Actualizaciones y algunas palabras

Del quince de agosto de 2011

Saludos mis queridos lectores que no me leen. Sé que escribir una actualización para un blog que no es leído resulta completamente irracional pero aún tengo la esperanza de que alguien por casualidad encuentre este espacio y de una manera desesperada me exija que le siga contando las aventuras de mis personajes.

Me gustaría, tras un año de ausencia, traer conmigo alguna historia para llenar el vacío de mi imaginación pero no es así. No sé que me pasa. Sigo viendo acontecimientos interesantes para serles narrados pero cada vez que intento plasmarlo por escrito estos se escabullen por entre artículos científicos y capítulos de libros. Por las noches sigo soñando y divirtiéndome solo con mis personajes y sus historias, pero me gustaría compartirlos con todos ustedes sin embargo no puedo.

En estos momentos me encuentro en el laboratorio esperando a que el programa termine de y así sacar a mi última rata del día. Debería estar haciendo gráficas para los congresos de Acapulco y Cancún pero preferí procrastinar escribiendo estas líneas. Además debería estas escribiendo la introducción de mi tesis, se de que va pero no lo hago. Hoy fue el regreso de vacaciones sin embargo yo vine a la escuela todo este tiempo.

Debo sacarme esto de una vez. Prometo ponerme un día a escribir. Olvidaré cual es mi realidad actual y sus implicaciones para mi futuro y traeré de vuelta a mi lobo, a mis viajeros y quizá pueda traer a la luz a mi nuevo hijo cuyo nombre aún no me atrevo a pronunciar.

En fin, pero que se algún día llegan a este blog lean algunos de mis cuentos y me digan que les parecieron. No importa si dicen que son malos o buenos únicamente déjenme saber que ustedes estuvieron aquí.

Cualquier cosa saben que mi correo electrónico es gabons69@hotmail.com

Nos leeremos pronto.

martes, agosto 26, 2008

Retorno, una retrospección

Una mole de concreto se extiende lentamente sobre el que fuera un hermoso valle. Los bosques que en antaño revestían la tierra quedaron reducidos a contados parques naturales más sufrientes de muerte que de vida. Los arroyuelos y ríos, unos desecados y otros entubados. La fauna está conformada de perros, gatos y ratas que se escabullen por cualquier espacio e infectan a los ya asqueados habitantes de la metrópoli.
Pero basta de estos reproches, he dicho cuanto desprecio a mi ciudad y al mismo tiempo cuanto le amo. Pues bien, estoy aquí sentado, a la luz de las farolas y de una hermosa luna que asoma por el horizonte, escribiendo en mi cuadernillo. Me gusta este lugar, los niños juegan aún en las canchas de mi derecha y esa pareja de enamorados no cesan de devorarse a besos. Es tan simpático todo esto.
Hoy decidí simplemente ver el mundo que me rodea. Hace un par de horas compré en una papelería cercana este bloque de hojas y un bolígrafo de baja calidad, para escribir no necesito de gran cosa. Me encantan estas noches calurosas de principio de primavera. De vez en vez una brisa fresca hace que cierre los ojos e inhale profundamente el olor de la ciudad. Y hoy me he sentado en esta banca de concreto, bajo un árbol, para relatar lo siguiente.
Hace dos noches caminaba, buscaba a ese alguien especial que podría saciar mi hambre. Me encontraba bastante lejos de la mancha urbana, quizás fuera una ranchería o una granja. Con franqueza diré que no recuerdo ni siquiera la dirección que tomé para llegar allí; pero si puedo decir que vi un cielo hermosamente estrellado, incluso estrellas fugaces jugaban en el firmamento. El olor a la tierra seca y a los arbustos casi muertos me embriagó. Sabía que me encontraba libre de la vida o de lo que fuera ella.
Dentro de mí, si quiero ser sincero, se encontraba el deseo de huir. Huir a dónde y de qué, eso no puedo explicarlo. Quizá de mi mismo o de los otros, de mis pensamientos o de las palabras de aquellos malditos que de noche en noche encuentro. No, solamente quería salir corriendo. Tenía hambre y esa sería mi excusa para incursionar lejos del hogar. Dorvank tan sólo agitó la mano cuando le mencioné que saldría, mientras Julius me amenazaba con la mirada, aquellos ojos que nunca dejan de ver con recelo.
Salí de la enorme casa, de ese edificio mal entonado con la simpleza de las casas construidas hace cuarenta años. Crucé el umbral de la puerta principal con rapidez, mi súbita aparición casi hace caer a dos hombres que entraban al bar del piso inferior. No creo que tuvieran tiempo para reflexionar sobre lo ocurrido, ni que se dieran por enterado de que les hizo tropezar esa noche.
Yo sólo veía hacia el frente, sin permitir que las luces y los olores de los citadinos me envolvieran como comúnmente lo hacen. No tenía intención de ser atrapado por sus deliciosos vicios. Corrí. Corrí con todas mis fuerzas y en pocos minutos me encontraba lejos de la ciudad. Me detuve sobre una colina y desde ella observé la incandescencia de la urbe. Ninguna sensación brotó en mí, fui indiferente a todo, incluso de mí propia indiferencia. Bajé la mirada y continué andando hacia la nada.
Silencio, el verdadero silencio aquel en el que habitan los ruidos de la naturaleza: coyotes, grillos, tecolotes, ratas, el viento, la luz de la luna y de las estrellas. Todos ellos en una sinfonía melancólica de color gris-azulada. Había perdido el deseo ya de comer, simplemente me encontraba satisfecho con la total soledad. Mas algo tan perfecto no tiene lugar en mi mundo, siempre una inconformidad aflora y desarmoniza lo que he conseguido.
Me tendí en la tierra. Una fina capa de polvo me cubrió al dejarme caer de espaldas. Había conseguido mi mayor deseo, estar solo. Cerré los ojos y me imaginé uniéndome a la naturaleza, ser de nuevo parte de lo bello y armónico. Caí en cuenta que hacía muchos años había dejado de soñar despierto, había olvidado que era la diversión; la simple alegría momentánea que vitaliza para seguir adelante. Pero sólo fue un recuerdo, un simple reflejo de lo que un día viví. Si, que viví en su tiempo.
Dejé que las imágenes se escabulleran por la oscuridad del interior de mis ojos. Alcé el oído con tal de escuchar las palabras que hace tanto fueron pronunciadas o el de las risas que emitíamos todos al celebrar cualquier cosa. Buenos tiempos aquellos. Tal recordar me permite rescatar aquellas respuestas que en su tiempo solucionaron mi existencia y que en el ahora pueden ser nuevamente útiles. Pero para alguien como yo ¿de qué le sirve ello siendo que soy un dios en la tierra?
Las imágenes y los sonidos se fueron haciendo cada vez más perceptibles hasta alcanzar tal intensidad que creí encontrarme nuevamente rodeado de aquellos que antaño compartimos tan buenos momentos. Me permití sonreír aún cuando esta visión me destrozaba en mis adentros. Me era suficiente la evocación de ese entonces y comenzaba a sentirme molesto por aquella muestra de la pasada realidad. Fue así que decidí abrir los ojos. Pero, en lugar del negro cielo estrellado esperado, mis ojos se llenaron con la luz de neón de un anuncio de cerveza.
Aquella imagen me desconcertó puesto que me encontraba rodeado de varias personas. Sabía que conocía a cada uno de ellos pero era incapaz de llamar a alguno por su nombre. Estaba pues sentado frente a una mesa de metal concurrida por otras siete personas. Hombres y mujeres bebían de tarros de cristal opaco. Reían, conversaban, cantaban, discutían. Era el lugar una completa vorágine de sonidos y luces. Me sentí mareado y confundido, incluso mis acompañantes se dieron cuenta de ello.
Era un bar con sus muros cubiertos de paneles de madera y de fotografías antiguas donde se retrataron escenas históricas y lugares inexistentes. Una nube de humo formaba una capa sobre las cabezas de los bebedores. A mi derecha el cantinero preparaba las bebidas para los clientes, sobre él una serie de copas boca abajo esperarían ser utilizadas y a sus espaldas las botellas a medio llenar de ron, whisky, ginebra y otros licores. El lugar me era acogedor según recuerdo, creo que le visitaba con regularidad ya fuera sólo o acompañado. Nos encontrábamos en la mesa de siempre, enclavada en una esquina, semiescondida del resto del lugar.
¿Sobre que versaba la conversación? Las tonterías de siempre, los problemas de siempre, los planes de siempre. El tipo a mi lado gritaba sin parar sobre las andanzas que ha vivido, los amoríos que en cada lugar visitado ha dejado y las vanaglorias de su trabajo. Ridículas palabras de una mente simple, sin miras a la razón. Más allá una joven de lindos ojos grises solamente asiente y ríe a cada palabra que al oído le susurraba otro caballero con sonrisa estudiada. Me era difícil sostener la mirada fija sobre ellos. Me abruman sus mentiras y deseos. Caricias, halagos, sonrisas todo ello me parece tan fuera de verdad.
Me sentía aturdido y no sólo por el hecho de encontrarme en un momento de mi vida anterior, sino por recordar cuanto aprecio y desprecio sentía hacia todo aquello. Giré mi cabeza y observé a dos hombres que, de manera casi sincronizada, bebían de su tarro el líquido amarillento y luego dan una pitada a su cigarrillo, para terminar su demostración con un estruendo de carcajadas. Divertido, si. Amistoso, si. Lo que yo quiero, aún no lo recuerdo. Sé que este no es mi tiempo, reconozco que esta persona no soy yo, pero lo fui y con ello identifico lo que era y lo que sentía. Experimento las mismas sensaciones e ideas que en aquella noche tuve. No soy pues la bestia que hace varios años fue creada; soy un vil mortal, un hombre que nunca entendió su humanidad.
Había una última pareja al extremo de la mesa. Ella, con el rostro afligido, ansiosa y molesta; él, perdido en la unión de los que comparten el mismo ideal. Posesión y deseo. Tienen ambos la mirada de los que necesitan con desesperación ser amados. El uno al otro se entregan como ideales en quienes se sustentan, sólo el miedo a dejarse ser ellos para sí mismos.
Ya lo recuerdo, es la monotonía. Una y otra vez este mismo ritual se llevaba acabo. Mismas palabras y actos. Y aún así ninguna certeza era de esperar. Nada podía esperar en realidad. Una promesa, la buena voluntad, la amistad ¿qué fue de todo ello cuando dejé de existir entre los mortales?
Este es un juicio muy severo, pero lo creo acertado e incluso lo creí en medio de la fantasía de aquel retorno a la vida humana. Era en un tiempo el ser hombre en la carne pero en los pensamientos, mi conciencia, gobernaba el demonio que soy ahora. En esta elucubración me encontraba cuando alguien me dirigió la palabra. Su aliento a alcohol y cigarro golpea mi rostro. En igual condición me encontraba en ese momento, pero sé que no eran mis aspiraciones incluso como mortal. Busqué dentro de mi espíritu las razones que me daban valor en ese entonces para seguir existiendo. Vi mis planes y proyectos, mi labor y mi entrega, todo por lo que y en lo que soñé. Perdí mi futuro pero me fue entregado el mundo.
La reunión continuaba. La palabra cambiaba de poseedor de forma caprichosa, incluso la tomé en algunas ocasiones midiendo mis comentarios. Llegué a sentir la imperiosa necesidad de revelar el quien era, lo que ocurrirá, lo que los destinos parecen guardar como inexorable regla para ellos y para mi. Me contuve y dejé que la melancolía asomara por mis ojos, y que mi voz enmudeciera poco a poco en una suplica para que esta visión imposible terminara. Me giré y fue entonces cuando le vi.
Bajo la litografía enmarcada de un afamado torero, resplandeciendo el cristal de la copa que llevaba hacia su boca, lo encontré antes de ser yo el encontrado. En una mesa individual se encontraba sentado, bebía con tranquilidad el líquido oscuro que nunca ordenó. Había depositado sobre el tablero, al lado del cenicero de grueso plástico negro, su sombrero atacado por los años. Entreabrió los ojos al degustar aquel dulce vino y sus pupilas brillaron al descubrir que lo había descubierto. Sentí miedo, sintió la carne del hombre que me recubre ese miedo hacia lo que no se sabe.
–… y fue así que se resolvió. ¿O no Gabb? –fue lo único que comprendí cuando uno de los hombres a mi lado se dirigió a mi.
–¿Qué? No sé. No recuerdo eso. –respondí aún aturdido por el testigo a mis espaldas.
–¿Cómo no? Y si no pregúntenle a… ¿A dónde fue?
–Seguro al baño. –dijo otra persona a la cual no pude identificar mientras reía del desconcierto de su amigo.
–Tengo que irme. Quizá mañana los vea. –dije poniéndome de pie. El efecto del licor se desvaneció con la imagen grabada en mi mente.
–¿Cómo? Si aún es temprano. ¿Acaso ya no nos aguantas? –reprochó uno o varios, de ellos no sé ya nada.
–Para un mañana ya no. –dejé varios billetes sobre la mesa y salí del establecimiento. No me detuve a saber si mis palabras habían provocado alguna reacción o si mi salida fue precipitada. De cualquier manera él ya no estaba en su mesa.
Me puse a correr. Me sentía en ese cuerpo tan inútil y falto de pericia que en varias ocasiones estuve a punto de caer. ¿Hacia donde me dirigía? Hacia el único lugar en el que creí que podía recuperar algo que en alguna noche futura tendría como maldición para mi alma y bendición para mi muerte.
Las calles eran oscuras, más de lo que recordaba. Las luces y las personas más discretas en la conformación de sus sombras. Los vehículos y la anchura de las calles eran largos ríos incapaces de ser sorteados por la velocidad y la dureza. Era la misma ciudad, los mismos callejones en los que cada noche yo transito en busca de mi victima, pero ya no era yo quien la recorría. Me sentí exhausto, con vértigo y peor aún sabedor de ser seguido sin poder notarlo.
Doblé la última esquina y frente a mi un edificio sin enganche en la arquitectura moderna de hace cuarenta años. La casona convertida en bar en la planta baja y en madriguera en sus profundidades. Era mi casa, será mi casa. Cruce el umbral de escandalosa puerta enrejada y su interior repleto de patéticos hombres que se creen sabedores del misterio de sus vidas. Golpee al entrar a un tipo que espetó una maldición. Aún así me dirigí, sin importarme siquiera el destino de mis actos, hacia el pasillo que lleva al interior, a los infiernos. Una voz grito intentando detenerme, sé de quien era y la razón de su advertencia, pero ella aún no sabe quien soy.
Las penumbras y la humedad me impregnaron, las respiré como la bienvenida del hijo pródigo. Las escaleras que bajan al sótano fueron una trampa para mi ceguera. Descendí intentando no caer en mi esfuerzo por retornar. Por fin alcancé el último resquicio de mi peregrinar. Abrí la puerta y frente a mí Dorvank gritó: ¡Aún no!
Desperté, regresé al momento en que los destellos amarillentos del sol rompen los cúmulos de las nubes matutinas. El rocío había empapado mis ropas y el cansancio de la noche quería llevarse tras de si el movimiento de mi cuerpo. Me incorporé y caminé a casa. La urbe entró en vitalidad y la contemplé bajo el imperio del sol. Planas y aburridas actividades de los hombres que vienen y van sin jamás terminar su camino o siquiera iniciarlo.
Cabizbajo recorría yo la última jornada en el camino a mi hogar cuando vi a uno de los que en aquella noche, hace tantos años, compartimos la misma mesa en un aquelarre de festín. Lo vi acompañado de una mujer y correteando a sus pies una niñita de rubios rizos. Al verle él me vio, tuvo miedo y no me reconoció. No tenía porque hacerlo, tal vez ni siquiera hubiera podido. Pero aquel encuentro me hizo reír. Convertirme en ello, en algo como él, en otro más dentro de la genealogía de la humanidad, sin otra aspiración que ser recordado por la mayor cantidad de personas y en la enajenante expectativa de la creación de aquel logro que me daría la inmortalidad.
Y me hizo reír por que debí entender que soy tan fantástico como los cuentos de hadas que ha de contarle ese hombre a su pequeña hija antes de irse a dormir. Que he superado a la creación al ser convertido en un ángel maldito por otros malditos. Ya no es necesario el circulante pensar en mí y en mi supervivencia, soy inmortal tanto en la tierra como en los infiernos. Los siglos humanos jamás podrán hacerme necesitarles. La carne siempre estará a mi disposición hasta el final del mundo. Así que antes de entrar a la casona colonial di los buenos días a una mujer de avanzados años que pasaba frente a la puerta de mi hogar. Su azoramiento fue en verdad simpático, tanto que le besé en la frente como muestra de agradecimiento.
Desde aquel día he preguntando a todos en la jauría si en verdad ocurrieron aquellos hechos que reviví en mi pasado. Todos me han dicho que no, que la primera vez que visité la casa fue aquella noche en que Dorvank me llevó a morir en desesperación. Sólo Egeria me dijo algo peculiar, mencionó que en ocasiones recuperamos parte de nuestras almas con lo cual nuestro corazón vuelve a latir. Me agradó esa idea. En cuanto hoy se puso el sol salí de mi casa anacrónica de muros rojizos y decidí describir aquel día.
Bajo la farola de luz blanca y las ramas perennes de este árbol, rodeado por los gritos y risas de los niños y por los murmullos al oído de los enamorados, recuerdo mi odio y no dejo de sentirlo. Pero ahora se mezcla con algo más, un deje de tristeza y pena por esos hombres. Una madre recién ha gritado a su niño para que regrese éste a casa. Probablemente un par de ellos nunca vuelvan a jugar después de esta noche. Quizá no sea yo un arcángel pero soy tan mítico como ellos. Por lo pronto ya es hora de comer.

1 comentario:

m. dijo...

y yo retorno, mi buen, no has perdido el toque para escribir y me siguen gustando tus historias. Echale ganas a las practicas clínicas, a pesar de que tu vas a otros asuntos y también voy y me gusta mucho...

Sí lo leo, parece que soy el único, pero admito que hubo algunas historias demasiado largas que no pude chutarme, pero otras que sí... aunque me haya perdido de alguna de las partes aún así me entretienen y digo: Sangreeeeeeeeeeeeee


Saludos mi buen, espero siga bien.