! ¡Suéltame pendejo!
-No, así no. Así si te gustará.
El día siempre llega, pero para algunos no. El sueño los traslada hasta la corte celeste sin tener un momento para el arrepentimiento final. Así debe ser la muerte, llegar en sueños y con la conciencia tal y como debe estar, sin la falsa redención de los pecados. Pero para los menos afortunados el sol se levanta por el oriente y estos deberán aceptar ese designio.
-“Me gustas, me gustaste desde que te conocí.”
-Estas bien bueno muchachito. Me gusta como aprietas el culo.
-“¿Quieres acompañarme a tomar un café? Sin no te molesta, claro.”
-¡Date la vuelta puto! Que quiero que lo tragues.
-“¿Quieres ser mi novio?”
-Vente conmigo, te va a gustar.
La vida es movimiento, pero un movimiento cíclico. Todo regresa a sus principios. Algunos dirán Karma, otros que es voluntad divina, en realidad no importa eso, lo importante es que ésta ley siempre es precisa aunque no exacta. Es un sueño, una vida falsa la que se vive. Los límites entre fantasía y realidad son tan indefinidos que el humano infringe los lineamientos de cada uno sin darse cuenta. Pero cuando se decide poner el asiento de la vida en ambos es la locura quien gobierna al sujeto.
-¿Ya ves que te gustó?
-Te conozco. Se todo de ti. Así que mejor te quedas calladito.
-No grites, nadie te hace caso.
-Pronto me verás otra vez.
-Muchachito, yo soy lo que siempre esperaste.
Todo tiene un fin, y el reloj es la implacable arma del tiempo. Suena el reloj despertador de Ernesto indicando las siete de la mañana. El mundo sigue girando y vive como siempre. Miles de historias se escribieron a los largo de las noches en todo el mundo pero él se mantiene inflexible en su rotación. Ernesto escucha la alarma que le indica levantarse pero por primera vez la ignora. Busca con su mano una almohada y se cubre con ella el rostro. Quiere dormir más, quiere olvidar, quiere morir.
Las horas transcurren. Los pensamientos se acumulan y distorsionan entre ellos. Cerca de las tres de la tarde Ernesto se levanta intempestivamente. En su cara se muestran los estragos de la mala noche que pasó. Se mira en el espejo pero no se reconoce, ni le importa. Se quita el mugroso pantalón y tirándolo al bote de basura se dirige a la regadera a tomar una ducha. La suciedad no se va con el jabón a pesar de pasar una hora bajo el agua. Desiste y sale del baño. Toma un pantalón y una camisa limpios y negros vistiéndoselos, enseguida toma un par de calcetines y zapatos negros y se los calza. De la cómoda toma sus fragancias y un poco de gel para el cabello. Completamente acicalado se para frente al espejo y reconoce a quien delante de él se presenta.
-Buenas tardes señor Montel. ¿Qué piensa hacer este día?

Armonizaciones III

¡Maldito seas Dios! Ya estoy harto de seguir con esto. La conciencia me desquicia. ¿Pero es realmente mi conciencia? Claro que no, es el sentir la fuerza de las consecuencias de mis actos, o mejor dicho de mis no-actos. De qué sirve el libre albedrío si nunca se puede solucionar nada. Pero si existe una forma de acabar con este dolor. Si, pero no puedo, no soy tan valiente como para convertirme en mártir de los cobardes.
No me he levantado de mi cama durante dos días, no he dormido ni comido, cualquier necesidad física y fisiológica no me importa ni me doy cuenta de sentirla. Solo dejo pasar el tiempo, siento el frío de las noches lluviosas. Me duele, es una agonía contener por más tiempo esta maldición. Otra vez vienen a mí los reproches, ¿Por qué lo hice? Pero si no es mi culpa. Claro que lo es, tú lo viste, lo sentiste, lo hiciste. Si, pero no fue de mala intención, yo solo pensé que eso era lo mejor. Lo mejor, nada de eso, todo fue premeditado. Acéptalo. Calla, no es cierto, No me confundas. No niegues lo que eres, un ser estúpido. Ahí lo tienes, quien más lo dice sino tu mismo. Basta, de este auto-atormento.
La noche anterior mientras intentaba dormir sentí la mirada de ella, de esa sombra. No me atreví a abrir los ojos pero escuchaba su respiración. Estaba junto a mí, a los pies de mi cama. Sé que me miraba. Yo sentía como temblaba, mi corazón latía tan intensamente que creí que por fin mis oraciones habían sido escuchadas y de un momento a otro se detendría o explotaría. Mas nada de eso pasó. Ella estaba inmóvil, lo sabía a pesar de no verla. Me miraba y buscaba el momento oportuno para atacarme. Ella sabía lo que pensaba y se aprovecharía de mi miedo. Un acto prodigioso se obró en mí, una descarga de adrenalina recorrió mi cuerpo, lo sentí como si un enjambre de hormigas corriera a lo largo de mi espalda, piernas y brazos. Se encendió en mí una furia tremenda, y un pensamiento me llegó de improviso. “Si te viene a matar, y tu eso es lo que has buscado durante tantos años… aprovecha esta oportunidad”. Antes de perder los bríos que se me habían dado entré en acción. Levanté con fuerza el cobertor con que me cubría el rostro y con la más temible mueca amenazadora que pude hacer me dispuse a enfrentarme contra mi demonio.
De un solo impulso me senté sobre mi cama, pero en el momento de descubrirme y abrir los ojos descubrí que me hallaba frente a frente de eso. Su enorme ojo rojo miraba fijamente a los míos y una larga boca entre abierta me daba las buenas noches con una bizarra sonrisa. Sentí a mi corazón congelarse, con ver eso sería suficiente para sufrir un paro cardiaco, mas “eso” me golpeo en el pecho e hizo que retrocediera a mi postura primera. “Aquello” saltó sobre mí como un perro se arroja hacia su amo. Cayó sobre sus cuatro extremidades sosteniendo las mías con sus garras parecidas a manos, su faz volvió a estar a centímetros de la mía, su aliento amargo me era asqueroso pero no mostré ningún signo de repulsión, me hallaba demasiado asustado para eso.
De pronto soltó una frase en perfecto español, de hecho su voz y entonación era casi musical: -¿Por qué te asustas?- Abrí mis ojos desmesuradamente, sentí la molestia que produce hacer eso, al escuchar la forma en que se expresaba. No respondí a su pregunta, me era imposible y además creo que no era su intención que dijera nada pues, acto seguido sacando su lengua me lamió la cara. Me sentí asqueado por la consistencia y el olor de aquello, pero en cuanto hizo eso se desvaneció. No sentí su desplazamiento ni en que momento desapareció solo sé que ya no estaba ahí. Abrí los ojos y vi que me encontraba aun acostado, envuelto entre las sabanas de mi cama. La luz del sol se reflejaba en el cristal de mi ventana, mientras que yo me permitía llorar nuevamente, llorar como cuando niño. Sin embargo, mis lágrimas eran de dolor no por lo que había hecho sino por lo que sufría. Fue entonces que supe que en realidad no me arrepentía de mis no-actos.

El bar cerraba sus puertas, pasaban de las cuatro de la mañana y nadie se encontraba ya dentro de él como cliente. Los compañeros de Ernesto salieron hace varias horas, se reían y conversaban animadamente. -Todos esos son iguales, se cogen entre ellos en donde sea y con quien sea.- Y una carcajada unánime dio el visto bueno a tal afirmación. Cada uno se dirigió a su casa a descansar. Nadie reparó en esperar a Ernesto, la excusa que se dieron fue: Necesita privacidad. Pero de todo esto ya hacia varias horas.
Ernesto se encontraba en la parte trasera del establecimiento, se hallaba acostado en el suelo, y el brazo del hombre que lo atacó lo mantenía aplastado. El dolor le mantenía en un constante llanto; a pesar de que el hombre le golpeó cuando empezó a sollozar, él continuaba vertiendo lágrimas. No entendía que había ocurrido, no sabía porqué había ocurrido, y mucho menos lo aceptaba. Se sentía manchado, sucio, malo. Creía que nunca se sentiría peor como el día en que aceptando su preferencia sexual se lo dijo a sus padres. Muy curioso momento era este para recordar eso: su padre lo abofeteó y le lanzó una serie de maldiciones mientras su madre solo lloraba sentada en el sofá con el rostro cubierto entre sus manos. En ese entonces sintió la decepción de sus padres, se sintió malo y pecador. Ese sentimiento fue la última tentativa de ser normal para todos. Recordó su huida hacia la casa de su amiga Imelda donde lanzándose a sus brazos pidió perdón. Nunca supo él mismo de que se disculpaba pero quedó luego ello en el olvido. Ahora un sentimiento similar lo invadió. Sentía como la normalidad de su vida se perdía, se volvía a sentir culpable y feo.
Apenas podía respirar, el brazo del sujeto le presionaba con fuerza el pecho. Le era imposible moverlo y él mismo no podía zafarse de tal prisión. Se pasó largo rato viendo en el techo la luz que se filtraba por la comisura de la puerta. Pensaba el porqué sus “amigos” del trabajo no le habían buscado. Luego de tanto llorar entró en un estado de somnolencia donde imágenes de Nicolás se mezclaban con las de su agresor, luego Imelda y Carlos esperando el autobús con él para luego pasar al niño destrozado en el pavimento. Alucinaba los gritos de la anciana mujer y las risas de sus compañeros. Durmió por algunos minutos hasta que la puerta de la pequeña bodega se abrió con violencia. La luz iluminó con intensidad el interior de la habitación. Un hombre larguirucho asomó por el umbral y grito:
-¡Ya basta! Vete de aquí con tú amiguito. Ya voy a cerrar. –dijo el sujeto que atendía la barra y dueño del establecimiento. El Hombretón con pesadez comenzó a moverse. Al intentar levantarse apoyo su codo sobre el estomago de Ernesto lo que hizo que le saca todo el aire y provocarle más dolor al que ya tenía. Se incorporó completamente, se hallaba desnudo, se desamodorró con lentitud rascando diversas partes de su cuerpo. Luego agachándose tomó su pantalón del piso y sus zapatos, y se encaminó hacia la puerta donde el otro sujeto lo esperaba entregándole su sucia camiseta. –¡Ey! No me dejes a tu amigo, llévatelo. –dijo el sujeto señalando a Ernesto que aun se encontraba en el suelo. El hombre no hizo caso a lo que se le dijo y salió sin pronunciar palabra.
Ernesto sentía dolor en todo su cuerpo. Fue maltratado mucho por su violador dejándole las marcas de sus manos en sus brazos y piernas, y alrededor de su boca al impedirle gritar; además de las diferentes laceraciones que le provocó, como las mordidas en sus pezones y pene, y las excoriaciones en su culo el cual sentía como sangraba y como su sangre se mezclaba con el semen de su captor. Encontró varios raspones en todo su cuerpo sobre todo en codos y talones. El cantinero de mal humor se acercó a Esteban, luego de mirarlo un rato le pateo un costado al ver que no se levantaba.
–Oye amigo. Vamos, levántate. –no recibió respuesta. –tengo que cerrar. El grandulón ya se fue, ahora te toca a ti. –ahora recibió de respuesta un par de quejidos. Al ver que Ernesto no se ponía en pie se dispuso a ayudarlo. Una descarga de dolor recorrió el cuerpo de Ernesto, pero logró levantarse. El sujeto buscó por todas partes la ropa del Ernesto pero solo encontró jirones de ropa, aunque los zapatos tenis estaban íntegros. Los tomó con una mano y con el otro brazo ayudó a salir a Ernesto de ese agujero.
–Bonita noche la que tuvieron, ¿no? –dijo sonriendo. Ernesto no respondió. Ya en el bar lo sentó en una silla de plástico cerca de la barra. Por la puerta en ese momento salía su violador mientras se colocaba su camiseta sin mangas. Ernesto se vio desnudo, el dolor por sentirse manchado y culpable volvió a aparecer.
–Toma, ponte esto. “El Mamado” te dejó sin ropa. Pero ya vez, eso te pasa por meterte con él.– Ernesto vio el pantalón roído que le aventaron. –Pues si, te digo. Le encabronan los putos y cuando ve uno se lo carga que dizque él para que se le quite. A mi se me hace que es también puñal, pero nunca me oirás decírselo, sería capaz de hacerme algo peor que lo que te hizo a ti. Créeme.– Al decir esto se fue a la bodega. Ernesto no puso atención a lo que le dijo, luego lo recordaría con detalle. Se vistió el pantalón y calzó sus tenis. Encontró en una esquina su mochila y poniéndosela al hombro se dispuso a salir. La madrugada era fría, pero no lo sentía. Miró en todas direcciones buscando a “El Mamado” pero no le vio. Ya era tarde y no pasaría ningún autobús, pensó tomar un taxi pero no tenía dinero, así que decidió caminar las veintisiete cuadras hasta su casa. Ya cerraba la puerta cuando desde el interior el tipo le grito. Encontró la cartera de Ernesto y dándosela cerró la puerta con llave. Ernesto la abrió y descubrió que no faltaba nada de dinero. Se alegró un poco de su suerte y llamando un taxi lo abordó.
–¿A dónde mi joven? –preguntó el conductor.
–A mi casa, por favor. –por fin pudo hablar Ernesto.

Armonizaciones I y II

La lámpara ilumina con su luz amarilla, creando una sombra impenetrable al contacto con el árbol. La serena casa enfrente de la mía parece ya dormir. En efecto, sus habitantes deben descansar, ya que la noche ha entrado y con ella el cansancio por las faenas del día anterior. Yo por mi parte me mantengo despierto toda la noche escribiendo. Pero por mi ventana puedo observar el silencio de la calle, el movimiento inexistente del árbol producto de la suave y fría brisa. Los autos estacionados y un carretón de madera invaden la soledad. El negro cielo de diciembre no muestra ninguna estrella. Es la noche perfecta para soñar.
Nada interrumpe la perfección del momento. Incluso apago las luces para evitar cualquier interrupción a la belleza del invierno. Me cubro con una manta para calentarme y bebo una taza de café para permanecer en vigilia. ¡Ah!, cuanto quisiera poder salir y caminar por las calles abandonadas, respirar la libertad de una noche de diciembre, de sentir felicidad. Pero ¿Cómo habría de sentirla? Yo solo soy un ermitaño que vive en las sombras, quien incluso puede permanecer semanas sin salir de su domicilio, sin pronunciar palabra, sin pensar en nadie más. Solo yo y mi computador. Me he convertido en un ser inexistente, olvidado y sedentario. ¿Por qué he de vivir así?


La mañana del 18 de Febrero Ernesto salía rumbo a su trabajo. Saludó a su vecina, mujer de años pasados cuyos cabellos blancos poco a poco se transformaban en amarillos, la cual barría la calle. Siguió su camino en dirección a la parada del autobús. En la esquina, bajo el techo de una lona plástica, esperaban junto a él Imelda y su novio Carlos, buenos amigos de Ernesto. Se conocían desde la primaria.
-Buenos días. –dijo Imelda con una sencilla risilla al ver a Ernesto.
-Buenos días. –respondió él inclinando un poco la cabeza.
Esa fue toda la conversación que tuvieron pues en ese momento el autobús de Ernesto llegó. Al subir lo encontró prácticamente vació. Pagó el pasaje y se sentó del lado de la ventanilla, apoyando su cabeza en el cristal, cerró los ojos y dejó que su mente divagara por mil y un sueños.
Una ancianita se encontraba sentada frente a él. Una mujer entrada en años con un par de bolsas de plástico a sus pies llenas de pedazos de tela, mientras cantarrujeaba una canción que solo podía ella entender. Un poco más cerca se encontraba un muchacho, no debería tener más de 14 años, apenas unos tres pelos sobresalían de su mentón, vestido con una holgada camiseta blanca en igual condición se encontraban sus pantalones azul-grisaceo, escuchaba música en su discman y al mismo tiempo intentaba leer un libro, aunque las constantes sacudidas del autobús se lo impedían. Atrás otro hombre de muy mal ver, un ser casi amorfo. Su rostro cubierto por vello solo mostraba una nariz extremadamente chata y ancha. Sus ojos parecían estar fuera de sus orbitas, y donde debería estar su boca solo se observaba como los mechones de cabello se movían simulando el estar chupando algo. Vestía una camisa sin mangas que alguna vez fuera blanca, y un pantalón de mezclilla que igual tuvo que haber sido blanco. En sus brazos una serie de signos tatuados, solo uno era identificable, una mujer desnuda sosteniendo con sus manos sus pechos ofreciéndolos a quien los quisiera.
El camión seguía su camino, mientras Ernesto parecía quedarse dormido. Un súbito estremecimiento lo saco de su sueño. El autobús estaba fuera de control, zigzagueaba por la calle golpeando a los vehículos estacionados fuera de las casas. De pronto todo el movimiento cesó. Una pared logró detener la mole de hierro, cuando ésta se impacto de lado contra la gruesa barda. No había sufrido él ningún daño. Desligó las puertas de emergencia y salió de pie del vehículo. Pero lo que vio al salir lo marcó para siempre.

Parece que la noche será muy larga. Son apenas las dos y media de la mañana y el sueño trata de ganarme. Quisiera tener con quien hablar. Me siento solo. La navidad pasó hace poco y ahora el año nuevo se aproxima sin tener compasión de mí. Estoy solo. A veces me acerco al teléfono y levanto el auricular y cuando estoy a punto de marcar, una voz contesta al simple levante. Me dice: Cállate… Ven… Termina… Estoy detrás… La primera vez que escuche eso se me pusieron los cabellos de punta. Colgué inmediatamente el teléfono y me dirigí a mi habitación, levanté las cobijas y me escondí debajo de ellas como cuando era niño. Momentos después y luego de reflexionar, me hice la idea de que era mi imaginación. Intenté nuevamente llamar, esta vez no hubo voz. Oprimí los números y esperé a que contestara. Del otro lado de la línea se escucho el levantar del auricular y antes que pudiera decir bueno una voz me dijo: No llames, no te servirá. Cállate… Ven… Termina… Un viento frío soplo sobre mí. Arrojé, sin pensar, el teléfono y corrí esta vez a la calle. Era de noche.
Prácticamente no uso el teléfono. Solo contesto las llamadas que se me hacen. Aunque son raras tales llamadas. Esperaba que algún familiar preguntara sobre mi salud o que pensara venir a visitarme. Pero nunca sucede, solo llaman para venderme algo o para callarme. No he hablado con alguien desde hace más de ocho meses. Si no fuera por los interminables soliloquios que acostumbró hacer habría perdido ya la voz. Pero, ¿Por qué me quejo? Esta vida fue la que quise. Fue mi estupidez la que me trajo aquí. Por la mañana he de ir al supermercado a comprar los víveres para la próxima semana. Se gana bien con estos negocios de la Internet.


Como es de costumbre los paramédicos y policías llegaron al lugar el accidente. Entre los gritos de las sirenas un cúmulo de personas se agrupó para ver el espectáculo. Bajo las ruedas de la enorme máquina se encuentra lo que fue la cabeza de un niño, un niño de cinco años. Un delgado hilo carmín oscuro se desliza entre las grietas de la banqueta hasta alcanzar la oquedad de una charca dentro de la cual se combina con sus aguas turbias. Era ya tarde para dar algún tipo de ayuda al infante, la masa encefálica cubría el pavimento y ningún rastro de su rostro había quedado intacto.
Ernesto ya en la calle mira horrorizado la escena. Un extraño abatimiento toma a todos los testigos, todos quedan paralizados. Un sentimiento terrorífico les impide actuar. Pasan los minutos, casi una hora y nadie se mueve. Todos mantienen la mirada fija en el cuerpo destrozado, ni siquiera logran despabilarse cuando ven a una jauría de perros callejeros acercarse y tomar entre sus hocicos partes del infante y beber del charco formado con su sangre cual si fuera agua. Esto era demasiado, y haciendo un esfuerzo sobrehumano Ernesto regresa al mundo real y con su mochila se abalanza contra los canes ahuyentándolos. El hechizo de la imagen se rompe y todos reanudan sus actividades. Los paramédicos toman los restos y los llevan al médico forense, los policías toman notas de lo ocurrido y arrestan al conductor, los demás vuelven a sus casas o a sus faenas cotidianas, mientras que los pasajeros del autobús esperan al siguiente. La anciana carga sus bolsas, el muchacho se coloca sus discman y Ernesto cruza los brazos desesperado porque llegará tarde a su trabajo. El otro hombre de aspecto espantoso no se encontraba con ellos.


Otra vez es de noche. Pero que me importa eso, he dejado de vivir guiado por cualquier medida de tiempo. Sol, luna, reloj, qué son esos objetos mas que limitantes para un ser como yo. Aún así continuo observando a través de mi ventana el crepúsculo del atardecer. El único momento que en verdad me importa y el que más dolor me causa pues sé que en cuanto desaparezca la luz celeste las pesadillas volverán. Cada día… (¿Acaso realmente ocurre cada día?) Ya estoy cansado, en verdad muy cansado. La farola ya encendió su luz, ya ha caído la noche. Me paseó por todas las habitaciones de mi casa. Un patético hombre, sin vida social mucho menos amorosa viviendo en esta casa, solo me falta tener un gato y estaría dicho: “El viejo loco de la calle”. Abro y cierro las puertas, el olor a humedad y encierro ya comienzan a ser una molestia. Por fin llego al patio trasero, la enredadera de mi vecino supera el muro divisorio y caen sus hojas de mi lado. De vez en cuando se me ocurre limpiar mi “hogar” pero con el paso del tiempo eso dejó de importarme.
Miro a través de una pequeña ventana hacia el exterior del patio. Levanto mis ojos pero solo veo el cielo nublado. Un relámpago surca el cielo y luego el estrépito del trueno llena por un momento de sonido los muros. Ya es tarde para salir, además veo formarse entre cada centella la sombra de algo. Mientras mantenga la puerta cerrada esta no podrá entrar, aunque fue esto mismo lo que provocó que ella misma entrara.
Me ha visto, es mejor que regrese a mi habitación. Por la tarde he visto en el noticiero algo sobre un accidente en el que intervino un camión de transporte público. Espero que ahonden en el suceso, me divirtió mucho ver la forma en que quedaron los cuerpos destrozados luego de la colisión. Un niño perdió su rostro de manera maravillosa, de alguna forma salió disparado por la ventanilla y a causa de la velocidad y que para su fortuna cayera sobre su rostro fue arrastrado por varios metros. Las imágenes de los noticieros sin editar son lo mejor, la cara destrozada del infante me hizo reír, y hace mucho tiempo que ni siquiera sonreía.

-Perdón por retrasarme, pero hubo un accidente… –dijo Ernesto en cuanto entró al establecimiento, ninguno de sus compañeros le prestó atención. Se vistió el delantal amarillo que todos debían usar y se colocó detrás del mostrador; esta semana le correspondería laborar en el área de frutas secas. Con la mejor sonrisa que puede darse de manera obligada, según la política del establecimiento, comenzó a recibir a los primeros clientes del día. Durante más de ocho horas pasaría de pie, solo durante la media hora de descanso podría ir al comedor para tomar su almuerzo. Los olores mezclados de las especias y condimentos que se comercializaban poco a poco dejaron de molestarlo, la costumbre que se forja durante tres años de trabajo es difícil de eliminar.
El gran reloj blanco empotrado en la pared indicó el mediodía. La mitad de los empleados podían dejar sus obligaciones y descansar por treinta minutos. En cuanto el segundero se posó sobre la línea del doce, Ernesto se quitó el delantal y corrió fuera del negocio. Unos pocos clientes se dieron cuenta de su arrebato al salir, sus compañeros se miraban unos a otros expresando con sus miradas cierto juicio hacia algo que no se atreven aún a hablar. Ernesto cruzó sin cuidado la avenida, solo miraba hacia la acera de enfrente, un par de automóviles hicieron sonar sus bocinas ante la inconciencia del peatón. Llegado a su objetivo se lanzó a su cuello y sin la menor pena le plantó un beso a Nicolás, quien sin negarse lo recibió y correspondió. Muchos que pasaban, al ver la escena giraban la cabeza o entre ellos mismos juzgaban a los novios. Ernesto y Nicolás se encaminaron a la lonchería para almorzar juntos, solo les quedaban veinte minutos para charlar.
-Quiero contarte que cuando venía hacia el trabajo se accidentó el autobús en el que venía. –Comenzó a decir Ernesto mientras esperaban su comida.
-¿No te paso nada malo? –preguntó Nicolás.
-No, nada. Pero a un niño se lo llevo la chinga. Quedó destrozado cuando la llanta del autobús le pasó por encima. Fue algo horrible.
-Que espantoso. ¿No pudieron hacer nada? –Dijo Nicolás mientras la comida era servida.
-No, fue inútil. Aunque fue raro ver a un niño muerto de esa manera. Creo que nos afecto a todos.
-Me imagino. Supongo que luego saldrá el reportaje sobre eso en las noticias. –dijo Nicolás bajando la voz y la mirada.
-Esto esta rico. Mmm… Dime ¿cómo has estado?
-Bien, no he tenido ninguna tremenda aventura como tú. Jajaja
Terminaron de comer y Ernesto se despidió de Nicolás, sin antes no haberle dado un ligero beso en el lóbulo de la oreja.

Infomerciales, películas pornográficas, líneas eróticas y astrológicas… que basura hay en la televisión durante las madrugadas. Y ni que decir de la radio. Vuelvo a sentarme en medio de la oscuridad frente al monitor de mi computador. Cinco cuentas de correo electrónico y todas están llenas de correo basura. Durante mucho tiempo creí… no, aún creo que es mejor encontrarme solo. Pero a veces, me duele sentir el vacío de mi casa, no ver o escuchar a algún amigo con quien compartir momentos. Ahora ya es imposible realizar cualquier cambio siendo que mi vida se ha vuelto algo bizarra.
Miro frente a mí la pantalla luminosa, parpadea intermitentemente el cursor, y una hoja en blanco se despliega. Golpeo las teclas con la intención de escribir pero nada aparece escrito. Sigo intentando pero es inútil, las palabras no aparecen. De pronto la pantalla se oscurece, mis ojos quedan encandilados ante la falta de luz que me proveía. Todo se ha vuelto completamente negro. La incertidumbre que hela la sangre frente a las tinieblas hizo que me acurrucara en mi sillón ocultando mi cabeza entre mis brazos. Poco después logré reflexionar por un momento y supuse que se trataba de una falla en el suministro de energía. Me avergoncé de mi actitud tan infantil, me alcé y miré a mí alrededor. Todo se encontraba cubierto por la negrura. Posé mis ojos en el monitor, y vi en medio de la pantalla un pequeño pulsar, pero de un centelleo algo semejante a un rostro se formó, era semejante al de un niño. Sin embargo el vacío en que se hallaban sus ojos me causo un terrible pánico.
El niño sin rostro que vi muerto a través de la televisión estaba delante de mí. Salió de la pantalla y tocando con su manita mi rostro provocó que cayera desmayado. Luego era ya de día.

Ernesto regreso a su puesto luego de almorzar. Varios clientes le miraban con recelo al recordar la escena que hacia media hora. Todas las labores continuaron con normalidad, mercancía iba y venía, y las transacciones de dinero al por mayor.
Al término de la jornada, Ernesto se disponía a salir cuando uno de sus compañeros le llama: -¿Oye, no quieres acompañarnos al bar de la esquina?- Desde hacia tres años que trabajaba en ese lugar y nunca había entablado conversación con ninguno de sus colegas, además que ellos mismos de alguna manera huían de cualquier trato con él. Semejante invitación, a pesar de todo, no podía ser rechazada. Aceptó con una gran sonrisa y guardando sus cosas en su mochila se unió al grupo.
El establecimiento no era muy acogedor. Un par de mesas de billar ya muy gastadas y una barra con bancos largos en el fondo del lugar, las luces eran escasas y el humo de los cigarros lo llenaba todo. Se acercaron a la barra y pidieron cada uno una cerveza, además de rentar una mesa para jugar. Desde sus años en la preparatoria Ernesto no había vuelto a jugar pool, sintió cierta melancolía al recordar a sus antiguos amigos.
Era una velada de hombres, todos bebían, fumaban, jugaban y reían. La noche apenas había caído y Ernesto ya se sentía afectado del licor; bebía ocasionalmente pero nunca con “amigos” ni en noches de “parranda”, o lo que él creía que fueran. Sin embargo, los demás reían no con él sino de él, al ver como su “amigo” que tan sobrio y digno se presentaba diariamente en el trabajo, sacaba a la luz el comportamiento afeminado que debía ser el correspondiente a un “puñal” como él.
Embriagado por el momento más que por la cerveza se dirigió hacia el sanitario. Sentía vértigo y a tropiezos alcanzó la puerta del baño. La abrió y encontró un cuartucho de dos por dos metros, con un escusado manchado y repulsivo, sin embargo eso no le importó y sin contenerse se arrodilló ante el retrete y vomitó todo lo que había bebido esa noche. Las nauseas y el vértigo menguaron un poco. Se levantó y girando para salir encontró frente a si a un hombre. Un ser repulsivo completamente cubierto de vello y cabello largo. En medio de la confusión Ernesto lo reconoció como el hombre que iba con él en el autobús esa mañana. Era fácil de reconocer, sobretodo por el tatuaje en su brazo.
Ernesto se encontraba atrapado en esa pequeña celda. La desesperación y el miedo lo invadieron. El hombre lo tomó abrazándolo con fuerza, y de su asquerosa boca salieron palabras que apenas podían considerarse como humanas, diciéndole al oído: -Ahora si chiquillo, vas a ver lo que es un hombre y no un pinche joto-.