Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

lunes, junio 16, 2008

Lecciones sobre la muerte

Forma número cuarto

Es casi de noche, la oscuridad se rehúsa a emerger desde el horizonte contrario a la puesta del sol. Los tonos violetas y de profundos azules apenas tienen su silueta en la bóveda del cosmos. A lo largo de las filas indecorosas de los árboles, trinos de pájaros chocan entre si provocando un estruendo de sonidos impertinentes. Penumbras se conjugan entre las copas de la arboleda y las cuadradas fachadas de los edificios alrededor el parque.
Entre las moles de ladrillo y madera, donde las construcciones de pasado, blanco de un lado y rojizo del otro, crean un espacio de movimiento para los jóvenes que corean entre gritos y susurros la vendimia que acaban de realizar. Es la ciudad de luces artificiales difuminadas por los resplandores del crepúsculo eterno, la de trepidaciones a lo largo de las calles maltrechas que mantienen en el vilo de la inconsciencia a quienes sobre ellas se atreven a seguir un camino de rápida marcha o inmovilidad serena.
Y mientras todo esto se presenta, la noche no se da término para extenderse sobre el cielo de esta ciudad. Es como si esperara que un evento ocurriera para dejarse llevar por las sendas de los vientos superiores. Azules, rojizos y morados alzan los brazos a lo largo de la bóveda aún sometida a los embates del fragor solar. No pueden caer, por arcano misterio, las tinieblas en la ciudad ni sobre sus habitantes. Es durante esos momentos de eterna penumbra inconclusa cuando los dos hombres se mantienen de pie, uno junto al otro luego del encuentro sin planes pero deseado, mientras conversan en medio de la multitud ignorante.
El espacio es el mismo de días anteriores, donde los ciclos de la vitalidad se repiten innumerables veces. A la izquierda el rectángulo de la fachada blancuzca, manchada por la inmundicia proveniente de la humanidad alrededor, donde ventanales de altos vuelos y arcos de cantera encierran las luces de las lámparas que sobre los techos de las amplias o estrechas habitaciones mantienen dentro a los jóvenes de pensamientos frágiles. Todo ellos atravesando las puertas de madera apolillada y desquebrajada cuyas capas de pintura encubren los tiempos en que fueron instaladas para guardar a los habitantes de sus muros. Ellos vienen y van, retornando sobre las historias creadas en el principio de sus propias existencias, negadas en silencio y manifiestas en la mentira de su propia aspiración. Son una pequeña multitud.
Cruzan la calle donde el tráfico vehicular se acrecienta durante las horas en que el sol se niega a retornar más allá de los límites de la mitad del mundo. Estacionamiento en la amplitud de la calle, el semáforo no cambia de tonalidad hasta que el anterior no indica señal contraria. Y es que el movimiento humano puede contemplarse entre las esquivas anécdotas de quienes bajo la capa vegetal de los árboles dominan con sus charlas y actos la constante vitalidad del tiempo. En la acera, al lado de la jardinera de alto muro y del armatoste de metal amarillo donde un hombre vende revistas y periódicos, una pareja se mantiene abrazada. Más allá, sentados sobre la barda, un grupo de personas conversan riendo y actuando sus propias palabras. Arriba de una banca de concreto una joven de blusa verde sostiene en sus piernas la cabeza de un hombre que descansa con los ojos cerrados mientras ella juega con los cabellos alborotados de su acompañante. Un tipo empuja a otro mientras expone su idea, una danza preestablecida a la cual se han adecuado en la rutina. Dos mujeres, de parcos colores su indumentaria que cubren sus delgados cuerpos, se alejan tomadas de la mano, mientras que un joven de gafas las observa caminar y perderse al doblar una esquina. Y, entre ellos, demás sujetos e individuos que se olvidan fácilmente su presencia.
Hechos repetidos mientras en el centro del espacio, donde la explanada sólo es frenada por la efigie de un hombre aún desconocido por sus testigos, muchachos juegan balompié imaginando que en ello se les va la vida. Patea uno, recibe otro mientras que aquel grita destrozado por las implicaciones que dentro de su mente podría tener el juego. Camisetas y playeras ligeras, pantalones de mezclilla, uniformes en el momento en que la historia fue escrita. Es la igualdad del todo, repetición desconocida por la nulidad de ésta misma premisa. El balón sale disparado, esquivando el laberinto de los transeúntes y golpea al final el dorso de un autobús. Revota cayendo a los pies de un muchacho de vestimenta deportiva azul y gris. Acepta y patea la esfera hacia aquellos que la solicitan. Terminada la distracción continúa contemplando la distancia de la calle esperando el arribo de algo. Por detrás un joven de cabello largo y de negra profundidad se le acerca. Gracilidad en un caminar que se transforma en lento meneo del viento. Actor etéreo dentro de una pintura quien sin fundamento acerca su mano al hombro de la figura principal.
Del otro lado, donde los segundos jardines de pálida tierra, donde la fecundidad de su obra sólo es evidente en los escuálidos árboles que bordean el parque, allí sentados observan el partido ejecutado por los hombres sobre las baldosas de piedra que cubren la explanada. Ellos son lo que el otro es, una identidad creada a partir de las interacciones constantes entre unos y otros. Confianza real podría ser admitida mas su afirmación permanecerá en la duda del futuro. A sus espaldas el edificio que controla la panorámica. De rojos ladrillos su fachada, dureza representa las altas ventanas de cuadrada forma donde negras piedras enmarcan el cuadro del interior de las habitaciones. Luces penden de los techos y rompen sus fragores al cruzar las rejas custodias del edificio. Solemnidad y fuerza, da miedo posar la mirada en tan fría construcción; enajenada a la dinámica de la ciudad tímida que se vuelca sobre sí misma. Hombres vestidos de un verde desgraciado mantienen sus rondas alrededor de su eminente hogar.
Y el sol no brilla ni las tinieblas palidecen. Un momento del crepúsculo donde la línea del día y la noche mantienen en expectativa al caminante citadino. Es instante de angustia y soledad cuanto en plata se tiñen las escasas nubes del estío. La idea de escapar no asoma por el rostro del joven de titubeante mirada. Cansada visión que esconde el mundo, un silencio que se empeña en ser descubierto mas no revelado. En las profundidades de una mente surgen los actos, y es que él esta allí de pie. Alto y solemne, esperando, meditando, contagiándose de sí mismo.
Con la cabeza alzada, sometiendo la dureza de su cuello y hombros, presencia del hombre de la ilusión. Con los brazos cruzados al frente y las piernas abiertas mantiene el control sobre las eventualidades de la realidad. Superado y superior se le observa desde su espalda erguida cargada de la mochila negra con detalles azules en los cierres y aberturas de las bolsas. Es esto lo que ve el hombre de cabello largo al momento de acercarse a su amigo, punzada en el pecho lacera la fantasía de la existencia del otro.
–¿Ya te vas? –pregunta cuando su mano toca el hombro derecho de David. El golpe de sus pasos fue evidente desde el inicio de su marcha, pesada candencia que no engañaba al sorprendido.
–Si, ya es tarde. –responde con los ojos fijos a su amigo. Las gafas redondas y oscuras mantienen alejada, como mascara, los anhelos interiores de aquel que ha preguntado. Diferencia hacia lo igual.
–Íbamos a ir a casa de Claudia ¿no vienes? –la invitación se dirige en un sentido de suplica. Lo deseado le es más goloso cuando lo tiene enfrente. No desea al sujeto que desvía la cabeza de vez en vez intentando que su acción dé la llegada al autobús. Desea aquella imagen desconocida, aquello que él mismo no sabe que desea siquiera. Obsesión impensable de un máximo ideal.
–¿Y eso para qué o qué? –pregunta David inquietándose por la posibilidad de perder el autobús. Conoce el juego pero no las reglas. Sabe como se desarrolla la dinámica de las personas, ha estado allí y comprende su facilidad, su impericia y su tristeza. No la rechaza, pero ha quedado sometido a otras premisas en las cuales se ha dejado caer. Sabe lo que sabe, cree en lo que cree y hace eso mismo. La sabiduría da lugar a la congruencia de sí-misma en el sí-mismo de quien la posee.
–Nomás a pasar el rato, a pistear y a ver que se arma luego. –responde sonriendo con una limpia hilera de dientes que arquean su boca en forma de media luna. Su rostro se ilumina, a pesar de la negrura de los cristales frente a sus ojos, con la posibilidad de que su amigo asista con él. Esperanza a la cual jamás admitirá su certeza.
–No, mejor no. Ya es tarde y tengo cosas que hacer en la casa. Otro día mejor. –la mirada responde a la sonrisa.
–Está bien. Mañana nos vemos. –le dice mientras se aleja hasta reunirse con la camada de amigos y amigas que le esperan sentados bajo los arboles. Se reúne con ellos y toma asiento al lado de una joven de blusa corta color rosa. Él la abraza y comienzan a charlar. Olvida al momento, recuerda en el ensueño.
–Si, hasta mañana. –espeta David sin el animo de ser escuchado, sólo observa como su amigo se aleja corriendo. La holgada camisa desabotonada se bandea con el movimiento mientras sus pies calzados con zapatillas deportivas rechinan levemente, tanto que no se escuchan.
El autobús no aparece aún y desesperado decide alejarse del pequeño mundo de interacciones en el cual se haya inmerso. Toma camino contra el flujo vehicular. En línea recta camina acercándose con ello al grupo donde se encuentra su amigo aunque se mantiene a distancia de ellos y sin voltear continúa su andanza hasta alcanzar la siguiente esquina. Atraviesa la cuadra del edificio de ladrillos rojos, por un costado y bajo los ventanales de las habitaciones de su interior. De frente, hacia él, se acerca una mujer de baja estatura y de prominente complexión cargada de un par de bolsas plásticas en cada mano. Luego un hombre de gorra acompañado del brazo por una mujer. Una señora con su hijo. Una anciana de blanca piel caminando lentamente ayudada por un bastón. Un par de adolescentes con uniforme escolar, desgarbados lanzan chistes y ríen de sus ocurrencias. De una acera a otra pasan un par de señoras de largas faldas. Luego viene un señor de camisa campirana y rostro constreñido. A su lado pasa un automóvil gris conducido por un muchacho con gafas oscuras, al verlo le pareció que posaba con su brazo extendido sobre el volante.
Finalmente llega a una nueva intersección de las callejuelas de la ciudad, dobla a la izquierda y avanza bajo la negra cantera de la iglesia colonial. Muerte de la piedra y antigüedad de la historia ignora a su paso cuando cruza frente a la puerta de acceso al recinto. Contornos de la puerta arrebolados que ya no se comprenden sus motivos. Pilares y ventanas, destellos florales en pétrea forma, carcomidos y destruidos. Intento de rescate, esperanza de recobrar lo que nadie recuerda. A los pies de la puerta una mujer sin edad vende pequeñas imágenes religiosas, rosarios y cruces que pocos hacen caso a tales artículos. David la mira y su silueta quedará grabada en su memoria por siempre.
La roca proveniente de la arquitectónica cornisa de la torre se desprende, cede a las inclemencias de la población y de la vida. Durante años, sostenida por la gracia de una fortuna voluble, se mantuvo exime a cualquier eventualidad; pero esos tiempo acabaron y fue en un instante en que la noche se extendió sobre la faz del cielo. Como rayo, escapando a cualquier interferencia, cae golpeando la cabeza de David dejándole con el cráneo destrozado. Un accidente que pocas veces puede ser apreciado es atrayente de la mirada de los curiosos que pasan por el lugar en ese instante. Queda el joven tirado en el suelo mientras la mujer reacciona con un grito ante la sangre que brotaba de la cabeza del hombre. En otras cuadras y calles el movimiento continúa su marcha común.
Esta era la gran ironía, a pesar de esfuerzos y oraciones David murió. Sin miedo al enfrentarse y esquivando la normalidad escapó más allá de todo siendo el hombre congruente, el del temple envidiado.

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