Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

jueves, julio 05, 2007

Tiempos de Paz - Navegantes

Navegando por el cielo, “Arca” avanza con ilusoria lentitud. La portentosa nave del capitán Sfrener destella a causa del reflejo solar sobre la pulida superficie de plata. Las aves y las nubes se alejan ante tal artefacto, la naturaleza comprende que es incapaz de actuar contra este monstruo.
Frente al grueso cristal del cuarto de control observan Wolph y Veronice el sin fin del mar, los diversos tonos azules que se despliegan por la línea del horizonte. Un zumbido es todo lo que se alcanza a escuchar de las potentes máquinas que mantienen en el aire al enorme zeppelín. Entre ambos el silencio se ha impuesto. Desde el inicio de la expedición se han jurado sin palabras permanecer distanciados, desconocidos uno al otro, aún cuando esto no es aceptado plenamente por ninguno de los dos.
Wolph desvía la mirada de vez en vez para observar de reojo a la mujer que a su derecha se encuentra. Un calor inestable le sacude al percatarse de lo que hace y pronto aparta la mirada concentrándose en un punto lejano de la inmensidad. No es la primera mujer de tal encanto que ha visto, ni siquiera la mejor, pero algo en ella lo enerva. Quizás sean sus grandes ojos negros, o su larga cabellera azabache o tal vez su provocativo vestido negro, fabricado de una ligera tela sintética en dos partes; la primera en forma de dos tiras que se cruzan en el cuello y cubren sus grandes y firmes pechos, dejando al descubierto su terso vientre adornado en su ombligo con un fino diamante púrpura. Además, sus pantalones estrechos que por encantamiento se mantienen estables a la altura de su cadera, la figura de sus piernas queda al descubierto con la simple ilusión de estar cubiertas. Un par de botines blancos le terminan de engalanar. El encantador cuadro seductor se remata con la sensualidad del cinto que rodea su muslo derecho y que guarda enfundada una pequeña pistola.
Wolph traga saliva mientras siente el sudor correr por su cuello. Una imagen cruzó por su mente, imagen provocativa que produce su efecto inmediato. Decide pues retirarse de aquel lugar y sentarse en la escalera que conduce al timón donde el capitán Sfrener se encuentra. Veronice advierte la retirada del joven y ríe para sí. –Es solo un niño aún– piensa. Cruza los brazos y cambia el peso de su cuerpo a una de sus piernas en un movimiento de cadera netamente femenino. Levanta los ojos hacia el cielo donde unas gaviotas aún revolotean y descubre en el cristal el reflejo de Sfrener.
La figura del heroico hombre al mando de “Arca” apenas se dibuja en la trasparencia del vidrio. Veronice entonces cierra los ojos y mira dentro de sí la primera impresión de aquel nuevo Prometeo. Ese rostro cuadrado, cincelado con fuerza maestra; sus ojos destellantes de experiencia; sus recios brazos, cubiertos de cicatrices, capaces de levantar en vuelo a hombres del doble de su talla; un cuerpo esculpido con la habilidad con la que en antiguo el pueblo filósofo de Griecia creaba a sus dioses en mármol. La efervescencia en la sangre de Veronice la hace casi perderse en la ilusión, pronto recupera el dominio de si misma. Un juramento sale de sus labios con la intensidad de un suspiro, se disgusta consigo y regresa a sus pensamientos sobre el destino que le depara al llegar al puerto.
Sebastián por su parte lee su inseparable libro verde. Tomándolo con la mano derecha apoya el lomo contra los tres dedos medios mientras con el pulgar y el meñique sostiene las hojas en las páginas leídas, es una constante lucha donde se empujan las diversas partes anatómicas de la mano con el fin de mantener abierto el volumen, curioso juego de destreza inconsciente. Bastián, bajo la luz de una bombilla, permanece de pie completamente erguido con la mayor dignidad, absorto en sus propias meditaciones. En cada línea que repasa de las amarillentas hojas de papel su mente divaga por senderos de imaginación y filosofías. A sus pies aun se encuentra su equipaje, una bolsa cilíndrica de color verde desteñido.
Al subir a la nave unas cuantas palabras salieron de sus labios agradeciendo a Sfrener su ayuda y dando instrucciones sobre la misión a realizar. Luego de ello se aproximó a una luz que caía en un extremo de la cámara de mando, dejó caer la maleta con sus pertenencias a su lado derecho y acto seguido extrajo su libro de entre los pliegues de su capa. Casi una hora lleva en esa misma posición.
El disgusto se marca en el rostro de Arthur quien se halla sentado en el suelo a la sombra, lejos del centro de la escena. Con brazos y piernas cruzadas, y la cabeza en alto se mantiene al margen pero atento de lo que ocurra. Se siente molesto pero no entiende porqué lo está. Mejor dicho lo sabe pero no entiende la razón de que ello le produzca tales sentimientos. Mira a Veronice que se encuentra de pie con los ojos cerrados, luego desvía su mirada hacia Wolph quien camina hacia la escalera del timón y la idea de que él se aproxima a Sfrener le indigna por completo. La tranquilidad regresa al ver que se sienta en el tercer escalón abrazando sus rodillas y con el rostro sobre ellas. Sebastián se mantiene de espaldas a él, sabe que sigue leyendo o algo parecido. A Sfrener no logra advertirle, esta oculto por la plataforma donde el mando se localiza.
Reconoce cada fragmento del recinto, en no pocas ocasiones durante la guerra estuvo como tripulante en los zeppelín del ejercito de Permenias. La forma semicircular de la cabina con los grandes ventanales oblicuos al frente, que permiten observar el camino y al enemigo, se extienden cubriendo la mayor parte de la estructura radial. Cristales blindados que pueden soportar la embestida de las municiones de cincuenta cañones, aun cuando su talla supera los tres metros de alto y más de ocho cada uno de la triada que compone la estructura. Tras de él siente una de las dos turbinas que permiten a la nave mantenerse en el aire, el minúsculo calor y el suave ronroneo que produce su movimiento fue una de las glorias tecnológicas de su tiempo. Comparando su posición en aquella habitación comprende que Bastián esta en igual situación que él pero opuesta, es decir, frente a otra turbina bajo la bombilla que alumbra los medidores de temperatura y potencia.
La estructura central de aquel lugar es la zona de mando, el timón del zeppelín se encuentra elevado sobre una plataforma que esconde los complejos mecanismos que regulan, controlan y mantienen en funcionamiento toda la maquinaria. Se imagina Arthur que Sfrener debe encontrarse frente a la consola de mando, de igual forma circular que el cuarto de control, compuesta por botones, palancas, manivelas controladoras de los procesos mecánicos y en el centro de la plataforma el timón que guía el curso de la nave. –En ese lugar debe estar ese engreído, creyéndose el gran hombre del momento– piensa para si Arthur dando un gruñido. Todo es metálico, inerte.
–¡Bastián, rompe este silencio! –grita Arthur, sin poder evitarlo, a la única persona en quien puede de alguna forma confiar. Todos los presentes se giran no en dirección de donde provino la voz, sino a quien fue dirigida la petición. Sebastián, como saliendo de un letargo, cierra su libro e inclinándose hacia su equipaje, lo guarda en un bolsillo de su maleta verde. Luego se quita la capa dejando caer las pesadas hombreras sobre su cilíndrica valija y descansa su cuello.
–¿De que quieres que hable Arth? –pregunta Bastián mientas camina hacia la plataforma y se posiciona al lado de Wolph. Éste le observa confuso.
–De lo que quieras, solo acaba con este silencio que me vuelve loco –dice Arthur observando la figura aun fuerte de Bastián, que a pesar de la edad, se descubre a través de su pecho desnudo.
–No dejo de sorprenderme de lo patético que eres, amor. –dijo Veronice volteando a ver a Arthur que se encuentra a su espalda con una mirada y sonrisa picara.
–A ti nadie te preguntó nada. –responde Arthur levantándose en el acto.
–Ya niños, siéntense o no habrá postre esta noche –habla desde lo alto Sfrener.
Veronice solo sonríe ante tan malicioso sarcasmo, a Arthur se le infla la cólera y Sebastián reconociendo los problemas que se avecinan comienza a decir: –Ya basta a todos, estaremos juntos por mucho tiempo dejémonos de juegos y hablemos en serio–.
–¡Por fin! Alguien sensato en esta jaula –expresa Arth.
–Más sabe el diablo por viejo…–señala Veronice.
–Un poco más de respeto a las canas y a las barbas, hija– responde Bastián con simpleza y candor.
–Lo que me interesa más es saber que pasa en el mundo –comienza a decir Arthur– desde que salí de Permenias no he escuchado nada sobre la situación en Rottemberge–.
–¿Y a quién le importa Rottemberge? Mira la desgracia que ha dejado a su paso. Desde que terminó la Guerra no se han visto mejoras en la condición de las personas. –espetó Veronice ante las palabras escuchadas.
–Claro que no, quien creyera eso de las mejoras sería un idiota. Pero de todos modos sería bueno saber que pasa para atenernos a lo que nos espere en Faustia– le reprocha Arthur.
Ambos se habían acercado a lo largo de su corta conversación hasta quedar uno sobre otro. Arth inclinado sobre el rostro de Vero, mientras ella, con la cara levantada, soportaba la mirada encendida de su contrincante. El debate habría durado aún algunas palabras más pero Bastián decide tomar la palabra y declarar: –Antes de embarcarnos el sistema comunicativo explicaba que una fuerza armada atacó el pueblo de Cornez en lo que antes era Filiantes y hoy el cantón número ciento treinta y dos, ante sospecha de insurrectos que planeaban atacar el palacio de gobierno civil en la antigua capital de Filiantes. Según dijeron fueron cerca de cincuenta los muertos y otros tantos los apresados por los tumultos que se dieron…
–¿Por tumultos? Con qué habrían hecho esos “tumultos” si ni siquiera piedras tienen para defenderse. –grita indignada Veronice– Sin duda puros jóvenes idealistas, como tu Wolph –dijo esto dirigiendo su mirada hacia él– que intentaron pensar de más, creyendo que eran libres mientras que eran todo lo contrario.
–Así es. –retomando la palabra Sebastián– De hecho la mayor parte de los asesinados y arrestados oscilaban por los quince y veinticinco años. Y aunado a esto se encuentra que el gobierno civil del cantón, por órdenes desde Blive, impuso restricciones económicas a la región y de asociación. No pueden celebrar ceremonias religiosas y además pagar un impuesto extra por los daños ocasionados por la revuelta.
–Eso es el colmo. Los perjudicados han de ser los malos al final. –Vero no pudo evitar dar una patada al suelo.
–Y ¿qué se puede decir de Faustia? ¿Podemos aparcar allí? –pregunta Arthur.
Antes que Sebastián pueda responder, la voz de Sfrener llega desde lo alto indicando: –Claro, Faustia es aún una ciudad sin problemas. Se abstuvo de pelear y se rindió a Rottemberge a la primera mención de guerra. No existen restricciones de aduanas ni límites en educación, recuerda que conservó la universidad. Además Elver Dorkin es amigo mío, nada puede salirnos mal allá.
–¿Ese quien es? –le cuestiona Arthur.
–El jefe de gobierno de la región veintitrés con cede en Faustia.
–Un traidor –espeta Veronice con la cara mirando hacia donde debiera estar Sfrener puesto que seguía oculto a la vista a causa de la plataforma
–Nada de eso, un visionario que espera el fin de esta tiranía. –responde con calma.
–De hecho sería una aristocracia democrática según lo que refiere el Filósofo. –corrige Sebastián.
–Ni tiranía ni monarquía ni nada, es una abominación. –respondiole Vero a Bastián.
–Félinx Äcton –comienza a explicar Bastián sin atender a las palabras de Veronice– es la cabeza de un grupo de grandes mentes que reconocen los problemas antes de enfrentarlos, además de reglamentar leyes por todos lados flanqueadas. Previeron la Guerra y sus consecuencias, sin duda son geniales. Además de que al hacer creer que cae la responsabilidad del control en un hombre deja la posibilidad a la imagen del todopoderoso jefe de estado. Si un hombre hizo todo eso, de seguro puede con más. Bueno, el punto es que hay más de lo que se ve.
–Gracias por explicarnos –dice Veronice con tono sarcástico– las increíbles formas de gobierno que tanto admiras–. Luego camina hacia el ventanal y abandona la conversación sumida en nuevos pensamientos. Sfrener por fin ha salido de su cabeza.
La tensión regresa para todos los presentes. Arthur no deja de mirar la delicada espalda de Veronice. Sebastián medita sobre lo que se ha dicho, mientras Wolph, atento hasta ese momento a todo el diálogo, se sorprende ante una alarma que se hace sonar.
–¡Cuarto de máquinas! ¿Qué ocurre? –ordena Sfrener a la tripulación del Arca, por medio de un comunicador. Una voz fuerte pero lejana responde por la bocina: –Señor, un problema en el sistema refrigerante. Debemos descender lo antes posible–. Todos se estremecen ante la avería de la nave. No es un buen presagio.
–El puerto más cercano es Valarta a treinta y dos millas de aquí. ¿Creen que aguante la maquinaría hasta llegar allá? –pregunta a través del intercomunicador.
–Si señor, pero no más. –es la respuesta.
–De acuerdo– dijo a sus hombres en sala de maquinas mientras que a los viajeros declara:
–Señores, no podremos llegar a Fraustia en un solo vuelo como planeamos; habremos de hacer escala en Valarta. Aun nos encontramos a mitad del camino y Valarta es puerto aduanal controlado por Ejército Negro. Prevénganse.
Dicho esto, el navío viró hacia la derecha cruzando el espacio aéreo de la región cuatrocientos cinco hacia Valarta. Cada uno se retiró a la posición que tomaban antes de iniciar la discusión recobrando lo mejor que podían la tranquilidad. Sin embargo, un escalofrió recorrió la espalda de Wolph, el vello de la nuca se erizo al momento que sus ojos se abrieron aun más previniéndose ante un peligro eminente. Un presentimiento tan intenso que lo orilló a levantarse de la escalera y subirla hasta llegar donde Sfrener.
–Capitán… yo… –dijo sin atreverse a verlo a los ojos y frotándose las manos. Tenía miedo.
–Lo sé Wolfy. Entiendo. –respondió Manx Sfrener a su amigo.