Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

martes, junio 03, 2008

Lecciones sobre la muerte

Forma número tres

–Quiero contarte una historia. –le dice el narrador a su amigo mientras toman asiento a la mesa en la cafetería ubicada en la intersección de la avenida y la calle. Ese café que combina los olores de una publicidad acosta de su pasado y la contaminación proveniente de los autobuses que circulan por la calle.
–¿Otra vez? –pronuncia la pregunta con una inflexión de ironía y molestia, mientras toma con la mano derecha la carta con los productos preparados que el establecimiento ofrece a sus comensales. Realiza esta acción mientras continúa su diálogo –Ya me tienes harto con tus cuentos y leyendas. Siempre son lo mismo; los mismos personajes, la misma trama, las mismas palabras. ¿Qué no tienes algo mejor que hacer que eso?
–Yo sólo deseaba contarte una historia. Eso era todo. –espeta con esa voz que brota cuando se siente lastimado ante un señalamiento negativo hacia su persona.
–Lo sé –dice en un intento de hipócrita modestia con tal de remediar la situación– y te agradezco que confíes en mi para esto, pero… creo me estoy cansando.
–Lamento escucharlo –resignado responde–. No te molestaré más.
–No, espera. –un deje de angustia recorre su mirada al abandonar ésta los caracteres impresos y posarla sobre su acompañante– Ha sido un día difícil. Ya vez lo que pasó en la mañana y todo lo demás. Fui muy grosero contigo.
–Está bien, de todos modos no es nada importante, –sonríe en una mueca– sólo era algo que se me ocurrió.
–Entonces cuéntamela, por favor. –pide con un rostro de curiosidad increíble mientras la joven de blusa blanca y delantal negro se acerca a la mesa con su pequeña libreta en las manos.
–No. –responde el narrador con brío. La falsedad de declaraciones se evidencia ante los cambios que la persona puede representar a lo largo de la vida. Reconocer los comportamientos había sido para él un problema de infranqueable altura pero jamás perdió la certeza de la existencia de las verdades ocultas tras las mascaras de quienes frente a él se manifestaban. Eso no era una cualidad, ni siquiera estaba seguro de poseer tal sagacidad. Tal vez pueda ser evidenciado en la sonrisa de la mesera quien trata de aparentar agradecimiento por ser servidora. Dura el silencio tanto como el necesario para preparar un capuchino frío y un chocolate caliente.
–Ya, no te molestes. –responde mientras el humo exhalado por la boca del comensal a su derecha se evapora en una blanquecina mancha volátil hasta impregnar las paredes de su nariz. Aspira los olores que mezclados forjan el recuerdo de la primera vez en que se sentó en aquellas sillas de madera es color intenso. Cuando posó sus codos sobre el blanco mantel que cubre la mesa sobre la que le sirvieron el expresso solicitado en esa pequeña taza sobre un pequeño plato. Era un recuerdo grácil que le atormentaba en cada ocasión en que decidía entrar de nuevo a beber algo caliente.
–Escúchame, sólo hazlo en esta ocasión. –pareciera que intenta controlar una emoción. Podía ocurrir que en un momento, bajo las circunstancias menos previsibles, el narrador explotara en un éxtasis de genialidad incapaz de ser contenido, ni siquiera las palabras pronunciadas podrían establecer los lineamientos lógicos para su manifestación plena. –Es sólo que no puedo decirte nada. Ya ha ocurrido que mi voz se pierde antes de llegar a ti, y es que sólo te pido escuches esto. Me harté de ver en ti la indiferencia ante lo que realizo. Déjame contarte esta historia.
–Está bien, está bien. –sorprendido contesta el amigo mientras reciben en la mesa las ordenes solicitadas hace algunos minutos. El capuchino frío del narrador contrarresta el chocolate ardiente del compañero. Es como sí fuera necesaria esta disparidad para mantener la suficiencia de uno o de otro– ¿Y por eso vas a llorar? Por favor, habla. ¿Qué nunca lo has hecho? Pues hazlo ahora, tienes la libertad y mis oídos.
–El hombre nació alrededor de 1945. Si más o menos por esas fechas. Nace en un poblado lejano a la ciudad, incluso en una casita escondida en el monte. Una casita de adobe y tejas donde ahora habitan murciélagos y otras bestias de tal calaña. –comienza su narración el narrador. Con la mirada fuera de la visión de su amigo lee en el muro, en el que penden algunos cuadros, la historia que inventa.
–Un hombre provinciano –dice y bebe el líquido negro– algo extraño para ti. Tu, hombre citadino que no comprende de esas cosas.
–Pero puedo hablar de él, es como si lo conociera. –responde airado por el comentario. Fue cuando comenzó a sentir el lacerante juicio al que tanto huía. El muro que cerca las ideas explayado frente a él.
–Es que no puedes saberlo. Simplemente podrás de imaginarlo. –aleccionando.
–Este niño –continúa narrando negando con su cabeza la última afirmación de su amigo y retomando la línea de su discurso, eleva la cabeza sobre sus hombros y en intenso recuerdo sucumbe sobre si mismo– corriendo por los montes y matorrales vivió. Saltando y recorriendo los caminos que el viento formaba en los cielos. Aprendió a reconocer los signos celestes y predecir que lo que es invisible crea lo que da sustento a la existencia.
“Fue un niño de triste mirada. Viviendo en los campos abiertos donde sembradíos y ganado se extendían sin dar lugar a sueños innecesarios. Simplemente él estaba allí, escuchando las palabras de su padre y la sumisión de su madre. Ambos fuertes pero guiados por distintas sendas. Poco se oirá hablar de estas épocas, nulos recuerdo legará a la posteridad con tal de esconder que lo que se es no es más que el producto de una historia mal contada.
“He aquí al padre, duro como roca e igual de intransigente como la montaña de prismas que una vez vi. Malvado ante los ojos de los normales; quien en desplantes de control y dominio no hacia más que golpear con la vara el cuerpo blanco de este niño. Eran los últimos años de la raza humana tal como se conocía.
“Pero la madre, de ella apenas si se puede hablar. Sólo es evidente su existencia por que el niño existe en la realidad. Pero si quieres saberlo te diré que era una mujer de gran carácter, rigurosa que si acaso tuvo amor para con sus hijos jamás pudo manifestarlo. Como te decía, eran los últimos años”.
–Eso es una historia común y corriente. –alega moviendo las manos frente al rostro del narrador, con esta acción los recipientes que contienen el azúcar y la sal vibran cuando lo hace la mesa misma. Era contemplar como un sismo arremete contra estatuas– Vamos, dime algo más. Algo que sea majestuoso. Dime algo que sea en verdad arte puro. –Dicho esto sorbe el último remedo de su chocolate. Por su parte el narrador había olvidado hace tiempo lo que tenía entre sus manos.
–En una ocasión ya mayor, quizá adolescente, salió corriendo. Nunca creyó que lo haría, jamás imaginó que un momento tal pudiera realizarse en él. Pero al salir por la puerta, al ver a las personas que frente a él se encontraban no pudo continuar. Su carrera se hizo lenta hasta parar. No era capaz de continuar, sólo sentía el corazón aplastado por la realidad que no logró contener dentro de sí: “Pero ¿a dónde? No puedo huir de mi, me persigo”. Era todo, se daba cuenta que estaba anclado a su cuerpo, a ese maldito cuerpo al cual tendría que soportar su impertinente incursión en su vida. Fue la única vez que lloró.
–¿Por qué pasó esto? –pregunta divertido.
–Por que simplemente lo hizo. –responde bebiendo por primera vez el líquido ya templado.
–Si, pero qué pasó para que se diera esto.
–Eso no tiene importancia. Simplemente ocurrió así.
–¿Cómo? –señala con sarcasmo y riendo suavemente– Pero si eras tú el que gritaba la necesidad de exponer la realidad tal cual es y ahora me dices que el hecho no tiene importancia. Es el colmo contigo.
–En esta mi historia así lo decidí. –indignado, con la voz alzada y los ojos abiertos increpa a su atacante. Es dios en estos momentos, es un creador capaz de descifrar los mismos arcanos que conforman lo que le rodea.
–Está bien, continúa. –y alzando el dedo índice derecho declara– Pero ten en cuenta que escucharte hablar así no permitirá que logre imaginar a tu hombre.
–Me tiene ya eso sin cuidado. Te narro su historia y la escuchas eso es todo lo que se necesita.
“Adulto era cuando abandona el mundo que le vio nacer. Quizá quince años de edad. Con las manos toscas, por los azotes y los guijarros, trabajó sin descanso en la ciudad. Jamás imaginó siquiera la gracia de poder imaginar. Sólo era lo que cada día ocurría, sus pesares y labores. Era todo lo que podía concebir.”
–Tu Némesis –indica el amigo interrumpiendo el cuento, riendo falazmente.
–Lo extraño es que si. En fin, el hombre conocer a una mujer con quien se casa y procrea hijos a quienes parece odiar en medio de la dureza que aprendió.
“Así vive su vida. Trabaja por mañana y tarde alejándose de casa, se emborracha intentando lavarse todos los recuerdos y sentir lo que considera nunca sintió, simplemente se ve que está allí pero no importa su presencia”.
–Gran vida que tiene. Dale más matices, haz que sea más interesante. Dale una capacidad enorme para enfrentar los problemas aunque siempre le salga mal todos sus intentos y finalmente use la fuerza y la violencia, créale una personalidad que sucumba a los que le rodean pero no por admiración sino por desprecio, concédele un carácter que haga que le odien, mantenle al borde de la desesperación que él mismo ha producido, hazle malo y cruel que su creador no sea capaz más que hablar de él constantemente.
–Si sabes de quien hablo no vale la pena continuar este relato.
–Mi querido amigo, tu eres un libro. Eres palabras e imágenes nada más. Diles a los ciegos que no te vean y a los sordos que no te escuchen.
–Y una noche, –dice el narrador continuando con su historia– bajo la luna de este mes, el corazón del hombre no soportó más la intensidad de su alma. Al lado de su cama su mujer escuchaba los jadeos que pronosticaban el límite de las fuerzas. Sus hijos sólo sabían que era la paz esperada. Moría enfermo, su deseo no era irse pero nada más poseía esta opción. El juego de dios había llegado y le tocaba ser él la siguiente pieza en su tablero. Los paramédicos ni los médicos lograron regresarlo, simplemente se había ido despierto.
–¿Y en qué te basas para darle ese tipo de muerte? –pregunta mientras levanta el brazo llamando la atención de la mujer que les atendió. Pierde de su rango de visión el rostro del narrador pero no abandona el mundo ideal en el cual conversan.
–En que él es un hombre fuerte. –responde con seguridad y rapidez.
–Qué virtuoso resultó ser después de todo. –dice con ironía el amigo– ¿De dónde viene ahora que el fuerte muera así? Te creas tu propia moral hasta el punto de contravenirla con la teología. Aún así, todo este drama para explicar algo tan simple como eso.
–No todo es tan simple, –al tratar de defender sus ideas el narrador cambiaba de expresión y posición de su cuerpo. Se yergue y levanta la voz casi en un grito, es un reflejo instintivo similar al que las bestias selváticas llevan acabo con el fin de mantener al margen a su agresor– has reconocido de quien hablaba…
–Era evidente de quien era. Siempre es de él o no de él. ¿Me equivoco? –mientras extrae del bolsillo de su saco la cartera de piel negra.
–Entonces, no es tan fácil. –dice sonriendo y reclinándose soberbiamente contra el respaldo de la silla– Mira que todo esto no ha sido más que una conversación que hemos tenido y a la cual ni siquiera le prestas la atención debida.
–¿Para que te sirven todos estos cuento? No son más que mentiras, totalmente fuera de la realidad. Los demás no los entienden, y creo que ni tu tampoco.
–Es suficiente por hoy, vámonos. –y dejando los billetes sobre la charola de plástico negro salen del establecimiento. Para los testigos que los rodearon nunca existieron.

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