Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

lunes, junio 16, 2008

Lecciones sobre la muerte

Forma número cuarto

Es casi de noche, la oscuridad se rehúsa a emerger desde el horizonte contrario a la puesta del sol. Los tonos violetas y de profundos azules apenas tienen su silueta en la bóveda del cosmos. A lo largo de las filas indecorosas de los árboles, trinos de pájaros chocan entre si provocando un estruendo de sonidos impertinentes. Penumbras se conjugan entre las copas de la arboleda y las cuadradas fachadas de los edificios alrededor el parque.
Entre las moles de ladrillo y madera, donde las construcciones de pasado, blanco de un lado y rojizo del otro, crean un espacio de movimiento para los jóvenes que corean entre gritos y susurros la vendimia que acaban de realizar. Es la ciudad de luces artificiales difuminadas por los resplandores del crepúsculo eterno, la de trepidaciones a lo largo de las calles maltrechas que mantienen en el vilo de la inconsciencia a quienes sobre ellas se atreven a seguir un camino de rápida marcha o inmovilidad serena.
Y mientras todo esto se presenta, la noche no se da término para extenderse sobre el cielo de esta ciudad. Es como si esperara que un evento ocurriera para dejarse llevar por las sendas de los vientos superiores. Azules, rojizos y morados alzan los brazos a lo largo de la bóveda aún sometida a los embates del fragor solar. No pueden caer, por arcano misterio, las tinieblas en la ciudad ni sobre sus habitantes. Es durante esos momentos de eterna penumbra inconclusa cuando los dos hombres se mantienen de pie, uno junto al otro luego del encuentro sin planes pero deseado, mientras conversan en medio de la multitud ignorante.
El espacio es el mismo de días anteriores, donde los ciclos de la vitalidad se repiten innumerables veces. A la izquierda el rectángulo de la fachada blancuzca, manchada por la inmundicia proveniente de la humanidad alrededor, donde ventanales de altos vuelos y arcos de cantera encierran las luces de las lámparas que sobre los techos de las amplias o estrechas habitaciones mantienen dentro a los jóvenes de pensamientos frágiles. Todo ellos atravesando las puertas de madera apolillada y desquebrajada cuyas capas de pintura encubren los tiempos en que fueron instaladas para guardar a los habitantes de sus muros. Ellos vienen y van, retornando sobre las historias creadas en el principio de sus propias existencias, negadas en silencio y manifiestas en la mentira de su propia aspiración. Son una pequeña multitud.
Cruzan la calle donde el tráfico vehicular se acrecienta durante las horas en que el sol se niega a retornar más allá de los límites de la mitad del mundo. Estacionamiento en la amplitud de la calle, el semáforo no cambia de tonalidad hasta que el anterior no indica señal contraria. Y es que el movimiento humano puede contemplarse entre las esquivas anécdotas de quienes bajo la capa vegetal de los árboles dominan con sus charlas y actos la constante vitalidad del tiempo. En la acera, al lado de la jardinera de alto muro y del armatoste de metal amarillo donde un hombre vende revistas y periódicos, una pareja se mantiene abrazada. Más allá, sentados sobre la barda, un grupo de personas conversan riendo y actuando sus propias palabras. Arriba de una banca de concreto una joven de blusa verde sostiene en sus piernas la cabeza de un hombre que descansa con los ojos cerrados mientras ella juega con los cabellos alborotados de su acompañante. Un tipo empuja a otro mientras expone su idea, una danza preestablecida a la cual se han adecuado en la rutina. Dos mujeres, de parcos colores su indumentaria que cubren sus delgados cuerpos, se alejan tomadas de la mano, mientras que un joven de gafas las observa caminar y perderse al doblar una esquina. Y, entre ellos, demás sujetos e individuos que se olvidan fácilmente su presencia.
Hechos repetidos mientras en el centro del espacio, donde la explanada sólo es frenada por la efigie de un hombre aún desconocido por sus testigos, muchachos juegan balompié imaginando que en ello se les va la vida. Patea uno, recibe otro mientras que aquel grita destrozado por las implicaciones que dentro de su mente podría tener el juego. Camisetas y playeras ligeras, pantalones de mezclilla, uniformes en el momento en que la historia fue escrita. Es la igualdad del todo, repetición desconocida por la nulidad de ésta misma premisa. El balón sale disparado, esquivando el laberinto de los transeúntes y golpea al final el dorso de un autobús. Revota cayendo a los pies de un muchacho de vestimenta deportiva azul y gris. Acepta y patea la esfera hacia aquellos que la solicitan. Terminada la distracción continúa contemplando la distancia de la calle esperando el arribo de algo. Por detrás un joven de cabello largo y de negra profundidad se le acerca. Gracilidad en un caminar que se transforma en lento meneo del viento. Actor etéreo dentro de una pintura quien sin fundamento acerca su mano al hombro de la figura principal.
Del otro lado, donde los segundos jardines de pálida tierra, donde la fecundidad de su obra sólo es evidente en los escuálidos árboles que bordean el parque, allí sentados observan el partido ejecutado por los hombres sobre las baldosas de piedra que cubren la explanada. Ellos son lo que el otro es, una identidad creada a partir de las interacciones constantes entre unos y otros. Confianza real podría ser admitida mas su afirmación permanecerá en la duda del futuro. A sus espaldas el edificio que controla la panorámica. De rojos ladrillos su fachada, dureza representa las altas ventanas de cuadrada forma donde negras piedras enmarcan el cuadro del interior de las habitaciones. Luces penden de los techos y rompen sus fragores al cruzar las rejas custodias del edificio. Solemnidad y fuerza, da miedo posar la mirada en tan fría construcción; enajenada a la dinámica de la ciudad tímida que se vuelca sobre sí misma. Hombres vestidos de un verde desgraciado mantienen sus rondas alrededor de su eminente hogar.
Y el sol no brilla ni las tinieblas palidecen. Un momento del crepúsculo donde la línea del día y la noche mantienen en expectativa al caminante citadino. Es instante de angustia y soledad cuanto en plata se tiñen las escasas nubes del estío. La idea de escapar no asoma por el rostro del joven de titubeante mirada. Cansada visión que esconde el mundo, un silencio que se empeña en ser descubierto mas no revelado. En las profundidades de una mente surgen los actos, y es que él esta allí de pie. Alto y solemne, esperando, meditando, contagiándose de sí mismo.
Con la cabeza alzada, sometiendo la dureza de su cuello y hombros, presencia del hombre de la ilusión. Con los brazos cruzados al frente y las piernas abiertas mantiene el control sobre las eventualidades de la realidad. Superado y superior se le observa desde su espalda erguida cargada de la mochila negra con detalles azules en los cierres y aberturas de las bolsas. Es esto lo que ve el hombre de cabello largo al momento de acercarse a su amigo, punzada en el pecho lacera la fantasía de la existencia del otro.
–¿Ya te vas? –pregunta cuando su mano toca el hombro derecho de David. El golpe de sus pasos fue evidente desde el inicio de su marcha, pesada candencia que no engañaba al sorprendido.
–Si, ya es tarde. –responde con los ojos fijos a su amigo. Las gafas redondas y oscuras mantienen alejada, como mascara, los anhelos interiores de aquel que ha preguntado. Diferencia hacia lo igual.
–Íbamos a ir a casa de Claudia ¿no vienes? –la invitación se dirige en un sentido de suplica. Lo deseado le es más goloso cuando lo tiene enfrente. No desea al sujeto que desvía la cabeza de vez en vez intentando que su acción dé la llegada al autobús. Desea aquella imagen desconocida, aquello que él mismo no sabe que desea siquiera. Obsesión impensable de un máximo ideal.
–¿Y eso para qué o qué? –pregunta David inquietándose por la posibilidad de perder el autobús. Conoce el juego pero no las reglas. Sabe como se desarrolla la dinámica de las personas, ha estado allí y comprende su facilidad, su impericia y su tristeza. No la rechaza, pero ha quedado sometido a otras premisas en las cuales se ha dejado caer. Sabe lo que sabe, cree en lo que cree y hace eso mismo. La sabiduría da lugar a la congruencia de sí-misma en el sí-mismo de quien la posee.
–Nomás a pasar el rato, a pistear y a ver que se arma luego. –responde sonriendo con una limpia hilera de dientes que arquean su boca en forma de media luna. Su rostro se ilumina, a pesar de la negrura de los cristales frente a sus ojos, con la posibilidad de que su amigo asista con él. Esperanza a la cual jamás admitirá su certeza.
–No, mejor no. Ya es tarde y tengo cosas que hacer en la casa. Otro día mejor. –la mirada responde a la sonrisa.
–Está bien. Mañana nos vemos. –le dice mientras se aleja hasta reunirse con la camada de amigos y amigas que le esperan sentados bajo los arboles. Se reúne con ellos y toma asiento al lado de una joven de blusa corta color rosa. Él la abraza y comienzan a charlar. Olvida al momento, recuerda en el ensueño.
–Si, hasta mañana. –espeta David sin el animo de ser escuchado, sólo observa como su amigo se aleja corriendo. La holgada camisa desabotonada se bandea con el movimiento mientras sus pies calzados con zapatillas deportivas rechinan levemente, tanto que no se escuchan.
El autobús no aparece aún y desesperado decide alejarse del pequeño mundo de interacciones en el cual se haya inmerso. Toma camino contra el flujo vehicular. En línea recta camina acercándose con ello al grupo donde se encuentra su amigo aunque se mantiene a distancia de ellos y sin voltear continúa su andanza hasta alcanzar la siguiente esquina. Atraviesa la cuadra del edificio de ladrillos rojos, por un costado y bajo los ventanales de las habitaciones de su interior. De frente, hacia él, se acerca una mujer de baja estatura y de prominente complexión cargada de un par de bolsas plásticas en cada mano. Luego un hombre de gorra acompañado del brazo por una mujer. Una señora con su hijo. Una anciana de blanca piel caminando lentamente ayudada por un bastón. Un par de adolescentes con uniforme escolar, desgarbados lanzan chistes y ríen de sus ocurrencias. De una acera a otra pasan un par de señoras de largas faldas. Luego viene un señor de camisa campirana y rostro constreñido. A su lado pasa un automóvil gris conducido por un muchacho con gafas oscuras, al verlo le pareció que posaba con su brazo extendido sobre el volante.
Finalmente llega a una nueva intersección de las callejuelas de la ciudad, dobla a la izquierda y avanza bajo la negra cantera de la iglesia colonial. Muerte de la piedra y antigüedad de la historia ignora a su paso cuando cruza frente a la puerta de acceso al recinto. Contornos de la puerta arrebolados que ya no se comprenden sus motivos. Pilares y ventanas, destellos florales en pétrea forma, carcomidos y destruidos. Intento de rescate, esperanza de recobrar lo que nadie recuerda. A los pies de la puerta una mujer sin edad vende pequeñas imágenes religiosas, rosarios y cruces que pocos hacen caso a tales artículos. David la mira y su silueta quedará grabada en su memoria por siempre.
La roca proveniente de la arquitectónica cornisa de la torre se desprende, cede a las inclemencias de la población y de la vida. Durante años, sostenida por la gracia de una fortuna voluble, se mantuvo exime a cualquier eventualidad; pero esos tiempo acabaron y fue en un instante en que la noche se extendió sobre la faz del cielo. Como rayo, escapando a cualquier interferencia, cae golpeando la cabeza de David dejándole con el cráneo destrozado. Un accidente que pocas veces puede ser apreciado es atrayente de la mirada de los curiosos que pasan por el lugar en ese instante. Queda el joven tirado en el suelo mientras la mujer reacciona con un grito ante la sangre que brotaba de la cabeza del hombre. En otras cuadras y calles el movimiento continúa su marcha común.
Esta era la gran ironía, a pesar de esfuerzos y oraciones David murió. Sin miedo al enfrentarse y esquivando la normalidad escapó más allá de todo siendo el hombre congruente, el del temple envidiado.

martes, junio 03, 2008

Lecciones sobre la muerte

Forma número tres

–Quiero contarte una historia. –le dice el narrador a su amigo mientras toman asiento a la mesa en la cafetería ubicada en la intersección de la avenida y la calle. Ese café que combina los olores de una publicidad acosta de su pasado y la contaminación proveniente de los autobuses que circulan por la calle.
–¿Otra vez? –pronuncia la pregunta con una inflexión de ironía y molestia, mientras toma con la mano derecha la carta con los productos preparados que el establecimiento ofrece a sus comensales. Realiza esta acción mientras continúa su diálogo –Ya me tienes harto con tus cuentos y leyendas. Siempre son lo mismo; los mismos personajes, la misma trama, las mismas palabras. ¿Qué no tienes algo mejor que hacer que eso?
–Yo sólo deseaba contarte una historia. Eso era todo. –espeta con esa voz que brota cuando se siente lastimado ante un señalamiento negativo hacia su persona.
–Lo sé –dice en un intento de hipócrita modestia con tal de remediar la situación– y te agradezco que confíes en mi para esto, pero… creo me estoy cansando.
–Lamento escucharlo –resignado responde–. No te molestaré más.
–No, espera. –un deje de angustia recorre su mirada al abandonar ésta los caracteres impresos y posarla sobre su acompañante– Ha sido un día difícil. Ya vez lo que pasó en la mañana y todo lo demás. Fui muy grosero contigo.
–Está bien, de todos modos no es nada importante, –sonríe en una mueca– sólo era algo que se me ocurrió.
–Entonces cuéntamela, por favor. –pide con un rostro de curiosidad increíble mientras la joven de blusa blanca y delantal negro se acerca a la mesa con su pequeña libreta en las manos.
–No. –responde el narrador con brío. La falsedad de declaraciones se evidencia ante los cambios que la persona puede representar a lo largo de la vida. Reconocer los comportamientos había sido para él un problema de infranqueable altura pero jamás perdió la certeza de la existencia de las verdades ocultas tras las mascaras de quienes frente a él se manifestaban. Eso no era una cualidad, ni siquiera estaba seguro de poseer tal sagacidad. Tal vez pueda ser evidenciado en la sonrisa de la mesera quien trata de aparentar agradecimiento por ser servidora. Dura el silencio tanto como el necesario para preparar un capuchino frío y un chocolate caliente.
–Ya, no te molestes. –responde mientras el humo exhalado por la boca del comensal a su derecha se evapora en una blanquecina mancha volátil hasta impregnar las paredes de su nariz. Aspira los olores que mezclados forjan el recuerdo de la primera vez en que se sentó en aquellas sillas de madera es color intenso. Cuando posó sus codos sobre el blanco mantel que cubre la mesa sobre la que le sirvieron el expresso solicitado en esa pequeña taza sobre un pequeño plato. Era un recuerdo grácil que le atormentaba en cada ocasión en que decidía entrar de nuevo a beber algo caliente.
–Escúchame, sólo hazlo en esta ocasión. –pareciera que intenta controlar una emoción. Podía ocurrir que en un momento, bajo las circunstancias menos previsibles, el narrador explotara en un éxtasis de genialidad incapaz de ser contenido, ni siquiera las palabras pronunciadas podrían establecer los lineamientos lógicos para su manifestación plena. –Es sólo que no puedo decirte nada. Ya ha ocurrido que mi voz se pierde antes de llegar a ti, y es que sólo te pido escuches esto. Me harté de ver en ti la indiferencia ante lo que realizo. Déjame contarte esta historia.
–Está bien, está bien. –sorprendido contesta el amigo mientras reciben en la mesa las ordenes solicitadas hace algunos minutos. El capuchino frío del narrador contrarresta el chocolate ardiente del compañero. Es como sí fuera necesaria esta disparidad para mantener la suficiencia de uno o de otro– ¿Y por eso vas a llorar? Por favor, habla. ¿Qué nunca lo has hecho? Pues hazlo ahora, tienes la libertad y mis oídos.
–El hombre nació alrededor de 1945. Si más o menos por esas fechas. Nace en un poblado lejano a la ciudad, incluso en una casita escondida en el monte. Una casita de adobe y tejas donde ahora habitan murciélagos y otras bestias de tal calaña. –comienza su narración el narrador. Con la mirada fuera de la visión de su amigo lee en el muro, en el que penden algunos cuadros, la historia que inventa.
–Un hombre provinciano –dice y bebe el líquido negro– algo extraño para ti. Tu, hombre citadino que no comprende de esas cosas.
–Pero puedo hablar de él, es como si lo conociera. –responde airado por el comentario. Fue cuando comenzó a sentir el lacerante juicio al que tanto huía. El muro que cerca las ideas explayado frente a él.
–Es que no puedes saberlo. Simplemente podrás de imaginarlo. –aleccionando.
–Este niño –continúa narrando negando con su cabeza la última afirmación de su amigo y retomando la línea de su discurso, eleva la cabeza sobre sus hombros y en intenso recuerdo sucumbe sobre si mismo– corriendo por los montes y matorrales vivió. Saltando y recorriendo los caminos que el viento formaba en los cielos. Aprendió a reconocer los signos celestes y predecir que lo que es invisible crea lo que da sustento a la existencia.
“Fue un niño de triste mirada. Viviendo en los campos abiertos donde sembradíos y ganado se extendían sin dar lugar a sueños innecesarios. Simplemente él estaba allí, escuchando las palabras de su padre y la sumisión de su madre. Ambos fuertes pero guiados por distintas sendas. Poco se oirá hablar de estas épocas, nulos recuerdo legará a la posteridad con tal de esconder que lo que se es no es más que el producto de una historia mal contada.
“He aquí al padre, duro como roca e igual de intransigente como la montaña de prismas que una vez vi. Malvado ante los ojos de los normales; quien en desplantes de control y dominio no hacia más que golpear con la vara el cuerpo blanco de este niño. Eran los últimos años de la raza humana tal como se conocía.
“Pero la madre, de ella apenas si se puede hablar. Sólo es evidente su existencia por que el niño existe en la realidad. Pero si quieres saberlo te diré que era una mujer de gran carácter, rigurosa que si acaso tuvo amor para con sus hijos jamás pudo manifestarlo. Como te decía, eran los últimos años”.
–Eso es una historia común y corriente. –alega moviendo las manos frente al rostro del narrador, con esta acción los recipientes que contienen el azúcar y la sal vibran cuando lo hace la mesa misma. Era contemplar como un sismo arremete contra estatuas– Vamos, dime algo más. Algo que sea majestuoso. Dime algo que sea en verdad arte puro. –Dicho esto sorbe el último remedo de su chocolate. Por su parte el narrador había olvidado hace tiempo lo que tenía entre sus manos.
–En una ocasión ya mayor, quizá adolescente, salió corriendo. Nunca creyó que lo haría, jamás imaginó que un momento tal pudiera realizarse en él. Pero al salir por la puerta, al ver a las personas que frente a él se encontraban no pudo continuar. Su carrera se hizo lenta hasta parar. No era capaz de continuar, sólo sentía el corazón aplastado por la realidad que no logró contener dentro de sí: “Pero ¿a dónde? No puedo huir de mi, me persigo”. Era todo, se daba cuenta que estaba anclado a su cuerpo, a ese maldito cuerpo al cual tendría que soportar su impertinente incursión en su vida. Fue la única vez que lloró.
–¿Por qué pasó esto? –pregunta divertido.
–Por que simplemente lo hizo. –responde bebiendo por primera vez el líquido ya templado.
–Si, pero qué pasó para que se diera esto.
–Eso no tiene importancia. Simplemente ocurrió así.
–¿Cómo? –señala con sarcasmo y riendo suavemente– Pero si eras tú el que gritaba la necesidad de exponer la realidad tal cual es y ahora me dices que el hecho no tiene importancia. Es el colmo contigo.
–En esta mi historia así lo decidí. –indignado, con la voz alzada y los ojos abiertos increpa a su atacante. Es dios en estos momentos, es un creador capaz de descifrar los mismos arcanos que conforman lo que le rodea.
–Está bien, continúa. –y alzando el dedo índice derecho declara– Pero ten en cuenta que escucharte hablar así no permitirá que logre imaginar a tu hombre.
–Me tiene ya eso sin cuidado. Te narro su historia y la escuchas eso es todo lo que se necesita.
“Adulto era cuando abandona el mundo que le vio nacer. Quizá quince años de edad. Con las manos toscas, por los azotes y los guijarros, trabajó sin descanso en la ciudad. Jamás imaginó siquiera la gracia de poder imaginar. Sólo era lo que cada día ocurría, sus pesares y labores. Era todo lo que podía concebir.”
–Tu Némesis –indica el amigo interrumpiendo el cuento, riendo falazmente.
–Lo extraño es que si. En fin, el hombre conocer a una mujer con quien se casa y procrea hijos a quienes parece odiar en medio de la dureza que aprendió.
“Así vive su vida. Trabaja por mañana y tarde alejándose de casa, se emborracha intentando lavarse todos los recuerdos y sentir lo que considera nunca sintió, simplemente se ve que está allí pero no importa su presencia”.
–Gran vida que tiene. Dale más matices, haz que sea más interesante. Dale una capacidad enorme para enfrentar los problemas aunque siempre le salga mal todos sus intentos y finalmente use la fuerza y la violencia, créale una personalidad que sucumba a los que le rodean pero no por admiración sino por desprecio, concédele un carácter que haga que le odien, mantenle al borde de la desesperación que él mismo ha producido, hazle malo y cruel que su creador no sea capaz más que hablar de él constantemente.
–Si sabes de quien hablo no vale la pena continuar este relato.
–Mi querido amigo, tu eres un libro. Eres palabras e imágenes nada más. Diles a los ciegos que no te vean y a los sordos que no te escuchen.
–Y una noche, –dice el narrador continuando con su historia– bajo la luna de este mes, el corazón del hombre no soportó más la intensidad de su alma. Al lado de su cama su mujer escuchaba los jadeos que pronosticaban el límite de las fuerzas. Sus hijos sólo sabían que era la paz esperada. Moría enfermo, su deseo no era irse pero nada más poseía esta opción. El juego de dios había llegado y le tocaba ser él la siguiente pieza en su tablero. Los paramédicos ni los médicos lograron regresarlo, simplemente se había ido despierto.
–¿Y en qué te basas para darle ese tipo de muerte? –pregunta mientras levanta el brazo llamando la atención de la mujer que les atendió. Pierde de su rango de visión el rostro del narrador pero no abandona el mundo ideal en el cual conversan.
–En que él es un hombre fuerte. –responde con seguridad y rapidez.
–Qué virtuoso resultó ser después de todo. –dice con ironía el amigo– ¿De dónde viene ahora que el fuerte muera así? Te creas tu propia moral hasta el punto de contravenirla con la teología. Aún así, todo este drama para explicar algo tan simple como eso.
–No todo es tan simple, –al tratar de defender sus ideas el narrador cambiaba de expresión y posición de su cuerpo. Se yergue y levanta la voz casi en un grito, es un reflejo instintivo similar al que las bestias selváticas llevan acabo con el fin de mantener al margen a su agresor– has reconocido de quien hablaba…
–Era evidente de quien era. Siempre es de él o no de él. ¿Me equivoco? –mientras extrae del bolsillo de su saco la cartera de piel negra.
–Entonces, no es tan fácil. –dice sonriendo y reclinándose soberbiamente contra el respaldo de la silla– Mira que todo esto no ha sido más que una conversación que hemos tenido y a la cual ni siquiera le prestas la atención debida.
–¿Para que te sirven todos estos cuento? No son más que mentiras, totalmente fuera de la realidad. Los demás no los entienden, y creo que ni tu tampoco.
–Es suficiente por hoy, vámonos. –y dejando los billetes sobre la charola de plástico negro salen del establecimiento. Para los testigos que los rodearon nunca existieron.